Perifoneo

Emilio Hinojosa Carrión

«Ante la duda: performance.»
Mónica Mayer

I.


 Este ensayo no empieza desde el silencio ni desde el orden. Comienza con una explosión cotidiana: una bocina mal calibrada anuncia que se perdió un perrito, que se vende gas, que el señor Eduardo ruega a la señora Amalia que deje de ver a su esposo. El día no inicia: estalla. Y en medio del ruido, entre distorsiones, me siento a escribir. La escritura no encuentra su origen en la calma, sino en el zumbido incesante de una ciudad que no se calla. ¿Se puede pensar con tanto ruido? Tal vez sólo así.

II.


 Antes de nombrar, se anunciaba. No como dato, sino como gesto. Gritar para que suceda. Decir para que exista. El perifoneo no es solo un método de comunicación: es una práctica de presencia. Gritar se vuelve real. Lo que se susurra puede no existir, pero lo que se vocifera se encarna, se ensucia, se imprime en la memoria colectiva. Hay sonido en la memoria. Y hay memoria que sólo se activa con sonido.

III.


En Jamaica, una bocina rota funda una revolución sonora. King Tubby, al girar un vinilo, no sólo genera música: genera un cuerpo. El sound system es más que un equipo: es una teología portátil del bajo. Es una manera de hacer temblar el mundo. La calle se transforma en altar, el remix en modo de protesta. Repetir es resistir. El eco se vuelve arma. ¿Puede una bocina ser una herramienta de insurrección poética? No busca fidelidad, busca alma. La música deja de ser solo música y se convierte en una vibración compartida, una coreografía eléctrica.

IV.


 Andrea Martinez no captura imágenes. Las deja suceder. En su fotografía no se trata de iluminar sino de acompañar la sombra. La imagen no está allí para revelarse, sino para ser intuida. Como en Rembrandt, la luz no es protagonista: lo es la oscuridad que la sostiene. Las fotos de Andrea invitan al desplazamiento: la imagen cambia cuando te mueves. Lo visible no es fijo. Lo que parece claro, a veces, sólo es un borde. Lo siniestro no necesita gritar. A veces solo está, expectante, mientras lo observamos sin saber que nos mira de vuelta.

V.


Le pregunté qué es la luz y me respondió con exactitud: fotones, ondas, partículas sin peso. Objetividad pura. Yo quería metáfora, recibí ciencia. “Antes de que hubiera ojos, no había sombras.” La afirmación me atravesó. Un axioma cuántico con aroma a génesis. Pero si la sombra es una invención de la mirada, ¿qué hay de la voz? ¿Qué hay del oído? ¿Existía el ruido antes de que alguien lo escuchara?

VI.


Recorro Chametla, Santa María Ahuacatitlán, cualquiera de esos pueblos donde las noticias todavía no llegan por pantalla, sino por altavoz. Una moto cruza el aire. Una voz que no pide permiso ocupa el espacio sonoro. Todo se dice. Todo se escucha. Lo privado se vuelve eco colectivo. El chisme, la advertencia, la muerte anunciada: todo cabe en una bocina. El perifoneo no es sólo método, es dramaturgia. Es la estructura invisible de la narrativa comunitaria. No se trata de radio, sino de territorio sonoro. El sonido, aquí, no acompaña la vida: la organiza.

VII.


Andrea no busca el instante decisivo. Busca lo que resuena después. En sus imágenes hay zumbido, grano, electricidad suspendida. La luz se mueve, dice. Y si la luz se mueve, hay que moverse con ella. Escucharla es como leer una interferencia. Lo que parece estático, vibra. Lo que parece claro, murmura. Sus fotografías no son documentos: son capas, texturas, ruinas de algo que ya pasó pero no se fue.

VIII.


 La memoria también tiene un timbre. El paisaje sonoro construye archivo sin necesidad de estanterías. Los cohetes, los gritos, los motores que no descansan, los pájaros que insisten cada madrugada: todos ellos conservan algo. Son testigos. Las bocinas también migran, también lloran, también vigilan. El sonido que incomoda es también el sonido que resiste. Incluso el ruido puede ser una forma de cuidado.

IX.


El performance no es necesariamente un acto. Puede ser una forma de vida. Habitar la escena cotidiana como si fuera un gesto artístico. Gritar cuando ya no se puede hablar. Cantar cuando el silencio pesa. Amplificar la existencia para que no pase desapercibida. La consigna de Mónica Mayer se convierte en mantra: ante la duda, performance. Porque en el performance se gesta también una forma de sobrevivir.

X.


Este ensayo no cierra. Se disuelve como una señal en baja frecuencia. Como una canción que nadie apagó. Porque incluso cuando ya nadie habla, las aves siguen cantando. Como si el mundo, aún roto, pudiera seguir amaneciendo. Como si el sonido, último recurso, primera herramienta, fuera la forma más fiel de decir: estamos aquí.

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