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Desencuentros
Si como hemos visto antes existían gran disparidad ideológica entre residentes españoles y refugiados, también la hubo entre los propios refugiados: las diferencias entre republicanos de distintas corrientes, que se habían hecho más evidentes en los años de la Guerra Civil, viajarían con ellos a México. Aunque en bloque se les solía identificar con las facciones de izquierda, lo cierto es que entre ellos cabían todos los colores republicanos, desde las posturas liberales más progresistas hasta la más pura ortodoxia comunista. Varios de los músicos españoles con mayor visibilidad en la historiografía se sitúan en los distintos puntos de este espectro. Pensemos en un Rodolfo Halffter y su marcado izquierdismo, con presencia destacada en la política cultural republicana más radical en los años de la Guerra Civil; en el musicólogo y crítico catalán Otto Mayer Serra (1904-1968), comunista como Halffter, adscrito al Comisariado de Propaganda de la Generalitat de Barcelona durante la guerra y editor de cancioneros revolucionarios; en el aragonés Simón Tapia Colman (1906-1993), fuertemente vinculado a corporaciones anarquistas durante la Guerra Civil; o, en contraste con todos ellos, en dos republicanos de vocación liberal y democrática en la línea moderada de Azaña como serían Adolfo Salazar y Jesús Bal y Gay.
Los roces entre refugiados de la élite cultural, por razones políticas o sin ellas, requirió en ocasiones la intervención del propio presidente de La Casa de España, atento a preservar la reputación de la casa. Los músicos refugiados protagonizaron algunas polémicas, pero ninguna tan significativa como la que ocurrió con motivo de unas provocadoras declaraciones de Salazar dirigidas “a quienes se habían dejado ganar la guerra”, entre los que por cierto no se contaba a sí mismo. Halffter recogió el guante en indignada carta a Reyes, solicitando unas disculpas públicas que Salazar acabaría por no negarle. Pese a haber sellado la paz en México tras años de discordias originadas en España, las tensiones nunca cesaron aunque sí amainaron. Sin proponérselo, Bal acabó siendo el fiel de la balanza en la relación de este par de músicos irremediablemente unidos en el exilio por una causa común pues esta vez a Salazar y a Halffter les había tocado pelear en una misma trinchera. (Fig. 8)
El dilema del retorno
Los exiliados que habían dejado en España a familiares y seres queridos sabían que la correspondencia llegada de determinados puntos, particularmente de México, era sometida a una escrupulosa censura. Cualquier indiscreción, por inocente que pareciera, podía comprometer a quien recibía la carta; y eso era suficiente razón para que se tomaran precauciones que hoy podrían parecer exageradas. Hubo quienes enviaban sus cartas a otros familiares o amigos residentes fuera de la Península de manera que los sellos postales no delatasen la procedencia mexicana; después, ellos se encargaban de cambiar el sobre y remitirlas a los verdaderos destinatarios en España. Esta forma triangulada (México-Lisboa-Madrid) la empleó Salazar para enviar y recibir las cartas de su madre.
Pero el temor a causar problemas sin duda inhibió la comunicación entre quienes se hallaban fuera y quienes habían permanecido en España, y de algún modo ensanchó la distancia. En abril de 1939, Salazar recibía en Nueva York las primeras noticias de sus amigos Ernesto y Alicia Halffter; a vuelta de correo les advierte:
De buena gana os hubiera telegrafiado enseguida, pero sabía por experiencia que mientras durase la terrible locura que nos ha destrozado […] no debía escribirse para no causar trastornos inherentes a estas épocas y yo, por mi parte, me había impuesto el deber de no tener contacto con la otra parte del conflicto, ya que mi madre había quedado en la zona de Levante. Hasta hace poco he podido tener noticias regulares suyas, pero supongo que desde la nueva situación habrán de producirse trastornos postales que puedan afectarla mucho (¡va a cumplir 74 años!). [1] Carta de A. Salazar a A. y E. Halffter, México, D.F, 1-IV-1939. Adolfo Salazar. Epistolario…, pp. 400-401.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial supuso un compás de espera para los refugiados, por lo que Salazar hubo de enfrentar la situación con paciencia, al menos hasta que el previsible triunfo de los Aliados hiciera caer el régimen del dictador. En su correspondencia de aquellos días observamos cierta resignación de su parte frente al rotundo cambio producido por el inicio de las hostilidades en Europa. En carta a Ernesto Halffter, entonces renuente a dejar Lisboa y volver a España, le aconsejaba: “Haces muy bien, no vayas por ningún motivo. Respecto a mí: ya te lo digo: hay que despedirse de nuestra vieja España por una temporada que puede durar dos o tres años ¡o un siglo! […] Si yo tengo aquí a mi madre y parte de mis libros y aquí no estallan los volcanes (que me parecerán fuegos artificiales al lado de lo que he visto), todo irá bien”. [2] Carta de A. Salazar a A. y E. Halffter, México, D.F., 7-VIII-1939. Adolfo Salazar. Epistolario…, p. 429.
Sus gestiones para llevar a México a su madre fracasan rotundamente, a pesar de la ayuda prestada por las autoridades mexicanas y sus incondicionales amigos en Lisboa. La desconfianza de las autoridades hacia quienes tienen familiares en México es enorme. La madre intenta ocultar las verdaderas intenciones que hay detrás de su solicitud de pasaporte, pero el régimen tiene ojos y oídos en todas partes. Los funcionarios de la Dirección General de Seguridad le dan largas, exigen avales, ir y venir con nuevos documentos; todo, para finalmente denegarle el documento para viajar. Doña Juana se convence de que es una artimaña de Serrano Suñer (su firma aparece en el oficio correspondiente) para forzar el regreso de su hijo a España y poder encargarse de él. Seguramente fue así.
La recurrente idea del retorno
El retorno en los exiliados, como lo demuestra la literatura que ellos mismos generaron, aparece como una idea recurrente, especialmente cuando al finalizar el conflicto en Europa se esfumaron las esperanzas de que el gobierno de Franco se hundiera como el de Hitler o el de Mussolini. Para la mayoría de los exiliados, el regreso, más que una ilusión alimentada por el deseo de recuperar la vida y el hogar perdido, devino en verdadera obsesión. Pero aún pudiendo volver no era fácil decidirlo. Muchos refugiados habían echado raíces en el país o no se encontraban ya con el ánimo o la edad para emprender el camino a la inversa, lo que en ocasiones suponía un nuevo desgarramiento del núcleo familiar. A esto hay que sumar los riesgos de la vida en la España de la posguerra y la suerte que podría esperarles a los vencidos, según el grado de compromiso adquirido durante la República y el conflicto. A ello contribuía, en primera instancia, el endurecimiento de las políticas de Franco hacia los republicanos, a quienes dio en perseguir con afanes de venganza en la primera fase del régimen, como bien se sabe.
A muchos defensores de la República, o a quienes se habían ganado la reputación de rojos, los habrían llevado al paredón la “Ley de responsabilidades políticas” de 1939, a la que se añadirán la de marzo de 1940 sobre la represión de la Masonería y el Comunismo –en vigor hasta 1963 –, y la Ley sobre la Seguridad del Estado, de 1941. La Ley marcial, que establecía el delito de rebelión militar para toda una serie de actos perpetrados por los oponentes del levantamiento de julio de 1936, se mantiene hasta 1948. En noviembre de 1966 Franco permite la extinción de responsabilidades políticas para las personas exclusivamente en lo que respecta a los acontecimientos que tuvieron lugar entre el 1 de octubre de 1934 y el 10 de julio de 1936. Pero solo será hasta el 31 de marzo de 1969 cuando prescriban los delitos cometidos durante la Guerra Civil. Es decir, que, durante 30 años, el régimen no contempló la promulgación de amnistía alguna, tan solo una serie de gracias, aunque parciales y limitadas, a los delitos de derecho común. [3] G. Dreyfus-Armand, “Diversidad de retornos del exilio de la Guerra Civil española”, en Historia Social del movimiento obrero. Retornos (de exilios y migraciones), Cuesta Bustillo, J. (coord.), Fundación Largo Caballero, Madrid, 1999, pp. 149-159.
A Salazar no le alcanzó la vida para beneficiarse con la derogación de ninguna de estas leyes; todo esto entró en vigor en fechas posteriores a su muerte acaecida en septiembre de 1958, cuando estaba por cumplir veinte años en México. Aunque por su aparente buena adaptación al país y la creciente admiración que le profesó el medio intelectual mexicano Salazar pudo dar la imagen de alguien plenamente satisfecho con su vida en México, lo cierto es que solo hasta que su enfermedad terminal lo dejó sin fuerzas, haría todo por volver. La añoranza ha quedado reflejada en su correspondencia, como es posible advertir en uno de tantos ejemplos: “Me preguntas en tu carta si no he pensado en la posibilidad de mi regreso: no hay un solo día, o mejor dicho, una sola noche que no deje de pensarlo. Pero por el momento no cabe hacer otra cosa sino pensar. Ya van muchos años de ausencia: casi diez, que en nuestras condiciones son casi como treinta: de manera que cuando me veas te encontrarás con un viejo”. [4] Carta de A. Salazar a E. Halffter, México, D. F., 3-XII-1945. Adolfo Salazar. Epistolario, p. 452.
Por lo demás, Salazar confiaba en que podría obtener la autorización para volver libre de peligro pues contaba con suficientes amigos en el nuevo régimen. Pero incluso personas de su confianza fracasaron en su intento de recuperar para él su antigua plaza en Correos. Con un vergonzoso juicio de depuración por medio y tras ser considerado peligroso para los intereses de España, la plaza jamás le sería devuelta; su nombre quedaría incluido hasta su muerte en la lista de enemigos del régimen. En 1949, durante un viaje de trabajo por Europa, anunciaba a Reyes desde París su intención de llegar hasta Hendaya “para ver desde el otro lado del río las montañas de mi infancia”. [5] Carta de A. Salazar a A. Reyes, París, 19-V-1949. Adolfo Salazar. Epistolario, p. 711.
Fue lo más cerca de España que pudo llegar. Unos días después, le comunica a Chávez desde Hendaya: “Le escribo a la vista de España –mi paisaje de niño–, que he vuelto a ver hoy con gusto, pero sin emoción. / Mis afectos, mi casa y mi país están lejos de aquí” [6] Carta de A. Salazar a C. Chávez, Hendaya. 25-V-1949. Adolfo Salazar. Epistolario, p. 712.. (Fig. 9)
El regreso definitivo de Bal y Gay
“El desterrado –como ha señalado un insigne representante del exilio español – al perder su tierra se queda aterrado (en su sentido originario: sin tierra) el destierro no es un simple trasplante de un hombre de una tierra a otra; es no sólo la pérdida de la tierra propia, sino con ello la pérdida de la tierra como raíz o centro” [7] A. Sánchez Vázquez, Del exilio en México. Recuerdos y reflexiones, México, Grijalbo, 1997, p. 36.. Tal idea define muy bien el sentir del matrimonio Bal-García Ascot con respecto a su condición en México. Aunque no podrían obviarse las alegrías y experiencias agradables, lo cierto es que el país de acogida, como ocurrió con otros exiliados, jamás les compensó sus pérdidas. La falta de apego en estos casos suele deberse a varias razones. Se ha sugerido que esta situación se dio más comúnmente entre los refugiados de lo que se ha creído. En términos generales, la adaptación fue más fácil en el seno de familias numerosas, y, especialmente, en las que además había hijos menores ya nacidos mexicanos o llegados a corta edad. Lo que no fue el caso de Jesús Bal, quien en el aspecto emocional sólo parecía depender de su esposa.
Como hemos señalado en trabajos previos, con frecuencia se escucha que Bal no logró aclimatarse plenamente a México hasta hacerlo su segunda patria, como fue el caso de otros exiliados (Halffter, sin ir más lejos). Cuentan quienes frecuentaron al matrimonio que la obsesión por el regreso llegó a ensombrecer su vida cotidiana y a darle a ésta un cierto carácter de provisionalidad. Bal vivió en México una polifacética actividad profesional, cultivó relaciones envidiables, perteneció en su momento al núcleo de músicos más influyentes y a los centros culturales relevantes de la Ciudad de México. Aun así, queda la impresión de que ni él ni su esposa se resignaron a vivir lejos de España. [8] C. Carredano, “Donde las olas los llevaron…”
En 1962, para aliviar la nostalgia emprenden un primer viaje a España en calidad de turistas. Se pasean por Granada, Sevilla, Madrid, Santiago. Aparentemente allí se les aclaran las cosas y surge la certeza de que el largo capítulo de México está por tocar a su fin; dos años más tarde, Bal publica La dulzura de vivir, un relato que, de acuerdo con C. Villanueva, solo se explica ante la proximidad del retorno; ese mismo año se jubila como investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas y comienza a cobrar su retiro. El regreso definitivo se produce en 1965, cuando Bal solicita la baja voluntaria de Radio UNAM, cierra la cortina de la galería y sube al avión de la mano de su esposa. Todo apunta a que salieron discretamente, como vivieron siempre, y sin mostrar la baraja completa. Varios años después, en México aún había quien esperaba su regreso, incluso personas de su círculo más cercano. (Fig. 10)
Pero esta vez el matrimonio había viajado con intención de quedarse. Bal se presenta como profesor de composición en los prestigiosos cursos internacionales “Música en Compostela”; a partir de entonces se suceden las entrevistas y presentaciones, el retorno a su Lugo natal y posteriormente el estreno en su propia ciudad de Serenata para cuerdas con la Orquesta Nacional de España, en un intento –se ha dicho- por recuperar la memoria local. La prensa, críticos y varios interesados en su biografía recogen sus palabras, y cubren las idas y venidas del músico lucense, alternándolas con sus recuerdos del pasado. Un año después de la muerte de Franco, Bal es nombrado “Lucense del año” por la Asociación de la Prensa de Lugo”; en 1977 es elegido miembro correspondiente de la Real Academia Gallega. Después proliferan otros premios y distinciones; surgen nuevos críticos y estudiosos interesados por la difusión de su música [9] C. Villanueva, “Cronología”…. Bal recupera su identidad en España y México lo relega al más absoluto olvido.
Halffter: peregrino en su patria
Bien podría asegurarse (porque así lo piensan quienes lo trataron) que Rodolfo Halffter tuvo en México una vida bastante feliz. Con tesón y trabajo, el músico madrileño se labró un sitio importante durante su largo exilio y triunfó plenamente como compositor y maestro. Como colofón a su carrera, en estas tierras se le rindieron homenajes emotivos; sus mejores músicos serían colegas entrañables y sus más encendidos panegiristas. Pero Rodolfo –nos dice Antonio Iglesias su principal biógrafo y artífice de la reincorporación de Halffter en la vida musical española – “siempre pensó en su España, en todo momento, sumando a su felicidad de tantos años, la consiguiente alegría inmensa del retorno” [10] A. Iglesias, Rodolfo Halffter…, p. 69.. Sin embargo, el músico no vivió añorando el regreso definitivo pues si en algún momento lo contempló como un proyecto a futuro, con el tiempo acabaría por descartarlo. Halffter echó en México profundas raíces y por lo que repitió hasta el cansancio, nunca estuvo dispuesto a cortarlas y empezar de cero: ni siquiera cuando pudo ir y venir con plena libertad.
La idea de regresar comienza a tomar forma y sentido para Halffter en 1960, cuando Emilia viaja a hurtadillas a España para ver a su madre antes de morir: a partir de entonces pensó en volver. [11] Ibídem, pp. 178-179.
A través de su sobrino Cristóbal Halffter se habían producido sus primeros acercamientos profesionales con la España franquista. Tras veinte años en el exilio, sus obras también se escuchaban en este país por obra de intérpretes que disponían de sus partituras, pues jamás se le prohibió a nadie ejecutarlas en los años de la dictadura. [12] Ibídem, p. 128.
Las gestiones posteriores del sobrino solicitando su entrada a España, se resuelven favorablemente tras intenso pero necesario papeleo con objeto de evitar cualquier contratiempo al antiguo comunista. [13] El 28 de marzo de 1963, Jaime M. de Orense, Secretario de la Embajada en la Representación de España en México, comunica a R. Halffter el certificado de autorización de entrada al país. Ibídem, p. 177.
En 1963, el matrimonio Halffter viaja a España en calidad de turistas y se alojan en casa de la familia. Aunque algunos, llevados por el rencor –en palabras de Iglesias–, conspiran por el sorprendente arribo de un rojo, la crítica, en su mayoría, interpretó su regreso al margen de toda política, tal como lo haría el influyente Federico Sopeña al darle la más cálida bienvenida en su columna de ABC.
Al año siguiente, Halffter vuelve a España para asistir como invitado al I Festival de Música de América y España. [14] A los festivales de América y España se suceden otros festivales y cursos: Semana de Música Religiosa de Cuenca, Festival Internacional de Música y Danza de Granada, Cursos Internacionales Manuel de Falla, Cursos Universitarios de Música en Compostela.
Animado por la buena acogida durante el viaje, exterioriza sus deseos de incorporarse más estrechamente a la música española y manifiesta públicamente la intención de alternar en el futuro su estancia entre México y España: seis meses en cada lugar, con objeto de recobrar su vieja identidad, conservar la adquirida en el país de acogida y, sobre todo, ocupar el sitio en el magisterio musical español que las consecuencias de la guerra impidieron.
A manera de conclusión
Hemos visto, a través de estas páginas, tres situaciones distintas en las que ocurrió el desplazamiento de los músicos republicanos, siendo la salida forzada, en dos de los casos, la única solución posible ante el riesgo que suponía su permanencia en España. Se comprueba, a partir de los ejemplos seleccionados, el amplio mosaico de tendencias políticas que constituyó el bloque del exilio, también en el caso de los músicos; la desigual implicación ante el conflicto, así como los distintos tiempos y matices que jalonaron los procesos de adaptación e inserción al medio, como ha quedado a la vista. Para Salazar, con España siempre en el recuerdo, el exilio en México acabaría por ser su última morada, muy a pesar suyo. Bal, de quien siempre se dijo nunca se resignó a vivir fuera de su país, pudo sin embargo volver y hasta cierto punto recuperar su identidad gallega y española; solo que el precio que debió pagar fue el del largo olvido que siguió en México a su marcha definitiva. No pocos creyeron en España que Halffter acabaría decidiéndose a volver definitivamente, sobre todo por cuanto esto podría beneficiar a su salud. Pero él siempre lo tuvo muy claro: sus raíces estaban en España, pero sus afectos en México. Finalmente, el compositor madrileño recuperó su identidad musical en España y aceptó con gusto el papel que la crítica le asignó como el puente de unión entre la música de la llamada Generación del 27 y la del 51. Por eso, quien le preguntó en sus repetidos viajes de ida y vuelta sobre la impresión que Madrid le causaba, siempre obtuvo la misma respuesta: “Me parece que nunca lo hubiera dejado”. [15] Ibídem.
Referencias
↑1 | Carta de A. Salazar a A. y E. Halffter, México, D.F, 1-IV-1939. Adolfo Salazar. Epistolario…, pp. 400-401. |
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↑2 | Carta de A. Salazar a A. y E. Halffter, México, D.F., 7-VIII-1939. Adolfo Salazar. Epistolario…, p. 429. |
↑3 | G. Dreyfus-Armand, “Diversidad de retornos del exilio de la Guerra Civil española”, en Historia Social del movimiento obrero. Retornos (de exilios y migraciones), Cuesta Bustillo, J. (coord.), Fundación Largo Caballero, Madrid, 1999, pp. 149-159. |
↑4 | Carta de A. Salazar a E. Halffter, México, D. F., 3-XII-1945. Adolfo Salazar. Epistolario, p. 452. |
↑5 | Carta de A. Salazar a A. Reyes, París, 19-V-1949. Adolfo Salazar. Epistolario, p. 711. |
↑6 | Carta de A. Salazar a C. Chávez, Hendaya. 25-V-1949. Adolfo Salazar. Epistolario, p. 712. |
↑7 | A. Sánchez Vázquez, Del exilio en México. Recuerdos y reflexiones, México, Grijalbo, 1997, p. 36. |
↑8 | C. Carredano, “Donde las olas los llevaron…” |
↑9 | C. Villanueva, “Cronología”… |
↑10 | A. Iglesias, Rodolfo Halffter…, p. 69. |
↑11 | Ibídem, pp. 178-179. |
↑12 | Ibídem, p. 128. |
↑13 | El 28 de marzo de 1963, Jaime M. de Orense, Secretario de la Embajada en la Representación de España en México, comunica a R. Halffter el certificado de autorización de entrada al país. Ibídem, p. 177. |
↑14 | A los festivales de América y España se suceden otros festivales y cursos: Semana de Música Religiosa de Cuenca, Festival Internacional de Música y Danza de Granada, Cursos Internacionales Manuel de Falla, Cursos Universitarios de Música en Compostela. |
↑15 | Ibídem. |