Filippo Lippi: San Agustín y San Ambrosio
Filippo Lippi: San Agustín y San Ambrosio

Por qué nos llamamos Sonus Litterarum

La historia es de Ambrosio, pero aparece en un escrito de Agustín. El musicólogo de Hipona ha observado una misteriosa forma del silencio. Su maestro Ambrosio lee un libro, sin mover los labios. No necesita hablar para leer. Lee dentro de sí mismo. Se comunica con las voces de la escritura sin que nadie pueda saber qué le están diciendo. 

Es uno de los grandes trances en la biografía de Agustín. 

La lectura hasta entonces era oral, sonora, pública. El lector leía para los demás. Amplificaba el sonido del texto. Nadie había pensado antes en leer para sí mismo, en silencio. Es ese el descubrimiento de Agustín, que es a su vez un descubrimiento que Ambrosio ejecuta con una libertad desconcertante. Fue probablemente esa libertad la que condujo a la conversión de Agustín.

Eso que escuchó sin sonido, le explicó luego Ambrosio, es el sonido de las letras, que puede escucharse en el silencio: sonus litterarum

Ahí se encuentra, probablemente, el verdadero punto de inflexión entre los antiguos y los modernos: la modernidad es una forma de escucha. 

Hay una revolución en el sonus litterarum: Agustín escribe al respecto. Ha nacido una nueva forma de leer, que será un peligro tan grande que conducirá al cisma de la Reforma. 

Por mucho tiempo hemos considerado que la modernidad empieza con ella, pero en realidad surge siglos atrás, con la lectura silenciosa de Ambrosio.  La historia es quizás sólo una disputa por el derecho a leer.

Anónimo lombardo del siglo xvi, titulado “San Agustín y San Ambrosio compositores del Te Deum“.

El sonido de las letras: las letras tienen un sonido, una música, una realidad que precede y sucede a lo escrito. Así el quiasmo se hace posible. Si las letras tienen sonido, los sonidos tienen letras, las letras del sonido. El lenguaje es ante todo una música.

Muchos amigos y amigas nos han criticado con sorna divertida y afectuosa (bueno, a veces no tan afectuosa), por lo que leen como un nombre elitista, arcaico, imperial y pedante. Pero el latín fue algo natural y espontáneo, y en el fondo sigue siéndolo. Ante la fugacidad posmoderna, apostamos por esos hilos que unen muchas de las cosas que aún pueden ser unidas. Y porque el latín es una de las lenguas de la música, lo sepamos o no. 

Alguien nos propuso un nombre náhuatl: ¿y por qué no purépecha o rarámuri? O un nombre en castellano, quizás porque consideraron que ésta es una lengua menos imperial. 

En todo caso, el nombre es un proyecto, una ruta de viaje. Queremos instalarnos en las confluencias entre música y palabra, y sus vasos comunicantes. Sonus litterarum es el 4’33’’ de hace dos mil años. 

Si se prefiere, el nombre puede simplificarse en sonus, algo que parece estirarse desde la palabra sonido, como un artefacto palábrico, señalando sutiles matices: lo que suena, lo que es sonado, lo que podría sonar, lo que provoca las vibraciones que son el ser del sonido. Que a su vez es una declaración de universalidad: entendemos por música todo lo que suena (y su posible quiasmo simbólico).

El nombre es también un homenaje a dos grandes músicos: San Ambrosio y San Agustín.

Otro músico, Pascal Quignard, ha dedicado muchas páginas al tema. Él nos proporciona otras claves:

El lector silencioso es un ser cuya mirada no se vuelve hacia la ciudad, cuya voz no se dirige claramente hacia la asamblea de los iguales. Este ser es un ‹individuo›, pero la palabra es incomprensible en lengua griega. Es un antipolítico. Un apolitikos.

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Sonus litterarum, la literatura del sonido, acerca los textos y contenidos sonoros y académicos al rededor  de le música, entendimiento y estudio.

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