Antonio Corona | Tombeau

El pasado 9 de septiembre falleció nuestro amigo y colega Antonio Corona, luego de un mes terrible. Le extrañamos sus amigos, sus colegas, sus alumnos, su familia. Mucha gente le quería especialmente. Un hombre brillante y humilde. Amoroso con profundidad shakespeariana. Hoy deseamos seguir despidiéndonos, haciéndolo presente de todas las formas posibles.

Toño será siempre recordado con cariño y admiración inconmensurables.

Mario Iván Martínez

Flow My Thears

Antonio Corona | Mario Iván Martínez



Adriana


La naturaleza humana es tan débil y mezquina que resulta sumamente difícil no caer en las trampas del ego cuando se ama tan profundamente como yo amo a Antonio; saber que ya no está en este plano terrenal me produce una inmensa tristeza y a la vez un sentimiento de gratitud por todo lo que me brindó amorosamente.

Antonio fue mi compañero y cómplice de vida durante 27 años, tuve el privilegio de amarlo y sentirme amada; producto de esa amorosa y maravillosa relación fue nuestra única y preciosa hija, Fátima Corona a quien amamos profundamente; ahora debo continuar  tejiendo con inmensa paciencia y sabiduría sus alas, para que, llegado el momento, ella emprenda un vuelo seguro y armonioso para cumplir con el destino que le toca vivir. 

Antonio era o es tan etéreo, ¿será porque era músico o géminis? A veces lo percibía como un papalote que le encantaba elevarse, yo, sostenía amorosamente el hilo que nos unía al mundo, y me elevaba feliz con él, para maravillarme del Universo del arte, sobre todo el de la música, bailábamos con el viento, entre las nubes y los arcoíris, bajábamos las estrellas que amorosamente acomodábamos en la almohada de nuestra hija, para que nunca le faltara la luz que guiara su camino.

El 9 de septiembre el hilo se rompió y ahora él se eleva más lejos, era el día, era la hora, y yo me caigo de las nubes, intentando emprender mi propio vuelo.

El recuerdo de Antonio es como un pájaro que llega a posarse en mi mano, me canta, me riñe, me llora, me toca, me hace cosquillas…y se va.

Antonio dejó en cada uno de nosotros una huella y ésta se seguirá manifestándo en cada uno de nosotros mientras vivamos.

Siéntate,
bebe
y gozarás
de una felicidad
que Mahmud no conoció.

Escucha los melódicos laúdes
de los amantes:
son los verdaderos salmos de David.

No te abisme el pasado
ni el futuro.

Que tu
pensar no traspase
lo presente.

He aqui
el secreto
de la
paz.

Rubáiyát, de Omar Khayyám 

Uno de los poetas preferidos de nuestro querido Antonio.

Tu Cielo, Adriana Candia


Mario Iván


En 1985 dos estudiantes mexicanos radicaban en Londres becados por el Consejo Británico; uno de ellos realizaba su doctorado en musicología histórica en King´s College London y el otro cursaba la carrera de teatro en la Academia de Música y Arte Dramático de Londres, LAMDA.

Un fuerte temblor ocurrido en la capital mexicana el 19 de septiembre de ese año repentinamente les impidió conocer el paradero de sus seres queridos ¡por más de un mes! Ambos acudieron a la embajada de su país en el Reino Unido con la esperanza de obtener noticias.

Entre ellos nació entonces una amistad y colaboración profesional duradera y entrañable. Fue así que tuve el privilegio de conocer al que se convirtiera en mi colega, amigo, maestro y compadre, el doctor Antonio Corona Alcalde.

Hace ya más de una semana que repentinamente nos dejó y hasta hoy me resulta posible honrar públicamente su memoria como es debido; celebrar su existencia, agradecer a la vida el haberme puesto en el camino de este hombre sabio, divertido, de inusitada inteligencia y generosidad.

Toño se deleitaba de igual manera con las complejidades armónicas de los compositores medievales, renacentistas y el barroco novohispano, que con una canción de Chava Flores, un son jarocho, una canción de Cri-Cri o la poesía gastronómica inherente en el mestizaje de un chile en nogada.

Juntos grabamos y dimos a luz a un programa de música isabelina renacentista inglesa que no dejamos de presentar durante 25 años. Éste afirmó nuestros lazos fraternos a través de la música. Nuestra comunicación en ella, era casi telepática.

Sin preguntarle le acercaba su café express y bastaba escuchar su respiración para unirnos en la comunión de aquellas creaciones deleitosas. Toño aceptaba tocar con o sin honorarios, lo importante radicaba en abrazar la oportunidad de hacer música juntos.

En palabras del maestro Antonio Esquerro con las que comulgo:

«Antonio era un pensador, un filósofo, que se preguntaba el por qué de las cosas, ejemplo de humildad, bonhomía y sabiduría desde la sencillez, que es el pensamiento más inteligente y a la vez más humilde que un hombre puede asumir. Con su guitarra cantó a la vida e hizo que otros aprendieran también a hacerlo».

Yo definitivamente, fui uno de ellos.
Gracias compadrito.
Buen viaje.

Mario Iván Martínez


Anastasia


Mi amado hermano Antonio Corona Alcalde se fundió con el universo: luz de tantas vidas, enorme artista, musicólogo, maestro. Gracias por todo lo que transformaste mi vida, por entender tan de fondo mis inquietudes musicales. 

Fuiste primer titulación en guitarra de la FAM, primer titulación en los edificios de Coyoacán de la FAM, premio PUN (Premio Universidad Nacional) pionero en el estudio de la música barroca y los sones jarochos, huastecos y en general de la música tradicional latinoamericana —publicaste el primer artículo en Inglaterra, donde te  doctoraste, siendo reconocido, además como máxima autoridad mundial en tus áreas de investigación musicológica

Hermanito sabio, gentil, amoroso, brillante, ¿y ahora cómo será la vida sin ti? No acabo de asimilar tu ausencia física, solo sé que siempre has estado y estarás, que así como protegiste y guiaste mis pasos en vida y en la música, lo seguirás haciendo por siempre y que algún día volveremos a abrazarnos, muy fuerte.

Es tanto lo que has hecho por mí: libros de partituras y cancioneros de Violeta Parra y Víctor Jara que me trajiste de Chile, ensayos de Leo Brouwer, colecciones enteras de libros sobre armonía, contrapunto, sabías tan bien por donde seguirme construyendo, pero sobre todo hacerme sentir que mi granito de arena al mundo del arte tiene sentido y razón. 

El día que pasamos juntos en el Hospital 20 de noviembre, escuchaste mis últimas obras, la Suite Tollán y Patlaniliztli, me impacta pensar que en estos momentos solo tú las conoces.

Hicimos Guitarra Mexicana juntos para la serie Testimonio Musical del INAH, premio CANIEM 2017, tú sencillo, pero sabíamos bien que tú fuiste el coordinador de la coordinadora. 

Dejas una enorme cantidad de artículos, libros, tesis revisadas, grabaciones.

Y de tu compañía, amparo, protección, contención en los momentos más dolorosos de mi vida, ¡Ay! Estuviste como mi amado hermanito mayor, siempre, no fallaste nunca y sabías exactamente qué hacer.

Nos acompañamos cada cumpleaños, navidad, año nuevo, velorio, fiesta, siempre en familia porque eso somos… sabemos bien que no es una cuestión de sangre, sino de vincularnos quienes nos hacemos bien y crecer. Y tú has sido una bendición en mi vida, en muchas vidas, y esa luz, hermanito mío, no se apaga nunca, “el amor es más fuerte que la muerte” 

Eres tremenda eminencia, pero sobre todo un ser humano extraordinario que hizo de este un mundo un lugar mucho mejor, como decías que era obligación hacer en nuestros pasos terrenales.

Mi hermanito: eres luz infinita que siempre estará con nosotros. Mi corazón llora y bendice tu gloriosa existencia. 

Suenen laúdes, guitarras, jaranas, charangos. Antonio Corona se ha vuelto cuerdas en el infinito, su inmenso corazón se une al canto de las estrellas y nos apapacha cósmicamente por toda le eternidad. 

Gracias, aquí estamos de la mano Adrianita, Fátima, Radamés, Quique, José Antonio, Adriana, Esther, Rodrigo, Lourdes, Mario Iván, Itzel, Sofi, Juan Carlos, Beatriz, Xilonen… y tantos más que te amamos. Hasta siempre.

Anastasia Sonaranda
Ciudad de México Tenochtitlán


Mónica


Mi querido Doc: 

Le dejo una breve hasta luego, pues en mi pensamiento, usted seguirá muy presente. Reitero la corta extensión, haciendo honor al dicho al que usted me remitía cada vez que dilataba las reflexiones sin necesidad: “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.  

Lo reencontraré, Doc, cada vez que relea alguno de sus textos, cultísimos e impecables, pero además de lectura amena. Lo recordaré en conversaciones y asesorías. Estas últimas en los lugares menos escolares, como el comedero de la esquina, el restaurante de acá o el café de acullá; raras veces en la sala de maestros, eso hacía todo más entretenido, más humano. 

Recuerdo que nunca abrazó el estereotipo del académico acartonado; su disposición para conmigo siempre fue prudente y ecuánime, pero a la vez afable, cordial y afectuosa. No olvidaré sus sabios consejos y su enorme capacidad de escuchar, ambas incluidas en el paquete de las tutorías. No puedo dejar de lado su gran sentido del humor. Lo visualizaré en una broma ingeniosa o algún chiste de humor negro. 

Sólo me resta añadir que para mí fue un privilegio haber sido su alumna. 

Gracias por ayudarme a trazar el camino de mis intereses académicos a lo largo de los años.

Gracias por compartir sus conocimientos conmigo de una manera tan desprendida y por haber sido parte fundamental de logros significativos en mi vida. 

Gracias por su apoyo constante a ideas y proyectos que parecían fuera de órbita. 

Gracias por sus valiosas aportaciones a mi vida, en el plano de lo académico y lo personal.

Gracias por transmitirme una visión lúdica de la investigación; que, en suma, para mí se traduce en nutrir la curiosidad y encausarla con entusiasmo por los caminos del aprendizaje y el conocimiento, sin miras a reconocimientos externos. 

Gracias de todo corazón. No dudo que emprendió usted el viaje con la serenidad que siempre lo caracterizó. Descanse en paz, mi querido Doc. 

Mónica Espíndola


José Antonio


Tombeau
Para rendir homenaje a un músico que viajó a un nuevo plano de la existencia

Quizá recuerden que la tombeau (tombó en francés), que significa tumba, fue un género musical del Barroco de carácter solemne, lento y meditativo, que se componía para rendir homenaje a un gran personaje o en honor de un amigo o ser querido, tanto en vida (paradójicamente) como después de muerto. Podía ser un homenaje de un músico para otro músico, como en el famoso caso de Maurice Ravel con Le Tombeau de Couperin (1917). 

El 9 de septiembre de 2021 falleció el músico y musicólogo Antonio Corona Alcalde, después de librar una ardua pero breve batalla contra el cáncer. Sin duda, esta fecha será recordada no sólo por sus familiares y amigos que lo queremos y disfrutamos de su amable compañía, sino también por no pocos colegas músicos, investigadores, maestros y alumnos que lo respetan y aprecian en México y otros países, con quienes compartió su sapiencia musical tanto erudita como popular. 

El proyecto de crear una plataforma multimedia sobre la música, que concibió Luis Jaime Cortez, fue comentado, imaginado y enriquecido en varias reuniones y viajes que compartimos los tres en los últimos años. Desde el germen de la idea, Antonio Corona se entusiasmó con el proyecto y acordamos que él se encargaría de llevar (y cuidar) los temas de música antigua que le fascinaban.

Ya que Antonio no alcanzó a ver el diseño final ni el lanzamiento de Sonus, decidimos dedicarle el momento de su inicio “en línea”, su presentación en sociedad el 22 de septiembre de 2021, a manera de homenaje por quienes gozamos la fortuna de su amistad y recibimos su valiosa y entusiasta colaboración académica. Además de sus ideas para diseñar la plataforma, él contribuyó con algunos de sus textos para su difusión entre un público más amplio que el de las revistas internacionales especializadas en las que él solía publicar sus trabajos musicológicos desde los años ochenta. Más aún, albergamos la esperanza de, si logramos reunir la mayoría de sus artículos y ensayos, algunos de difícil acceso, escritos en inglés o francés, poder publicar las obras completas de Antonio Corona. Este sería, nos ha parecido, el mejor homenaje que podemos rendir a un amigo e investigador que ya no está entre nosotros, proyecto editorial que sin duda le daría felicidad y satisfacción al ver reunida su obra dispersa, escrita durante más de cuarenta años de trabajo académico. 

Este ambicioso proyecto editorial sería de mucha utilidad no sólo en México, sino también en los países que acogieron y motivaron a Antonio desde sus estudios juveniles hasta sus trabajos de madurez, como Inglaterra, España y Estados Unidos, ya que, salvo algunos de sus textos que se han vuelto clásicos (imprescindibles, en el mejor sentido, por su originalidad y aportación académica), la obra musical y musicológica de Antonio Corona aún no es bien conocida entre los colegas, maestros y alumnos que le guardan admiración y respeto. 

Después de recibir la sorpresiva y triste noticia de su viaje a otro plano de la existencia hace apenas doce días, Sonus litterarum convocó a varios de sus amigos, colegas, músicos, investigadores, maestros y alumnos, a escribir textos breves y compartir fotografías y otros recuerdos personales que nos permitieran iniciar nuestro propio homenaje, entre otros tributos que ya le están (y seguirán) rindiendo sus amigos, colegas y admiradores de las instituciones académicas en las que él colaboró durante su fructífera vida. Entre ellas, la Facultad de Música de la UNAM y el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical (Cenidim) del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). 

Después de un año de su proyecto de investigación sobre la historia de la guitarra en la Nueva España, Antonio entregó al Cenidim en 2002 un sólido manuscrito de más de 300 páginas, que permaneció archivado después de que dejara nuestro centro para continuar su labor académica en el posgrado de la Facultad de Música de la UNAM, que también coordinó durante un par de años. Unos días antes de su muerte, cuando aún estaba en el hospital recuperándose de su operación, Antonio pidió hablar conmigo para recordarme de ese trabajo y pedirme si lo podía ayudar a recuperarlo, ya que quería citarlo y usarlo en su nuevo (y esperado) libro sobre la guitarra hispánica. Desde luego le prometí que hablaría con el actual director del Cenidim para recuperar su texto inédito, promesa que ya no pude cumplir en su vida pero que cumpliré como una de sus últimas voluntades. 

En su querida Escuela Nacional de Música (hoy Facultad de Música) de la UNAM, donde primero fue un alumno destacado y, si no recuerdo mal, el primer estudiante de guitarra en recibir el título de licenciatura en 1979 (cuando esa escuela estaba aún en la calle de Mascarones, antes de mudarse a su nueva sede en Coyoacán), con una espléndida tesis (La Vihuela, sus músicos y su música) que ya lo anunciaba como una promesa de la investigación musical, y después un notable profesor, de los más requeridos por los jóvenes aspirantes a musicólogos. Además de amigo y colega, yo me sentía su alumno cuando él me permitía asistir a sus clases y seminarios en dicha facultad, sólo para darme el gusto de seguir aprendiendo de él y sus alumnos en sus cátedras de Historiografía, Historia de la teoría musical e Historia de la música en México. Y suelo recordar, con íntima modestia, que él sonreía cuando me veía entrar a sus clases para seguir conversando sobre los temas más queridos de su vocación musicológica, para luego ir a comer en compañía de sus alumnos más brillantes y queridos, donde la conversación podía continuar y fluir al amparo de un buen vino o mezcal, que tanto disfrutaba.

Estoy cierto de que no faltarán recuerdos y evocaciones de otros colegas mexicanos, españoles e ingleses. Y quizá algunos silencios elocuentes de ciertos colegas que, no los culpo, envidiaban su rigor y solvencia académicos. Pero no dudo en afirmar que Antonio Corona es ya reconocido como uno de los mejores investigadores de la historia de la guitarra hispánica y otros cordófonos punteados tales como el laúd, la vihuela de mano y las guitarras renacentista y barroca. Sus artículos fueron publicados en revistas internacionales como Lute Society of America Quarterly y The Journal of the Lute Society. Y sus notas discográficas eran requeridas por intérpretes de prestigio internacional como Hopkinson Smith, Paul O’Dette, Shirley Rumsey, Isabelle Villey y otros músicos ingleses para acompañar sus grabaciones del repertorio hispánico del viejo y del Nuevo Mundo. 

Mucho es lo que nos deja Antonio Corona con todo lo que hizo en su vida como músico y musicólogo. Después de una vida tan intensa en arte y sabiduría, puede descansar en paz y seguir su camino sereno a un nuevo plano de la existencia, donde tarde o temprano todos nos volveremos a encontrar…

José Antonio Robles Cahero


Edgar


Leí por primera vez el nombre Antonio Corona Alcalde hace más de dos décadas, cuando adquirí un disco del conjunto vocal de música antigua Ars Nova, con repertorio de música novohispana. Desde ese momento quedé impresionado con sus arreglos e interpretaciones, en laúd y guitarra barroca, que aderezaban de manera extraordinaria la polifonía virreinal de los siglos XVI y XVII. Años más tarde tuve la fortuna de conocerlo de manera personal, fue mi profesor en varios de los seminarios que cursé en mis estudios de maestría. Quiero referirme a mi querido y admirado profesor en varios sentidos, tomando como punto de referencia su labor como docente.

Pienso que una de las finalidades más importantes que tiene la docencia es la de estimular el aprendizaje y dejar así un legado activo en sus estudiantes, por ello, encuentro pertinente articular mi testimonio en función de los numerosos cambios e influencia que sus enseñanzas provocaron en mí y en mis compañeros. 

Primeramente, quiero destacar que el Doctor Corona siempre fue una gran persona, que se relacionaba de manera amable y generosa con todos sus alumnos. Una de sus virtudes más admirables es que nos transmitía su sabiduría de una forma totalmente espontánea y natural, a través del buen ejemplo, pues él fue un músico integral, que se desempeñó equilibrada y complementariamente como intérprete, editor, investigador, musicólogo, profesor, etcétera, por todo ello, la musicalidad de sus arreglos e interpretaciones son producto del profundo conocimiento de la teoría y estética del repertorio; la solidez de su producción musicológica es absolutamente coherente con la agudeza metodológica que lo distinguió; la eficacia de su legado como profesor reúne múltiples factores, uno de ellos fue, indudablemente, su gran sentido del humor, al mismo tiempo acompañado de una justificación objetiva, para despertar en sus alumnos el interés, la curiosidad, la crítica, etc. sobre algún tema o propósito determinado.

Ha pasado casi una década, desde que estuve en el aula como su alumno, y aún tengo presentes varias de sus frases, muchas de sus enseñanzas han pasado a mis estudiantes, por ello y mucho más, mi cariño y admiración hacia el Doctor Corona se mantendrán siempre: ¡Gracias por tanto, querido Maestro! 

Edgar Calderón


Elena


Por vez primera escuche el nombre de Antonio Corona de Toño Robles Cahero hace veinte años, cuando me acompañó a la terminal de autobuses. Estábamos tomando un jugo de naranja y comentó: 

–Tengo a un gran amigo, también toca laúd y queremos hacer conciertos juntos. 

Luego, unos cuatro años más tarde, cuando en nuestro viaje por Rusia, estábamos sentados en un bar cerca del Monte Cáucaso, y, tomando un cerveza rusa Sibirskaya Corona (Corona siberiana), José Antonio comentó: 

–Le voy a mandar esta foto a Antonio Corona. 

Se notaba que eran grandes amigos, y me comentaba muchísimo de su familia, de su hijita Fátima, entonces muy chiquita, y de su esposa Adriana y siempre hablaba de ellos con mucho amor. 

Ya había visto a Antonio Corona en fotos que me mandaba Toño, pero finalmente, cuando regresé a México en 2006, lo conocí en vivo, cuando entré a su casa y entonces comprendí cómo era esta familia. 

La palabra que más describe en todos los sentidos a Adriana y a Antonio es GENEROSIDAD. Cada reunión en su casa era una verdadera fiesta, llena de risas, de chistes, de historias, de música, de comida exquisita y fina, de bebidas sofisticadas y selectas, creo que allí literalmente se hacía una digna ilustración a esa expresión tan mexicana tirar la casa por la ventana. Y siempre se sentía uno ahí como en casa, en familia. Protegido, querido, bienvenido y acobijado. Después de mi separación Antonio Corona fue la primera persona quien, al enterarse, al día siguiente me llamó y me dijo que yo siempre sería su amiga y que siempre sería bienvenida. Recuerdo cómo me salieron lágrimas de la emoción y gratitud. 

Me queda claro que siempre fue y será para mí un gran amigo, en primer lugar. Pero como músico y colega-musicólogo siempre le veré como un gran ejemplo de calidad, de elegancia en el discurso, de riqueza en el vocabulario, de agudeza mental. 

Estoy orgullosa de haber sido su colega y alumna en el programa de Doctorado de la UNAM, y su última revisión de mi tesis doctoral en abril fue para mi la mejor clase de castellano, y de cómo escribir.

Adiós, querido amigo. Extrañaré tus chistes y tus inagotables refranes, tu alegría y ligereza de espíritu al transitar por la vida. Esa frase que dijiste una tarde cuando caminábamos por el centro de Coyoacán:

“dolor siempre habrá, pero sólo de ti depende si aceptas el sufrimiento”.

Esta maravillosa y sabia filosofía, este amor por la vida… me quedo con este recuerdo de ti, Antonio, y lo llevaré guardado en mi mente y en mi corazón. 

Elena Kopylova


Tocayitzin


(Elegía)

Conocí al Dr. Antonio Corona a finales de junio del año 2003, en mi segundo viaje a México y el tercero al continente americano. Había oído hablar de él. Todo bueno. Gran profesional, hombre formado en Inglaterra, tipo serio. Fue en un curso-taller en el que, con vistas a aplicar sus contenidos a la colección Jesús Sánchez Garza que custodiaba el CENIDIM, tuve oportunidad de explicar la normativa internacional para catalogación de manuscritos musicales del RISM (Repertorio Internacional de las Fuentes Musicales). Era entonces él vicedirector de aquella institución, y se mostró desde el primer momento acogedor, hospitalario y receptivo con todo aquello que yo pude impartir en mis clases, a aquel nutrido grupo de profesores e investigadores ―en su mayoría―, que comenzaron el curso con entusiasmo, aunque acabaran asistiendo apenas unos pocos. 

Pero, puntilloso e inquieto con ‘lo suyo’ él, y extranjero recién llegado yo, tampoco faltaron, desde el principio, algunas preguntas incisivas, que medían y probaban mi capacidad a la menor ocasión. Sin acritud, pero con cierta sorna, muy propia de su talante, la cual, con la inteligencia propia de quien calza un alto coeficiente intelectual, y con una sonrisa, podía igualmente desenmascarar al embaucador, que afirmar al colega. Creo que (o al menos eso espero) cumplí. Pero así era él, siempre alerta, ante un posible fraude o a las más nefastas medias verdades ante aquello de lo que él era responsable. Un hombre comprometido. 

Al mismo tiempo, y enseñadas las cartas de uno y otro, enseguida, la conexión ―franca y amistosa― se materializó para lo sucesivo. Y aunque alejados buena parte del tiempo por un inmenso mar, creo poder decir que fuimos amigos, lo que cultivamos en los numerosos viajes que, desde entonces, pude realizar a ese gran país que es México. 

Fue, sin duda, uno de mis referentes allá, musicólogo cabal de los pies a la cabeza ―como pocos―, exigente con los demás, como lo era, también, consigo mismo. Y con su pizca de humor británico, que le caracterizaba, y que gustaba sacar a relucir en cuanto se relajaba un poquito del rigor profesional. Porque era, nada más y nada menos, que ‘un Músico’. 

Compartimos a partir de entonces cursos, proyectos, alumnos doctorandos (cuando pasó a la ENM, luego FaM de la UNAM), viajes de investigación y, sobre todo, amistad. Y compartimos, también, colegas y amigos comunes. Incluso me llegó a alojar en su casa, desplazando para ello de su propia habitación a la pobre Fátima, con quien siempre estaré en deuda por su pequeño gran gesto. Gracias por eso. Cada viaje mío a la Nueva España (pues casi siempre el nexo se situaba en el estudio del período virreinal), Antonio era parte de la cumplimentación obligada, y deseada, en mi organigrama y plan de viaje. Intercambiábamos publicaciones, experiencias londinenses de ambos, chistes y diretes y, de cuando en cuando, algún buen tequila o un mezcal. Y fue pieza obligada de los proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Ciencia español que dirigí, en los que él se integró como parte indispensable del equipo de investigación, como compañero de trabajo. Publicó con nosotros, en Barcelona, en Anuario Musical, revista decana de la disciplina en España, un jugoso artículo sobre ‘musicología forense’, que todavía da qué hablar entre los afcionados y profesionales de la guitarra. Sentó cátedra.

Y ahí parece que le veo, aferrado a su guitarra y explicando con su gracejo particular las imágenes proyectadas en una gran pantalla, perfectamente preparadas para complementar su ‘speech’, subido al estrado de un salón de actos en el que conferenciaba, y luego tocaba, para aclarar las diferencias entre un laúd, una tiorba o un archilaúd, y una guitarra de seis órdenes. O cantándome las alabanzas de aquella omelette de huitlacoche que pidió para mí, para que la probara (¡soberbia!), de excursión a Pátzcuaro, en compañía de Luis Jaime Cortéz. 

De charla exquisita ―gran conversador―, siempre ameno y con la anécdota lista en el disparadero, Antonio Benigno Felipe (que hasta en eso de los tres nombres era respetuoso con la historia y la tradición) solía sorprender a los amigos ―sospecho que también algo coqueto― cuando llegaba ataviado con algún sombrero, unos huaraches chulísimos o un foulard que denotaba su antigua estancia europea allá por los primeros ochenta, de personaje progresista salido de un Mayo del ’68 que llevaba con galanura, cuando no con barba peculiar y cola de caballo que ataba el cabello cano a la espalda. Gustaba de pequeños placeres (y supongo que también de grandes), y no hacía ascos a una buena pipa de tabaco, que aromatizaba el entorno y le daba aquel aire profesoral de Londres o Cambridge, con su saco de pana provisto de coderas de fieltro y su cachimba en la mano, mientras comentaba algo sobre tal o cual pieza de Bach, o sobre ese músico indígena del XVIII, del que siempre tenía alguna cosa edificante e inesperada que contar, de donde se extraía una enseñanza. Un tipazo. 

Se nos fue, en suma, un gran enseñante, un Maestro, universitario por vocación y músico por devoción, un amigo. Y en esto, como en tantas otras cosas en esta vida, los habrá creyentes, y los habrá que no. Yo, la verdad, es que es algo que me pregunto constantemente, y aún no sé qué creo ni dejo de creer, imbuido como estoy por la educación que me dejaron mis mayores, por el entorno, por la larga compañía, en los años, de excelentes colegas sacerdotes…, pero también de otros muchos que, sin creer en nada particular, son asimismo ejemplos de vida e inmejorables personas.

Que cada quien aguante su vela, y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Vive y deja vivir, y no hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Procura el bien, construye, y practica con el ejemplo, que es, tal vez, lo poco o mucho que podamos dejar. Pero como la cosa va de citas (leo que “Sonus litterarum” se toma de san Agustín de Hipona), valga aquella frase que se atribuye ―aunque algo modificada― al mismo santo, africano él, de que “quien canta, reza dos veces”. Porque hay muchos modos de entender el rezo, y todos sirven, todos son válidos, si se encaminan a conseguir consuelo, y más o menos, logran su objetivo. Pues cantemos. O, como seguro que Antonio me quitaba de los labios y lo declamaba conmigo al unísono, entonemos la célebre pieza de Juan del Encina, que sintetiza buena parte de la filosofía personal de vida, de la que gustaba el Dr. Corona, y alejemos de nosotros la tristeza y el pesar, porque no iban con él: “hoy [amigos] comamos y bebamos, y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos” (y quien conozca la parodia que prosigue, y con la que tantas veces reímos, de boca del Dr. Robles, que la aplique).

Sea todo como se quiera, la Memoria de Antonio Corona quedará, indeleble, en el recuerdo de tantos colegas…, de tantos amigos…, que acompañará todavía, sin duda, a muchas generaciones. Y le envidio, porque, ojalá que cuando yo me vaya, pueda dejar tanto bueno como él, seguro, ha dejado a su alrededor. Que me digan dónde hay que firmar para conseguir algo así, porque lo hago de inmediato. Ése (y Adriana, y Fátima), ha sido su mejor triunfo. Por la puerta grande. ¡Que la música te acompañe, tocayitzin!

Antonio Ezquerro
Barcelona (España), 23 de septiembre de 2021


Posdata


Como editor de Sonus, publiqué las palabras de los demás, muy bellas todas, y se me quedaron atragantadas las mías. 

Quiero decir tan sólo que Antonio fue un amigo entrañable, con quien se podía conversar de temas insólitos, desde los tabacos holandeses para pipa hasta la Galliard para laúd a cuatro manos de Dowland, desde los recovecos más recónditos de la gastronomía chiapaneca hasta los análisis armónicos más eruditos de los Beatles. Ya sólo por eso lo extraño.

Lo extraño también hacia el futuro, porque era un hombre de bien. Hacer el bien a los demás era una de sus convicciones secretas, tan largamente asumida que ya ni él mismo la notaba. Irradiaba energías buenas a su alrededor. Esa es hoy lamentablemente una rara virtud.

En nuestra última conversación estuvimos de acuerdo en que habíamos encontrado la versión perfecta de la Sinfonía Fantástica, en manos de un músico de Brujas de nombre Jos Van Immerseel (una versión muy por encima del mismísimo Bernstein, y mucho más arriba que la del francés Boulez).

Berlioz era uno de los músicos más queridos por Antonio, y yo confieso que no entendía por qué. Hasta que me convencí en ese diálogo. Esa versión era un resumen práctico de muchas de las ideas que habíamos discutido por años, una especie de musicología en acción. Creo que escuchar esa obra, en esa versión, sería uno de los múltiples homenajes personales que uno puede hacerle en privado. Pienso que yo tengo ahí un próximo libro que escribir. Dejo este link, por si alguien se anima: fue una de las últimas cosas que Antonio escuchó.

Quedan sus recuerdos, ese tipo de recuerdos que son presentes porque se han vuelto la materia de nuestra propia vida.

Luis Jaime Cortez

  1. Antonio Corona,
    Participamos juntos en las Jornandas Culturales y Musicales de la ENM en 1978 cuando alumnos de la ENM tocaban en preparatorias y CCHs de la UNAM. Nuestro grupo de cuatro: un cantante, un laudista y dos pianistas nos presentamos en seis planteles diferentes. Cada uno presentó su instrumento, obra a interpretar y su ejecución. Fuiste brillante en los tres aspectos pero el público no recibió bien tus palabras por no ser de su interés. Cuando decidiste ir en tu propio vehículo a las presentaciones, el representante de la dirección emitió su juicio diciendo que eras un «rarito» y ninguno de los otros tres fuimos capaces de decirle que se guardara sus comentarios. Lamentablemente, a las pocas semanas, la voz se había corrido y debido a mis propias inseguridades fui incapaz de desmentir o decir algo positivo acerca de ti. Recién había ingresado a la escuela y apenas te conocía Benigno, así te llamaban, pero aun así, eras un ser humano y eso era suficiente para respetarte y no haber permitido chismes ni rumores.

    Ayer 5 de Julio de 2023, me indigné porque dos de mis alumnos fueron víctimas de «bullying» y más por sentir que no hice lo suficiente para parar o impedir el daño. Pocas horas después, mi mente me recordó que esa no era la primera vez que algo similar me había sucedido y trajo a mi memoria aquellas jornadas. Empecé a buscarte sin recordar tu nombre completo pues deseaba encontrarte para demostrarte mi apoyo. Las palabras «Benigno» y «laúd» fueron suficientes para saber que eras un musicólogo prestigioso e internacionalmente reconocido pero me causó una tristeza profunda el leer que ya habías partido.

    En lo que me queda de vida deseo honrar tu memoria no permitiendo que ninguna persona sea abusada física y/o verbalmente en mi presencia.

    Daniel

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