Ernesto de la Peña murió un día en que yo estaba hablando con Mario Lavista sobre experimentación sonora. De pronto, sin que ninguno de los dos supiéramos, la conversación se dirigió de una manera inesperada hacia la música sacra.
Al escribir este perfil sobre la íntima melomanía de Ernesto de la Peña no dejo de pensar que su fantasma nos rondó en la biblioteca del Colegio Nacional ese día. Y mientras escucho una y otra vez su programa sobre monodia eclesiástica del siglo XII creada en los conventos de Aquitania, no me cabe la menor duda de que su gran aportación musical es haber difundido en los medios masivos de comunicación que la espiritualidad no radica en las palabras, sino en el sonido. Que la literatura no es sagrada hasta que se canta.
I
Grita merolico:
¡pomadas, pomadas para
ese dolor en la espaaaaldaaaaaa!,
Donceles, frenética, articula sus ruidos
un grito melismático que al final
y nosotros, en la biblioteca del Colegio Nacional,
se alarga y agudiza hacia
hablamos sobre indeterminación y control,
un aire de dolor,
sobre música que se construye a sí misma,
un algo de queja.
en tiempo real,
donde el motor de una motocicleta acelera
sin la intervención de una persona compositora,
y caminan rápido unas botas que,
cuya función, a lo mucho, se limita a establecer
entre la ininteligible algazara
una distribución espacial cualquiera,
de tantas y tan distintas procedencias sonoras,
a abrir desde el azar un espacio en el tiempo.
algunas mecánicas y otras de garganta,
Pero de pronto Mario Lavista se queda en silencio y amarga el gesto.
imagino negras.
¿Qué ocurre?
II
Lo único que me importa es la intimidad sonora. Las personas estamos hechas de voces secretas. La música que nos apasiona nos da forma. Un cuerpo que no está atravesado por el canto es de una fealdad aterradora.
Ernesto de la Peña (1927-2012) vivió para demostrarlo:
La iluminación, por mínima que sea, la recibimos a través del sonido.
Y en estos últimos días no hago más que buscarlo.
Lo busco en Cioran
Si a alguien Dios le debe todo es a Bach
Y lo busco en George Steiner
El canto es, simultáneamente, la más carnal y la más espiritual
de las realidades.
Aúna alma y diafragma.
Puede, desde sus primeras notas,
sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis.
La voz que canta es capaz de curar o destruir la psique con su cadencia.
Pero al final, por más interesantes que sean, resultan búsquedas artificiosas.
Claro: algo en ellas existe que nos acerca hacia el pensamiento musical de Ernesto
de la Peña.
(En Cioran, Bach y divinidad;
diafragma, desolación y alma, en Steiner).
Pero ¿a quién le interesa su pensamiento?
A la academia
(y la academia para la música
siempre ha sido su cementerio)
y a las personas académicas
(adoradoras de cosas inmóviles,
como pentagramas,
y gente muerta).
Lo que a mí me interesa no es su pensamiento, sino su voz
(la voz, que procede del instinto
la voz, que vibra desde la sangre).
De Ernesto de la Peña no me importa su muerte,
sino revivirlo a través de su íntimo sonido.
Y entonces cambio la disposición de mi casa.
Acomodo de cara al balcón el estéreo y me acuesto a su lado, en el sillón, con los audífonos puestos y a través de vibraciones hago sonar Música para dios, el programa que Ernesto de la Peña comenzó en el IMER en la frontera entre siglos y creó ininterrumpidamente hasta poco antes de su muerte.
La disposición de mis días también cambia.
Pierden importancia estudio e idea, documentación y aprendizaje.
Lo único que me importa es la intimidad sonora.
Y de pronto Ernesto de la Peña está aquí, conmigo, hablándome al oído sobre la divinidad del sonido.
Lo único que me importa es la intimidad sonora. Las personas estamos hechas de voces secretas. La música que nos apasiona nos da forma. Un cuerpo que no está atravesado por el canto es de una fealdad aterradora.
III
¿Qué ocurre?
Los pasos se alejan,
Mario Lavista parpadea.
Que de pronto, al escucharme, todo me ha parecido tan falso.
¿La indeterminación?
tengo que asomarme.
Sí, en realidad todos los experimentos sonoros que he hecho. Solo de pronto me llegó la pregunta: ¿para qué tanto artificio?
Sonríe y se levanta por agua.
Aprovecho la pausa de Mario Lavista
Hugo, no me hagas caso. Seguramente me estoy haciendo viejo.
y miro por la ventana:
Mario Lavista está otra vez frente a mí y nuestra conversación
organillero desafina música de feria,
regresa a cuando en su juventud jugó a través de pianos intervenidos
hombre tose,
con pelotas de ping-pong y microtonos,
niña grita,
o el momento en que toda su energía creativa
y en el momento en que suena
se dirigió a desencajar el tiempo a través del sonido
la chicharra de una escuela,
y trazar con armónicos la casa en la que Aura y Felipe,
y giran hacia Templo Mayor,
hagan lo que hagan, se amen como se amen,
logro identificar las botas.
van a tener que suicidarse entre humedades y plantas.
No son negras: son rojas.
¿Sabes qué? De pronto no me gusta ni mi música indeterminada ni mi ópera, ¿y si mejor hablamos de música religiosa?
IV
Es de noche en mi casa y Ernesto de la Peña habla sobre Aquitania.
A través del radio su voz tiene un sonido nasal que al pronunciar las vocales tiende a volverse más agudo, casi estridente. Pero cautiva. Algo en su timbre (lo imagino contratenor de barba blanca) provoca el deseo de seguir su guía.
Quizá tiene que ver con la suavidad y la pausa con que va haciendo vibrar las tres “a” de Aquitania.
Cuando hablamos de Aquitania estamos evocando inmediatamente el medievo, el medievo más profundo, por la sencilla razón de que ahora Aquitania es una de las provincias de Francia. Aquitania dio lugar, entre otras muchas cosas, por el lado malo, por el lado nefasto, a los más remotos orígenes de la Guerra de los 100 años entre Inglaterra y Francia. Pero por el lado importante, agradable, positivo, pues desde luego dio origen al primer trovador, al primer cantor lírico de lengua occidental moderna alguna, de lengua romance: Guillermo IX, Duque de Aquitania y Conde de Poitiers. Y él, a su vez, es padre nada menos que de Eleonor de Aquitania, de quien me ocuparé en mi siguiente intervención. Porque en este momento vamos ya a escuchar nuestro concierto.
Y Ernesto de la Peña, en su cabina de radio, comienza a traducir en tiempo real, del latín al español, el nombre de cada pieza:
Melodía del hombre dulce
La salvación de la gracia está en el mundo
Que suenen claros los órganos
(Me inquieta la falta de placer en las voces masculinas. Son muchas y están asustadas. Entonan al unísono la misma melodía parca. Sus timbres distintos abren un pequeño espacio expresivo, donde a veces se filtra el misterio, pero sobre todo estos sonidos existen en el miedo).
Música de Navidad procedente de los claustros de Aquitania, y toda esta música procede del siglo XII. El siglo XII es uno de los siglos más importantes de toda la historia espiritual de occidente y un digno preámbulo para el siglo XIII, como es natural, que ha sido llamado por algunos historiadores como el siglo más grande de la historia occidental, donde florecen los grandes teólogos, los grandes filósofos y se construyen las catedrales góticas más bellas. En una palabra, es un siglo de gran esplendor. Pero el siglo XII ve el nacimiento de las literaturas en lenguas modernas: de la española, de la francesa, de la italiana (claro, la italiana es un poco anterior, pero su florecimiento, el primero, es del siglo XII).
Que nuestra lira suene alegre
En el regazo de la virgen
El sello del juez
(Entonces el tiempo se colapsa. Me pierdo entre las fronteras de los días. Las luces del cielo van y vienen y los ciclos de sueño se desfasan. Mi única constante es el programa, cuya introducción ya puedo reproducir en mi mente palabra a palabra:
voz femenina
Música para Dios,
una de las más importantes manifestaciones de la música sacra.
Un programa de Ernesto de la Peña:
Música para Dios.
Porque dentro de los sentimientos más arraigados en el hombre existen las grandes incógnitas de si fuimos creados y ¿quién es el creador del universo?
¿Quién gobierna todo?
Por ello algunas de las composiciones más importantes de los músicos de la historia han estado dirigidas a Dios.
Música para Dios, por Ernesto de la Peña.
Escucho un programa tras otro desde esa misma duda, pero planteada desde la angustia:
¿Quién decide el derrumbe?
Pero de alguna forma incomprensible siempre regreso al programa sobre la música del siglo XII en los claustros de Aquitania).
La música que acabamos de escuchar proviene de los claustros de Aquitania. Aquitania era un país. Era un ducado, soberano, que formaba en cierta medida parte de lo que después se convertiría en Francia. Y digo en cierta medida porque habían ciertos derechos que pagaban los duques de Aquitania a los reyes de Francia. Los estados medievales todavía no daban (algunos de ellos) indicio de cómo serían los estados modernos que nacieron de ellos. Uno de estos casos es el de Francia. Más aguzados todavía son los casos de Italia y Alemania. En Aquitania nace, como dije en mi intervención anterior, Leonor de Aquitania, llamada la reina de los trovadores, porque por esas fechas florece, abundantemente, no sólo en Aquitania, pero particularmente ahí, este arte maravilloso que ya pasó a la historia.
Es decir, los individuos (esto se nota un poco en la música que acabamos de oír, pese de ser sacra) juraban prestar a una dama con la que, voluntariamente, no pensaban jamás tener ninguna relación que no fuera el amor platónico, el amor a distancia.
(Lo que me atrae y repele al mismo tiempo es la inmovilidad de las voces. Ahora cantan mujeres y ningún eje sonoro se atreve a establecer un flujo diferente. Tanto control me desespera. ¿Por qué ninguna se descarrila?, ¿cuál es la necesidad de esta monocromática espera?)
Aleluya, regocijaos, alabemos al señor, el justo florecerá como la palma
Qué feliz cuna
El útero, hoy
Eleonor de Aquitania es una de las mujeres más excepcionales de todo el Medievo, y me atrevería a decir de toda la historia occidental. Mujer talentosa, mujer muy bella, fue de las primeras que se atrevió a divorciarse. Se casó primero con Luis VI, si no recuerdo mal, de Francia, y se divorció de él para volver a casarse (todavía más inusitado en esa época) con Enrique II, rey de Inglaterra. Esto a la postre produciría resultados nefastos porque llevó, entre otras cosas, a la Guerra de 100 años. Es la madre de Ricardo Corazón de León, el de tantas leyendas, de la ida a la Tierra Santa, del retorno, de Robin Hood, y todo lo que sabemos por películas y televisión. Digo todas estas cosas porque la música que escuchamos, a pesar de ser eclesiástica, se produce en esta región de Francia, privilegiada en tantos sentidos.
(Y de pronto, comienzo a entender algo: la belleza de la monodia está en su ausencia de acontecimientos evidentes. Lo que hay es una atmósfera: voces humanas que juntas construyen un místico espacio abstracto cuya nitidez funciona a manera de espejo siniestro donde se proyectan tus sueños secretos. Así que si yo escucho miedo es por mi visceral terror hacia lo incomprensible).
Alegrémonos
Descendió de los cielos
Las alegrías que corresponen
El hecho de que cada una de las regiones de los futuros (entonces) países europeos tuviera su propia corte y su propia música y sus artes y sus costumbres, solo nos indica que en la Edad Media la Europa contemporánea era muy distinta: tenía una fisonomía totalmente diversa. Y Francia era, lo que se llamaba el reino de Francia, una especie de núcleo en el centro de la actual región de ese maravilloso país y había ducados y condados que le daban algún tributo, rendían algún tributo, al rey de Francia, pero que no dependían de él. Está el caso de Aquitania. Está el caso de Borgoña. En fin, son varios que no son todavía el reino de Francia. El gran mérito sobre todo de Luis XI es haber reunido a todos ya y formar el moderno país.
(Pero la erudición de Ernesto de la Peña termina por hacer efecto. Tras escucharlo resulta imposible no referenciar la experiencia musical. Y ahora no puedo dejar de pensar en esta música que es anterior a las más hermosas catedrales góticas y nace del mismo lugar que las lenguas romances, que antecede al esplendor y es contemporánea de la liberación de Eleonor.
Y he caído en la trampa. Porque yo estoy en desacuerdo: la música existe por sí misma. Va más allá de la idea. Por más que el ser humano se empecine en ligar la historia de la música a la historia del pensamiento, el sonido no pertenece a sus dominios.
Lo busco en Nietzsche:
Y así me pregunto, ¿qué quiere propiamente mi cuerpo de la música en general? Creo que su aligeramiento, como si todas sus funciones animales debieran ser aceleradas mediante ritmos ligeros, audaces, alborozados, seguros de sí mismos, como si la vida férrea y plúmbea debiera ser dorada mediante buenas y delicadas armonías de otro. Mi pesada melancolía quiere descansar en los escondites y abismos de la perfección: para eso necesito la música.
Pero he caído en la trampa y estoy fascinado.
Por eso sigo buscando a Ernesto de la Peña en las palabras. Y lo busco en esas reflexiones que se imprimían en la contra de la revista Pauta, dirigida por Mario Lavista, donde Ernesto de la Peña alguna vez escribió.
Y lo busco en Quignard:
La música que está ahí antes de la música, la música que sabe “perderse” no tiene miedo del dolor. La música experta en “perdición” no necesita protegerse con imágenes o proposiciones, ni engañarse con alucinaciones o sueños. ¿Por qué la música es capaz de ir al fondo del dolor? Porque allí es donde ella mora).
V
¿De música religiosa?
Mario Lavista sonríe.
Sí: estoy escribiendo un Réquiem.
Vuelve a amargar el gesto.
¿Qué ocurre?
Mario Lavista dice en voz baja:
Si la gente se ha alejado de la religión es porque la Iglesia contemporánea no entiende que la espiritualidad no radica en el texto, sino en el sonido. Un texto sólo es sagrado cuando se canta.
Es lunes 10 de septiembre de 2012.
Y yo ahora, en la recta final de mi carrera, quiero ya no experimentar más, y dedicarme a renovar el repertorio de música religiosa con una profunda inspiración renacentista.
Mario Lavista y yo aún no lo sabemos, pero comienzan a circular las primeras noticias de que, en su casa, a los 84 años, Ernesto de la Peña ha muerto.
VI
Ensayo sobre la influencia de Ernesto de la Peña en la última música de Mario Lavista.
La literatura no es espiritual. El silencio la condena a desvanecerse aprisionada en soledad.
Pienso en la palabra “María”.
La leo en silencio tres veces:
María/María/María.
El nombre de una mujer: es todo lo que hay.
Ahora canto la palabra María.
Al principio mi canto es como el espejo: un sonido reflejado por cada letra. Ahora extiendo durante dos sonidos distintos la existencia de cada vocal:
MAarÍíaA.
En un mundo de sonidos, significa María ꟷla María literariaꟷ, pero también algo más.
María y algo más.
Más doloroso.
Más profundo.
Más amplio.
Más enigmático.
Más tolerante.
Más etéreo.
Más trágico.
La literatura se seca cuando el sonido la convierte en canto. La música es la única puerta humana hacia el misterio del más allá.
Y ensayo sobre Aquitania:
En un claustro de Aquitania en el siglo XII no se hacía más que cantar.
Cantar, cantar, cantar.
De noche, de día.
Cantar y cantar.
Cantar era una obligación de los monjes y monjas aquitanos, quienes componían música para voces de mujeres y hombres que debía ser cantada durante varias horas diarias.
Llegó a ocurrir: cuerdas que se rompieron por agotamiento, pero el por qué cantar era un anhelo superior a cualquier tragedia:
Cantar para, a través de la música, suprimir la voluntad y acceder a lo inexplicable
Se está haciendo tarde.
Prendo la radio.
Aquitania nos ha dado algunas hermosas melodías. Y vemos aquí, en la última, que se habla de una manera especialmente tierna, especialmente conmovedora, del regazo de la virgen, En el regazo de la virgen nace Cristo, o está, mejor dicho, en el regazo de la virgen. Esto quiere decir que el regazo de la virgen es una especie de símbolo, no sólo de la maternidad, sino de la salvación del ser humano.
Como estamos en general pasando música religiosa occidental, entonces tenemos que, para entender en la medida de lo posible mejor lo que estamos oyendo, tenemos que ponernos más o menos en la mentalidad de aquellos tiempos, en los que se creía a pie juntillas, en todas estas cosas que han sido sometidas a crítica y que están actualmente, pues yo no atrevería decir que en decadencia, pero cuando menos muy amenazadas por la falta de fe. En aquel momento no había este descreimiento, y es más: si lo había el que lo tuviera o resintiera, se guardaba muy bien de manifestarlo porque le podía costar la vida.
Agradezco mucho la atención prestada a este programa . Los espero en la próxima ocasión. Espero que lo hayan disfrutado también. Muchas gracias por su atención y hasta la próxima.
Y me quedo dormido con Ernesto de la Peña aquí, conmigo, hablándome al oído sobre la divinidad del sonido.