Les fleurs du mal

Álvaro Bitrán

Todo inicia con los aplausos.

De pie, agradezco la ovación, con esa mezcla de cansancio, satisfacción y un poco de irrealidad que suele acompañar el final de cada concierto.

Levanto por fin la mirada hacia el público, y tras las luces que me encandilan, distingo con terror su figura inconfundible:

El ramo de flores….

Entonces se desarrolla el protocolo tantas veces vivido:

Una mujer (siempre) guapa (casi siempre) se sube al escenario y me entrega las flores. Yo espero con curiosidad casi infantil el momento del beso, ese que por alguna misteriosa razón paraliza los aplausos por un instante y que me hace recordar: ” el paso del ángel…”

Y a partir de ahí empiezan los problemas…con una mano detengo el arco y con la otra el violoncello, mientras trato (con una sonrisa) de agarrar las flores.

Superada esta primera prueba, llego con ellas al camerino y empieza la secuencia de dudas:

¿Me las llevo al hotel? ¿Las dejo en el vestuario? ¿Las regalo? ¿A quién?

Después de tantos años de ser víctima de este ritual, lo único que me ha quedado claro es que un ramo de flores es uno de los regalos mas inútiles que se le pueden hacer a un músico.

La idea de llevar el ramo al hotel es descartada de inmediato por impráctica. Suficiente trabajo me cuesta cargar el violoncello, el maletín con las partituras, el atril y el porta-trajes.

¿Dejarlas en el camerino? Ni pensarlo, puede parecer una falta de respeto hacia los organizadores, que ajenos a todo este dilema se esforzaron por comprar un ramo tan bello.

¿La solución mas práctica? Regalarlas in situ….

¿Pero a quién?

Si me acompaña algún familiar o amigo, asunto solucionado.

Pero si no, la siguiente opción consiste en obsequiárselas (o regresárselas) a la chica que me las entregó… Pero si ella ya no está, entonces a la primera dama del público que se encuentre aún en la zona de camerinos. Y si ya se han ido todas, entonces tendrá que ser al técnico de luces, al ingeniero de sonido o incluso al policía de vigilancia, bajo el riesgo inminente de recibir miradas que mezclan el agradecimiento con la burla y la desconfianza …

Claro que el asunto se puede complicar aún mas cuando (además de las infaltables flores) somos obsequiados con otras maravillas tales como:

un libro (del tamaño de la guía telefónica de la Ciudad de México) con la historia  (ilustrada) de la obra de un prominente escultor local, los catálogos de los últimos quince festivales, la obra completa en tres tomos de un historiador del siglo diecinueve con la entretenida historia de las familias mas predominantes de la región y sus respectivos árboles genealógicos, un detallado tratado enciclopédico sobre la historia del bordado en hilo tan característico de la zona, etc.

Recuerdo, sin embargo, que hace muchos años, después de un concierto para la radio de Hilversum en Holanda, me regalaron un lapicero Parker negro. Fue uno de los momentos mas felices (post-concierto) de mi vida. Ese artefacto minúsculo lo conservé por muchos años, algo totalmente inusual en mí. ¡Solamente el prodigio mental de un pueblo capaz de ganarle terreno al mar había sido capaz de encontrar el regalo perfecto! Hice el esfuerzo de guardarlo, como un monumento a la inteligencia humana y a un cerebro brillante (y piadoso).

Estoy consciente de que no es fácil llegar a estos extremos de lucidez, por lo que aventuro otra solución para nuestros estimados anfitriones, y que sin duda será aprobada por el 99% de mis colegas músicos:

Preferimos ver el costo del ramo de flores sumado a nuestro dietético cheque, a ver un solitario ramo de rosas rojas agonizando la mañana siguiente en la habitación de un hotel anónimo.

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