Hoy me tocó otro de esos días inesperados que aparecen a veces en las giras, mismos que por razones totalmente ajenas a nuestra voluntad quedan totalmente libres.
Me ha sucedido en muchos países, y de manera notable en los Estados Unidos, México e Italia.
Hoy tocó en Washington, USA. La capital de uno de los países más importantes del mundo, y que huele a mariguana en cada esquina.
Pero no era hoy un día cualquiera, ya que anoche cayó tal nevada que provocó, además de que nos cancelaran la actividad didáctica que había programada esta mañana, un paisaje inesperado y absolutamente hermoso.
El gran parque, que es esta ciudad, estaba totalmente cubierto de nieve.
Lo engalanaban enormes y majestuosos árboles, que sin embargo lucían secos, chuecos, como tristes bajo esa luz gris de invierno boreal.
Al fondo de ese cuadro, parpadeaban unas lucecitas azul y rojo. Unas diez patrullas de policía escoltaban a lo lejos a una multitud que marchaba coreando consignas políticas.
Ese paisaje y esos gritos de protesta me llevaron de manera inmediata a pensar en el conflicto de Gaza.
Más precisamente en el hecho de que cada vez se endurece más la presión alrededor del mundo para que Israel acepte que la única solución posible al milenario conflicto árabe-israelí, es la creación de dos estados.
Y esa larga lista de países incluye cada vez más a los Estados Unidos afortunadamente, ya que es desde mi punto de vista el único país que podría -por la vía de la paz- hacerle al actual y nefasto gobierno israelí cambiar de opinión, lo cual por cierto urge.
En fin, mis pensamientos volaban de manera aleatoria enmarcados por esos hermosos paisajes invernales y frente a los magníficos y antiguos palacios que albergan hoy a muchos de los principales museos del mundo.
Y entre cuadros de Rembrandt, Gaugin, Monet y otros, mis pensamientos me condujeron a terrenos mucho más personales y humildes.
En los viajes siempre abundan los ingredientes desagradables: la impersonalidad de los aeropuertos con los cada vez más frecuentes retrasos o cancelaciones de vuelos, el levantarse o dormirse a horas absurdas, la presión de los conciertos, la soledad, etc.
Pero también hay muchos momentos hermosos. Como este, en el que me siento profundamente feliz de estar aquí, disfrutando de unas de las últimas giras del Cuarteto. Porque sabemos muy bien que no somos eternos, y que el final se aproxima de manera misteriosa, pero a pasos agigantados.
Y como no sabemos cuál ni cuándo será ese final, el Cuarteto Latinoamericano no se despedirá con un magno concierto ni con un gran anuncio. Tampoco con una fecha fija.
Ni mucho menos aún con una gira de despedida.
Seguramente algún día alguno de nosotros cuatro ya no podrá tocar igual de bien como ahora debido a alguna causa física. Y ese será el momento de “colgar los arcos”.
Nosotros moriremos de muerte natural.
Por cierto, recientemente vi el anuncio de unos músicos populares que decía:
“Juntos por última vez”…jajaja.
Pero aún no, hoy soy feliz.
El presente (esta especie de Andante Maestoso por el que estoy atravesando) no se parece en nada a la tormenta que alguna vez fueron mis viajes.
A esas giras alocadas, largas, llenas de conciertos, aeropuertos, amigos, felicidades, éxtasis, preocupaciones y desgracias personales…
Así fueron las tremendas giras por más de 40 años.
Un potente cocktail de cansancio y adrenalina, no cabe duda, en el cual viajé como una hoja arrastrada por una corriente poderosa.
Además, cargando en el maletín un promedio de treinta partituras, algo totalmente inaudito para un cuarteto de cuerdas, que suele viajar con unas doce obras, es decir unos tres programas que estarán repitiendo durante toda una temporada.
En fin, lo recuerdo con nostalgia, lo admito.
Pero eso de ninguna manera significa que lo extrañe.
Hoy en día la perspectiva de estar más tiempo en casa y cerca de mis seres queridos, me seduce más y más.
“Juntos por última vez” … jajaja.