El pasado 10 de julio, de este 2023, dentro de las actividades del Tercer Concurso de Clarinete del Conservatorio Nacional de Música y el Primer Simposio Iberoamericano de Clarinete bajo, una lista numerosa de quienes fuimos formados como clarinetistas por Luis Humberto Ramos (Fresnillo, 1950), nos reunimos para rendirle homenaje en ocasión de sus 45 años de docencia. Fue un maratón de tres horas muy emotivo para quienes estuvimos ahí.
El maestro comenzó formalmente su labor como profesor de clarinete en la Escuela de Perfeccionamiento Ollin Yoliztli en 1978; nacía ahí también junto a su carrera como pedagogo esa escuela, entonces como brazo educativo de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, portento musical de nuestro país que acababa de fundar el maestro Fernando Lozano con el auspicio político de Doña Carmen Romano de López Portillo, y de la que Luis Humberto Ramos fungió como primer clarinete durante sus primeros años. Es una de las épocas que recuerda con mayor orgullo en su trayectoria profesional.
Más tarde, a finales de la década de los 80, fue director de esa escuela y profesionales, hoy destacados de todas las disciplinas y no solo del clarinete, recuerdan con especial cariño su paso como alumnos durante ese periodo; el apoyo que les brindó, las oportunidades que les consiguió, la atención personal, estratégica e integral que les prestaba.
Tras su paso luego por el Conservatorio Nacional, la Escuela Superior de Música del INBAL, la hoy Facultad de Música de la UNAM, y la Escuela de Música de la Universidad Autónoma de Zacatecas, y de las innumerables visitas a conservatorios como profesor visitante lo mismo en los Estados Unidos que en Centro y Sudamérica, los resultados de esta actividad se ven reflejados en la presencia de sus egresados en prácticamente todas las orquestas profesionales del país, así como en la labor de quienes han forjado una carrera como solistas y algunos ya como profesores de la siguiente generación de clarinetistas; “una generación con la que no hubiéramos podido competir”, me suele decir… pero que no existiría sin su influencia, he pensado yo.
Para esa tarde, tuve el privilegio de ser convocado junto a mis colegas por el Dr. Alejandro Moreno, catedrático del Conservatorio, mi hermano musical y responsable de convencer a Luis Humberto de aceptar -por fin- una reunión de esta naturaleza, para hacer intervenciones habladas: “el estandupero de la tarde”, como dijo Toño Rosales.
Cuando supo de la reunión, la maestra Ana Lara me pidió recoger algunas de mis notas para publicarlas aquí. A ella, a Alejandro y sobre todo a Luis Humberto, gracias.
I
Siempre me llamó mucho la atención, me pareció simpático; palabra que nos inculcó él en nuestro vocabulario, pues la usaba a menudo para describir música que no le parecía ni buena ni demasiado mala, pero de la que prefería no hablar demasiado en contra, que el maestro del clarinete de México, “el decano” como me lo presentaron hace veintiocho años, hubiera sido más bien autodidacta.
Sobre todo porque somos dados a revisar linajes pedagógicos, tradiciones, escuelas, y a lo largo de estos años que llevo de conocerlo, primero de aprenderle y luego de estudiarlo, he llegado a la conclusión de que precisamente su principal legado está en su actividad como maestro. En el propio método que fue creando y perfeccionando, en la propia escuela que fue construyendo, en los alumnos -no me gusta nombrarnos exalumnos- que están regados en todo el país.
Ha sido solista, ha realizado una labor en la música de cámara muy especial, ha sido director de instituciones y festivales, grabado muchísimos discos, pocos saben que es coleccionista de arte, todavía algunos menos que también fue peluquero… y hace poco le escuché decir a Fernando Domínguez que su legado estaba en las tantísimas obras que inspiró, que le escribieron, que comisionó y grabó. No hace falta enumerarlas, algunas sobrevivirán a la historia y así aseguró ya que se recordará su nombre.
Una de ésas se escuchará aquí en un momento más. Las dos ocasiones que tuve oportunidad de salir de México como estudiante, las primeras veces que salía solo al extranjero, pensé que al saber que era mexicano, me preguntarían por el tequila. Estando entre clarinetistas, las primeras palabras que salían de mis interlocutores no eran ni la bebida, ni los tacos o el mariachi, sino “¡Ah, México! ¡Madrigal!” (refiriéndose a la obra para clarinete solo que le escribió Mario Lavista).
Así que Fernando puede tener algo de razón. Pero la actividad que más ha marcado a la música de México, la vida práctica, la vida real, en lo que se escucha cuando se escucha un clarinete, es la de maestro.
Y por eso también es que este homenaje hoy me parece el más importante de todos.
A lo largo de estos años lo he visto recibir muchos homenajes, premios, reconocimientos; por conciertos, por su trayectoria, por algún disco, por algún cumpleaños incluso. Pero se los han dado las instituciones. Y éste de hoy es de nosotros, maestro: ha hecho viajar a gente para estar hoy aquí, porque seguimos trabajando con el compromiso, la entrega y el amor por la música que nos enseñó.
II
El maestro Luis Humberto empezó con el clarinete como muchos en México, en una banda, a los once, doce años. Como en muchas bandas, le dieron un clarinete, o el clarinete llegó a él… y le acomodaron los dedos, le dijeron “ahí está el do, ¡busque las demás!”. Eso fue todo y lo que sigue es la historia que nos tiene aquí. Y es la historia que él construyó, haciéndose responsable de los aciertos y de los errores.
Llegó aquí al Conservatorio en 1966, y claro que estudió con el otro gran maestro de la historia de México, Anastasio Flores. Pero el maestro Tacho se jubiló al año siguiente. Y él prefirió seguir su camino autodidacta, por ahí debo tener grabada la frase que usó cuando me lo contó, ya le había dado resultados ser autodidacta y así prefirió seguir. Yo quisiera que estas paredes del Auditorio Silvestre Revueltas hablaran para que nos contaran todo lo que hacía el maestro en esos ratos libres. Por ahí se dice que fueron muy divertidos.
Digo ratos libres porque el maestro ya tocaba, y ya tocaba todo. Ya Eduardo Mata lo había recibido en la OFUNAM. Y cuando después pudo ir a pasar una temporada a Viena como alumno de Rudolf Jettel, fue literalmente a lo que entonces llamaban “perfeccionarse”: no había mucho más técnicamente que desarrollar, muchos de esos estudios de Jettel que ahora se tocan en el último año de las escuelas, los revisaron juntos mientras Jettel los escribía.
Luego también hubo un par de temporadas que influyeron en su visión, la que pasó en Londres con Thea King y la de Los Angeles con Michele Zukovsky, pero la más importante fue la de Jettel; artísticamente, personalmente, pedagógicamente… y además es la que me gusta a mí mencionar porque es la que nos emparenta a nosotros con (Anton) Stadler, y por lo tanto con Mozart.
III
45 años de docencia. Y aquí está una representación de cada generación: desde el maestro Austreberto (Méndez), becario de la Filarmónica de la Ciudad, hasta sus alumnas actuales. Dos de ellos fueron mis propios maestros también, César (Encina) y Manuel (Hernández), otros mis compañeros, Anel (Rodrígiuez), Hugo (Manzanilla), Citlali (Rosas)… a otros los conocí porque de alguna manera el maestro hacía que nos conociéramos, Toño (Rosales), Emiliano (López Guadarrama), Alejandro (Moreno), en sus viajes a Zacatecas. Yo que siempre tuve curiosidad por lo que pasaba aquí, por saber quién eran quién, de todos ustedes fui sabiendo desde niño.
Ésa fue una de las características de su clase. Creo que a todos nos iba dando lo que cada quién íbamos necesitando. Sin saberlo, a veces creo que inconscientemente para él también. Yo siempre fui muy curioso por la historia, y siempre respondía a todas mis preguntas, fue muy paciente y generoso en ello; siempre me contaba las historias musicales y extramusicales, siempre me explicaba quién era quién en el medio, cómo se manejaba este ecosistema que a veces puede ser muy salvaje… ahora creo que todo eso es la base de mi trabajo como periodista.
Como crítico, siempre que veo a un director que no conocía, pienso en cómo me enseñó a detectar a un buen director desde la anacrusa, cuando escucho una sección de alientos a reconocer la calidad de una orquesta toda, cuando tengo que reseñar una obra de estreno, siempre lo pienso y la defino como buena, mala… o simpática. No sé si él lo ha pensado, si le guste reconocerlo o que yo lo diga así, pero en mi labor como crítico musical, con todos sus asegunes, está siempre presente y es un tanto responsable.
Creo que a todos nos fue encaminando, sugiriendo, alentando, preparando el camino particular para lo que hemos hecho… y creo que todos tendremos historias y reflexiones de cómo fuimos perfilando la carrera que finalmente decidimos hacer, basados en esos pequeños detalles que hacían diferente el trato y la clase con cada uno.
Y espero también recordemos con simpatía los momentos difíciles. Algunos me dijeron varias veces: “n’ombre, a ustedes ya les tocó más sencillo, a mí me tocó ver a fulanito salir llorando de su clase varias veces”. Pero yo me acuerdo de varias: una vez a los cinco minutos de empezar la clase me corrió con una frase que no olvido: “seguro no estudiaste lo demás y todo estará igual, no me hagas perder mi tiempo”, saliendo del salón para dejarme guardar mi clarinete e irme.
Hay dos citas que me dijo en alguna entrevista y que regularmente recuerdo cuando la gente me pregunta cómo fue como maestro, hablan de su labor docente, o al menos de cómo la ha entendido él.
Una de las preguntas era sobre esta filosofía de la que hablaba yo de encaminar la personalidad de cada uno de nosotros y que no tocáramos igual. Como pasaba con (Donald) Montanaro, con (Robert) Marcellus…
“Es una convicción. Lo que los debe unificar es la capacidad de hacer música y la capacidad de interpretar correctamente la música, de entender. No aspiro, como varios maestros que conozco, incluso en México, a que la gente toque como yo. Somos personalidades, somos individualidades. Yo mismo no soy el mismo de hace tres meses.”
Y luego pregunté sobre lo que había cambiado con los años: “A ser más puntual, pero no en el aspecto de llegar a tiempo, eso solo a los ensayos de orquesta; sino a detectar con mayor precisión las cosas y diagnosticar y corregir muy rápido. Soy menos paciente. Antes estaba dispuesto a que todo mundo podía tocar, no importaba que no hubiera talento, ése era mi reto: hacer que cualquiera pudiera tocar el clarinete. Ahora he llegado a una actitud más cómoda, busco las facultades de los alumnos, quiero trabajar con gente que tenga las mejores cualidades posibles.”
Felicidades, maestro, por estos 45 años de docencia. O mejor dicho: gracias.
El concierto-homenaje del 10 de julio, está disponible para verse desde las redes sociales del Conservatorio Nacional de Música:
https://www.facebook.com/conservatorioinbaloficial/videos/1000136777807614
Tocaron los siguientes clarinetistas:
Austreberto Méndez (Ollin Yoliztli), Filarmónica de la UNAM
Alberto Álvarez (Ollin Yoliztli), Filarmónica de la UNAM
César Encina (UAZ, UNAM), Camerata de Coahuila y solista
Hugo Manzanilla (UNAM), Sinfónica de la U. de Guanajuato
Emiliano López Guadarrama (UNAM), Orquesta de Baja California
Alejandro Moreno (Conservatorio Nacional), solista
Rodolfo Mojica (Ollin Yoliztli), Sinfónica Nacional
Antonio Rosales (UNAM), solista
Manuel Hernández (UNAM), Filarmónica de la UNAM
Paula Hernández (Conservatorio Nacional), Banda de Marina
Citlali Rosas (Conservatorio Nacional, UNAM), Banda de la Guardia Nacional
Anel Rodríguez (UNAM), Sinfónica de Minería
Ana Lilia Rodríguez (UNAM), sustituta recurrente en diversas orquestas
Alejandra Tapia, Schedar Mendoza y Sofía Jiménez, alumnas actuales del Conservatorio
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