Me impresiona la canción de Paquita la del Barrio en la que no hay verso que no sea para insultar al ingrato, al cabrón, al maltratador, al mismo que antes insultó, humilló y golpeó a una mujer. No puede ser otra la razón de lo que en la canción “Rata de dos patas” se escucha como respuesta. Una respuesta sencilla que adjetiva, muy a la manera de la que podría responder cualquier mujer que vivió violencia del hombre que otrora, por amor, quiso estar al lado suyo y desde su sensibilidad más llana y furiosa, expresa lo que quiere decirle a aquel que estuvo pisoteando su dignidad que en el amor debe permanecer inmaculada.
Ahora que ha muerto Paquita la del Barrio, recuerdo la primera vez que la escuché por recomendación de Manuel Rodríguez Herrero, poeta que a finales de los ochenta, me enseñó a Joaquín Sabina y a Paquita la del barrio, porque él había visitado el restaurante de Paquita en la colonia Guerrero y la escuchó cantar. Y como se sabe, uno de los que primero en darse cuenta del valor de esta cantante dura, fue Carlos Monsiváis. Más tarde –y por recomendación del mismo Monsiváis–, Guillermo Ochoa fue a Zarco 202 de la colonia Guerrero, a su restaurante para escucharla y la invitó a su programa, que en ese entonces tenía una audiencia enorme. Paquita estaba nerviosa, porque nunca había estado en un estudio de televisión y después de aquella entrevista, su restaurante creció en clientela a la par que la fama de la cantante veracruzana.
Paquita surgió desde lo que podríamos llamar una vida llena de dificultades, como la de tantos que buscan a punta de arañazos, llevar aquello que saben hacer, a la tan buscada punta del éxito. No hay que olvidar que la juventud de Paquita, estuvo marcada por un amor de sumisión y el abuso de un hombre casado que la encontró con la frescura de los 15 años. Hombre mayor que la mantuvo –en nombre del amor–, con un pie en el cuello y con dos hijos de por medio. Allí es comprensible el odio de Paquita cuando huye de aquellas garras masculinas y en esta canción –que es su emblema al insulto que roza la comedia–, se manifiesta, “Animal rastrero”, le dice, “espectro del infierno”, “maldita sabandija”. Es claro que desde el fondo, se expresa el odio, después de haber sido martajada por el contrario odio masculino, porque no veo otra cosa en la violencia, que el odio a la mujer, como si fuera amor a la esclava.
No hay que dejar de lado que la carrera de Paquita comenzó al lado de su hermana Viola, formando un dueto (Las costeñitas o Las golondrinas) y que cuando Paquita por sí misma despegó en fama, hubo una quebrazón con Viola que eligió otro género en el que no tuvo el mismo éxito ¿Celos, envidia? No lo sé (Años después, las reunirían en distintos programas de televisión y, aunque afirmaban haber perdonado, la relación nunca se reestableció).
En la música popular, Paquita ocupó un lugar único, lo cual se refleja no solo en sus canciones, sino también en la selección de su repertorio para sus presentaciones, que atraían multitudes y ofrecían un respaldo a la mujer de una manera que no se ha visto en ninguna marcha feminista. En sus boleros, se ve claramente que busca esa respuesta vengativa y efectiva contra el hombre. Lo dice muy claro en una canción que le escuché cantar: “¿Que qué traigo con los hombres? ¿Que por qué diablos los odio tanto? Si son la causa de tanto llanto. Mi abuelo burló a mi abuela, mi padre dañó a mi madre…”
La fama de sus canciones vino, entre otras cosas, por el humor perro del doble sentido y esa violencia merecida de los hombres que le hicieron daño. Y esa manera de decirle “¡¡Rata de dos patas!!” a un ladrón de la dicha amorosa, lo justifican las mujeres en los humos de la embriaguez y la unión de muchas frente a Paquita que le grita al que la ultrajó: “Me estás oyendo, inútil”. Son canciones del ardor las suyas, letras de un humor del que nadie se salva ni hay modo de esconderse.
Veo en los conciertos a los hombres mohínos, avergonzados, tibios, tímidos, con risitas nerviosas o apocados ante la andanada poderosa de esa voz compacta de la cantante que canta desde sus viejas heridas y con la intención de herir a lo pelón al que hirió.
Paquita nunca fue feminista como lo llegó a manifestar abiertamente, aunque hay quien creyó que ejerce esa vocación. No, Paquita está emputada porque los hombres (y ha dicho cuales) la hicieron sufrir, la engañaron, la pisotearon, la sometieron. Por eso, provoca en las mujeres una embriaguez libertadora a la que ellas se adhieren y la acompañan para responder, y que también tiene sus efectos de rebeldía y conciencia, al mostrar que, allá arriba, en el escenario, una mujer tiene la fuerza, el valor y, sobre todo, la libertad de dar una respuesta -a lo macho-, contra la violencia, la traición y el abuso de los hombres hacia las mujeres.
Y Paquita compara al perverso con una rata, con un perro que se arrastra y le pide perdón al perro, “por compararlo contigo”. Su ironía va desde el insulto, hasta la burla de la inutilidad sexual, que es una de las humillaciones más grandes al macho. En alguna canción, le llama “jarabe de pico”, “mi bello durmiente” “pobre pistolita no disparas nada, ni de vez en cuando”. Una ironía sencilla para la burla del macho tan cierta. Y viene este verso amenazador y definitivo: “Hombres malvados ya les cantamos, o se componen o los capamos”.
Descanse en paz Paquita la del Barrio, que se hizo justicia con su propia voz.