Los sonidos cambiaron en Berlín

Benjamín Juárez Echenique

Berlín, Alemania (20 mayo 2023)

Berlín es una ciudad musical por excelencia, con su filarmónica que es en mi opinión la mejor orquesta del mundo, no sólo por su disciplina sino también por el compromiso, de vida o muerte, que cada uno de sus integrantes ponen en cada concierto, en cada nota. Berlín es una ciudad con tres compañías de ópera, varias sinfónicas e innumerables grupos especializados en todo tipo de repertorios, de todos los tiempos y todos los estilos.

Berlín está lleno de cicatrices que no oculta, sino recuerda con empeño, de su pasado imperial y sus derrotas en las dos guerras mundiales. Es justamente en ese período, los años veintes del siglo pasado que Kurt Weill define la riqueza de un Berlín abierto al pecado, a los excesos, el Berlín de Marlene Dietrich que abraza la música de concierto y la música popular para crear un mundo nuevo que rompe las barreras de géneros musicales y termina por sepultar las aspiraciones imperiales de la ciudad de los Hohenzollern, la capital europea que compitió con las armas contra Napoleón, y después abrazó una apertura ejemplar que albergó a David Bowie y a Leonard Bernstein cuando celebró la caída del muro, dirigió la Novena de Beethoven y resonaron las palabras de Schiller: «¡Abrácense millones de hermanos! ¡Que este beso envuelva al mundo entero!»

El fin de semana pasado se derribó otro muro en Berlín, la gran Filarmónica ofreció tres conciertos de temporada dedicados por primera vez a la música del continente americano. Del «padre del modernismo estadounidense», por mucho tiempo incomprendido Charles Ives, interpretaron una versión nítida y emotiva de su Segunda Sinfonía, escrita entre 1897 y 1909, pero que no fue estrenada sino hasta 1951, por el mismo Bernstein. La segunda obra del programa fue una versión vertiginosa del Primer Concierto para Piano de Alberto Ginastera, con el formidable pianista venezolano Sergio Tiempo, y en primer lugar, Téenek –Invenciones de Territorio, de Gabriela Ortiz. La respuesta de público y orquesta fue magnífica después de cada una de estas partituras, pero al terminar Téenek, en cada uno de los conciertos, la ovación fue la más sonora y explosiva.

En 1983 la orquesta repudió el ingreso de una mujer clarinetista, Sabine Meyer, en uno de los mayores enfrentamientos que tuvo Karajan con ellos; esta semana, contrataron por vez primera a una mujer concertino y la orquesta cuenta con mujeres prácticamente en todas las secciones, músicos de todos los puntos de la rosa de los vientos, y está en un período de rejuvenecimiento con caras cada vez más jóvenes. Gabriela Ortiz refuerza la presencia de mujeres con una fuerza avasalladora que confirma dicho cambio.

Habíamos escuchado ya con el mismo director, Gustavo Dudamel, flamante director de la Ópera de París y de la Filarmónica de Nueva York, el estreno de Téenek en la Ciudad de México y en el Hollywood Bowl con la orquesta de Los Ángeles, que está por dejar.

Con la Filarmónica de Berlín parecía una obra totalmente diferente. Obviamente Dudamel ha madurado, pero también su comprensión de la obra de Gabriela es mucho más profunda y esta vez no se dejó engañar por la aparente facilidad de la partitura. Desde los primeros dos compases, donde cuatro grupos de cinco notas ligadas desembocan en cuatro nítidas corcheas acentuadas, y luego los bajos tocan un ritmo sincopado no lejano a una habanera, que tampoco estuvo tan sabrosamente enunciado en la versión de los angelinos como lo marcaron, con rigor y alma los berlineses. Hay un grupo de músicos de la Filarmónica que tocan música latina con increíble estilo y virtuosismo: Bolero Berlin, que se autodenominan «el alma latina de la Filarmónica»; igual que otros grupos de integrantes de esta orquesta se concentran en la música barroca, contemporánea o los clásicos europeos, los miembros de Bolero Berlín, no necesitaban que nadie les explicara lo que es una cumbia, y sus versiones de temas de Agustín Lara son verdaderamente ejemplares, y por cierto, ¡ninguno de ellos es latinoamericano!

Pero no sólo ellos, sino cada una y cada uno de los miembros de esta orquesta asumió el reto y entregó su talento y su alma para ofrecernos una versión incandescente de la obra.

Dudamel por su parte, y gracias a la acústica de la Sala de la Filarmónica, modelo de la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM y otras, permitió una nitidez y un control dinámico increíbles, la obra es vertiginosa y cada nueva sección está marcada más rápido, piú mossopiú mossoritmico e molto energico, y hay que seguir al pie de la letra cada indicación o no se logra esa síntesis de modernidad y tradición que evoca la obra de Gabriela Ortiz.

Téenek, escribe atinadamente Alejandro Escuer en sus notas a la partitura «es la lengua que se habla en la región de la Huasteca, que abarca los estados de Veracruz, Tamaulipas, San Luis Potosí, Hidalgo, Puebla y Querétaro en México. Su nombre significa ‘hombre local’, en referencia a todos los hombres y mujeres que pertenecen a un lugar cuya mera existencia determina sus destinos en el tiempo y el espacio: sus territorios. En efecto, en cualquier región del mundo, los seres humanos de cualquier época determinan una forma de SER que trasciende el tiempo y define su relación con su entorno, sin importar su raza, color de piel, fronteras políticas o condición socioeconómica. Todos somos mortales, así como nuestros dominios, diferencias, fronteras y posesiones desaparecerán eventualmente, si no en décadas, en el curso de los siglos. Al final, los seres humanos trascienden tales condiciones y circunstancias simplemente SIENDO, existiendo culturalmente, por todo lo que queda.»

La huasteca más que una región con fronteras claras es una especie de archipiélago que flota en las nubes, y esa es la estructura de esta obra, sonidos inéditos que surgen como sorpresas para mostrarnos su belleza. Los músicos expertos también en el barroco y la música de vanguardia, lo comprendían y lo comunicaban.

Berlín es también un archipiélago de culturas, sonidos y aspiraciones modificadas por la realidad, capital de la ilustración de Federico el Grande, patrono de las artes, en especial la música y capital de los criminales planes de dominación mundial de Hitler. La ciudad no esconde sus historias, guarda en forma crítica y reflexiva sus descalabros y sus glorias. Como capital de un imperio, cuenta con invaluables archivos de todo tipo, no sólo Humboldt estudió México, algunos de los más antiguos archivos de grabaciones musicales tradicionales de nuestro país se guardan aquí.

El olvidado etnólogo y pianista Albert Friedenthal (1862-1921), viajó a Mexico cuando era muy joven y ofreció alguno de los primeros recitales con música de Chopin. También visitó varias regiones para anotar melodías tradicionales y comentarlas, «la canción nacional de México es la habanera pero hasta ahora ha sido mal escrita pues sus variantes rítmicas son mucho más complejas de lo imaginado si algún pueblo no muestra talento para la música, son los indígenas con el ritmo monótono y poco elaborado de sus ceremonias» También escribió un libro sobre el papel de las mujeres en la creación de las Naciones, lleno de interesantes y también terribles fotografías, su perspectiva colonialista y antifeminista, era característica de su época. Como el mismo Schiller escribió: O Freunde, nicht diese Töne! (Amigos, ¡ya basta de esos sonidos!).

Los sonidos cambiaron en Berlín y la voz de Gabriela Ortiz, la voz de nuestra América y la voz de México adquirieron como cómplices para amplificar su resonancia, a la mejor orquesta del mundo, el más poderoso director de la actualidad y el entusiasmo inusitado del público de una ciudad que ya no necesita ser capital de un imperio para mostrar su grandeza.


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Artículo publicado en el periódico Reforma el 20 de mayo de 2023,
reproducido con autorización del autor.

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