Jacques Ibert
Jacques Ibert

Pauta |34|

Cuadernos de Teoría y Crítica Musical

Vol. IX, No 34, abirl, mayo, junio de 1990

Director: Mario Lavista

Jefe de Redacción: Luis Ignacio Helguera

Presentacion

Las puertas de cartulina de Pauta 34 se abren para el lector a una reunión de poetas malditos y rebeldes que hablan en un idioma de poemas en prosa —algunos de los cuales no tiene Ravel más remedio que vertir simultánemante en tres de sus piezas para paino más difíciles y suculentas—, ensueños feéricos, fantasías de insmonio , dedicatorias a la música, cuentos crueles, romanzas con palabras. Brinda ahí con su copa, en una embajada francesa del sueño, Ortiz de Montellano y Octavio Paz, mientras Bertrand y Mallarmé discuten sobre poesía, sobre Ravel y Debussy y no se ponen de acuerdo. La fiesta es en honor de César Franck, Jacques Ibert —de quines hay retraros en la sala «Notas sin música»— y Miguel Bernal Jiménez, de quien se leen documentos, así como un poema de Piña Willimas dedicado a Franck, impresos en las servilletas de tela. Los agitadores de las bebidas tienen en las puntas las caritas sonrientes de Franck, Ibert y Bernal Jiménez.

Se oye maullar a los gatos en las puatas de las ventanas… El señor Poppel dicta una conferencia sesuda sobre el metrónomo cerebral —a la que sólo asisten unos pocos, pero eso sí, apasionados, pues saben a lo que van —, D´Indy co(i)mparte las leccioens de música de Franck, Henryk Szering toca prodigiosament con Ibert al piano la Sonata de Franck, Franck toca sin titubeos en el órgano el Concertino de Bernal Jiménez, Bernal Jiménez toca «El burrito blanco » de Ibert, Lukas Foss dirige con sabia batuta unas partituras de Savinio para orquesta y dos pianos peligrosamente prepardos, pianos peligrosamente melancólicos y memoriosos —ay, cómo evoca esta música la del también pianista Felisbert Hernández, o viceversa—, la soprano «La musa inepta» entona y desentona unos villancicos del famoso compositor español Villancico… Todos los salones estaban invadidos de música y se podía ir de uno en otro sin riesgo de perder nota…

José Durand llegó con su cuento sin música cuando la fiesta y la música habían terminado, como su propia vida. Sólo encontró fondos de copas, colillas de cigarros, restos de canapés y manchas frívolas en la alfombra. Desconcertado, se sacó el cuento del bolsillo, lo desarrugó, dudó, lo leyó al fin, en voz alta, tenso, nervioso —mucho más de lo que nunca imaginó que estaría—-, original, cálido, magnífico. Un cuento sobre el vaivén marino del viaje de la vida y sobre los contagios mortales de las relaciones humanas enfermas. Cuando terminó, emocionado, miró en torno. Nadie. Pero los painos y los muebles de la embajada del sueño sonaron y resonaron de pronto, de golpe, sordos pero acordes, como deseperanzándose lentamente del ambiente enrarecido ebrio de la fiesta.

L. I. H

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