Heterofonía | 27 |

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Revista publicada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura
| Número 27 | noviembre-diciembre 1972

Directora: Esperanza Pulido

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De los editores

MÚSICA ALEATORIA

Música aleatoria colectiva, con porvenir, nos pareció la ideada por José Antonio Alcaraz después de escucharle a Juan José Arreola la recitación de El retorno maléfico de Ramón López Ve/arde. Desde entonces comenzó a rumiar en su mente la música que podría convenirle al adorable poema y después de adquirir ciertos instrumentos musicales, de juguete algunos y otros improvisados, invitó a una cantante, a un recitador y a varios músicos para llevar a cabo su proyecto. La mezzo Alba Zatz, Federico Ibarra, Thusnelda Nieto, Consuelo Luna Pablo e Iván Zatz y Miguel Flores aceptaron entusiasmados la idea de improvisar sobre la «partitura» de López Velarde en que José Antonio convirtió la poesía aludida, de la que transcribimos un fragmento:

Mejor será no regresar al pueblo
al edén subvertido que se calla
en la multiplicación de la metralla.
Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.
y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha.
su esperanza desecha.

Hay en el resto del poema versos sonoros, como «goteando su gota categórica»; onomatopéyicos como «entre las telarañas zumba y zumba» o «tuerza la chirriante cerradura»; o nostálgicos : «mi sed de amar será como una
argolla —empotrada en la loza de una tumba». En fin, una poesía de esas que atraen a un músico sensitivo. Pero José Antonio no compuso previamente ninguna música; de antemano había ideado lo que quería de sus colaboradores, reunidos de la Libreráa Universitaria ante una corta, pero interesada concurrencia. Los instrumentos musicales —aparte de las gratas voces de la cantante y el narrador— eran copas de cristal (nos vino a la mente el sticcado pastorale de Benjamín Franklin), campanitas, armónicas, sonajas, tamborcitos, una arpita veracruzana, un raspador, sonidos producidos a boca cerrada por los músicos. Alba Zatz improvisaba sobre partes del texto que Miguel Flores narraba, a veces él solo y otras repetía en una especie de heterofonía con la cantante. Los músicos glosaban a comentaban, ora juntos, ora por grupos de instrumentos.

José Antonio dirigía con ademanes firmes, como si se tratara de una partitura que se supiera de memoria, induciendo en los instrumentistas las inflexiones musicales que le sugería el poema. Alba gozaba recreando libremente los versos. Cuando dijo el narrador que alguna señorita cantaba en algún piano alguna vieja aria, Alba entonó una frase de L’Incoronazione di Poppea de Monteverdi. Antes se habían escuchado cuatro o cinco notas del vals Sobre las Olas. El conjunto de los sonidos musicales era polifónico, o armonioso en el sentido contemporáneo del término, aunque, quizá sin proponérselo, produjeron los ejecutantes algunos acordes perfectos. Si el «moderno» López Velarde hubiera estado allí, le habría fascinado la interpretación musical de su poesía, como nos fascinaron al auditorio, tanto la primera, como la segunda versión aleatoria que nos ofreció el grupo. Esta forma de improvisación colectiva cargada de emotividad, nos parece ideal. No aquella en la que sólo entran el cerebro, los números y el azar.

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