Desde mis años como estudiante de musicología (por allá del 2012, en el Conservatorio de las Rosas) he escuchado frecuentemente referencias a los trabajos de un destacado musicólogo español; he recurrido no pocas veces a sus publicaciones y, curiosamente, aún en mis círculos de amigos músicos y trasatlánticos, aunque no musicólogos, su mención es constante. Ese musicólogo es Paulino Capdepón.
Aunque llevo años leyendo y escuchando sobre él, nunca he tenido la oportunidad de conocerlo en persona. Sin embargo, hace unos meses, una interesante, y por demás halagadora, noticia me esperaba en mi buzón de entrada del correo electrónico. Capdepón quien, de alguna manera había llegado a mis textos en Sonus Litterarum, me invitaba a reseñar algunas (cinco, para ser exacta) de sus publicaciones más recientes.
Creo pues que mi rotunda respuesta, resulta obvia. No obstante, después de haberme hecho con los libros —cuyos títulos abordaré con calma más adelante— mi entusiasmo se transformó también en prudencia. Más pronto que tarde me vi en la misma disyuntiva que José Luis de la Fuente Charfolé (escritor del prólogo de uno de los textos en cuestión): “No resulta fácil prologar [o reseñar] una obra de Paulino Capdepón”… mucho menos cinco.
Grosso modo la profundidad de las investigaciones, las exhaustivas páginas dedicadas a cada tema de cada capítulo, en cada libro, me han llevado a tomar una decisión fragmentaria. En principio, consideré que podía realizar una reseña conjunta y publicarla en un solo número de Sonus; habiendo comenzado con las lecturas y poniendo en perspectiva el notable contenido de cada libro y la importancia de hacer posible que mi lector se convierta, también, en el de Capdepón, he decidido hacer dos reseñas para este número de Sonus y tres para el siguiente.
Con un poco de carta libre editorial no he seleccionado el orden de las reseñas, ni cronológicamente, ni temáticamente y he procedido de manera arbitraria —a mi mero antojo literario—, pero esperando siempre que el lector encuentre tantas razones como las que he encontrado yo para llegar a estos fascinantes libros, de interés para propios y ajenos.
Música y músicos en la Colegiata de Santa María la Mayor de Talavera de la Reina (1800-1851), Madrid: Alpuerto, 2022. 660 páginas. ISBN: 978-84-381-0504-7. Reseña
Imaginemos un tema de investigación donde las fuentes trazan un camino de migajas que nos dejan saber la importancia de lo que hubo antes de su boronesca condición, pero que nos impiden siquiera aproximarnos a una idea del “todo” que hubo antes de las migas. El estudio que Paulino Capdepón dedica a la música y a los músicos de la Colegiata de Santa María la Mayor de Talavera de la Reina (Toledo) es un ejemplo avezado de cómo tomar la parte por el todo y tener algo que aportar a la investigación musicológica, aun con fuentes en áridas condiciones.
Una premisa de la lógica historiográfica es que, cuanto más lejos estamos en el tiempo y espacio del lugar que deseamos investigar, más difícil puede resultar encontrar fuentes que nos proporcionen respuestas. La música religiosa del siglo XIX español desafía dicha lógica. Como sabido y contado en muchos discursos musicológicos, la decadencia de la tradición litúrgica hispánica se vivió en los albores del XIX; la suma de conflictos políticos, los problemas sanitarios, la crisis económicas y la desamortización de bienes de la Iglesia terminó por resquebrajar un sistema litúrgico-musical que había afincado sus prácticas con muchos siglos de antelación.
Como puede sobreentenderse, ese momento de crisis y decadencia suele malograr los testimonios pautados y documentales. ¿Cómo entonces historiamos la música religiosa del siglo XIX (cuestionamiento válido para ambos lados del Atlántico)?
Capdepón encuentra un punto doblemente ciego: por un lado, el empeño por estudiar la música de la Colegiata de Talavera de la Reina amplía el foco de los estudios toledanos que, por mucho tiempo, se habían centrado en la capilla musical de la Catedral de Toledo; en este mismo sentido pone en realce, también, la importancia de descentralizar a la catedral y mirar otros recintos eclesiásticos (con sus dinámicas y prácticas únicas), tal como las colegiatas. Por otro lado, queda la osadía de estudiar en materia de música religiosa un periodo (1800-1851) donde la escasez y la dificultad para aproximarse a las fuentes ha sido declarada.
En un libro antecedente, el mismo autor estudia la música en la Colegiata de Santa María la Mayor durante el siglo XVIII. Hecho significativo pues la época de mayor esplendor musical en la institución es, justamente, esa. El contraste es amplio: historiar un siglo que deja ver la importancia de la educación musical en la capilla, el empeño por contratar músicos, maestros de capilla-organistas y cantores con un alto nivel de pericia, y el cuidado por mantener la tradición litúrgica desde el rigor de las prácticas musicales; para luego, historiar un siglo, el XIX, que deja ver la imposibilidad del cabildo para contratar músicos y tomar decisiones, con un coro mermado y una capilla empobrecida, que no puede mantener ni las prácticas litúrgicas acostumbradas ni conformar un repertorio propio.
Pero es ese conocimiento detallado de la Colegiata (Capdepón incluso ofrece una línea cronológica trazada con precisión desde la fundación de la institución en 1211 y desde la erección de su capilla musical en 1656) lo que le permite al autor ofrecer un relato musicológico significativo. Así, se explica su hábil lectura de las fuentes de primera mano y la capacidad para poner en contexto esos pocos testimonios; el conocimiento del pasado le permite hacer múltiples inferencias e hipótesis sobre el presente que se está historiando.
Para no dejar espacios in albis, el autor hace un estudio verdaderamente redondo y panorámico de la vida musical hispánica en esos 51 años. Los primeros dos capítulos del libro ahondan en la vida musical extramuros (muros religiosos); en las influencias extranjeras que habían ido codificando nuevos escenarios y nuevos repertorios (la música para teatro, la música de cámara). Todo ello para hacer evidentes los cambios sociohistóricos y subrayar la disparidad entre el espacio profano y el espacio litúrgico y acercarnos a las implicaciones de ese declive musical en la capilla de Talavera, pero también, en muchas otras iglesias y capillas en toda España.
Los siguientes dos capítulos, tercero y cuarto, conforman, justamente, esa línea cronológica que he referido antes sobre la vida de la Colegiata. Capdepón nos remonta hasta la época medieval para demostrar esa intuición musicológica que, en primera instancia, lo llevó a los papeles históricos de la Colegiata: la de corroborar una intensa y larga vida musical en la institución. En estos mismos capítulos nos adentramos también a las fiestas y celebraciones litúrgicas propias de la Colegiata, a su calendario litúrgico, pero también a su relación con la vida religiosa de Toledo y con otros espacios fuera de Talavera de la Reina.
El quinto capítulo convive plenamente con el ocaso del siglo XVIII; así, entran en escena los protagonistas que, ocultos en las actas de cabildo, permiten dar una genealogía e identidad a los maestros de capilla-organistas de la colegiata. Podemos ser testigos de los intentos de estos maestros por conseguir mejores puestos, negociar sus salarios con el cabildo, mantener las prácticas acostumbradas. Hechos que demuestran la decadencia de la capilla talaverana. Pero a su vez, Capdepón narra los esfuerzos de estos personajes por mantener la educación de los niños de coro y preservar el inventario musical.
José Cortasa Rives (maestro activo en la capilla de 1788-1796), Francisco Bernal (maestro de 1796 a 1808), José Leblic (organista desde 1820) y Juan López (segundo organista de 1787 a 1825?) son los nombres que configuran la acción musical de los cargos de mayor jerarquía. Sus relaciones con otros centros religiosos y el testimonio de distintas oposiciones para ocupar cargos en otros templos permiten engrosar las líneas de esa compleja red de migración profesional que sucedió desde siglos atrás.
Un José Cortasa obteniendo más puntos en el examen de oposición para el maestrazgo en la Catedral de Valladolid que un Antonio Juanas o un Juan López alumno de José Lidón son hechos que corroboran el nivel musical en Talavera de la Reina. Los datos biográficos y profesionales recolectados por Capdepón son encuadrados y entretejidos con claridad en este quinto capítulo.
Pero el lucimiento de una capilla musical no solo depende de los maestros y los organistas. En el capítulo seis y siete, el amplio estudio de las actas de cabildo, memoriales y otros documentos, permiten al autor dar cuenta de estos otros sujetos que infieren de manera importante en el universo musical de la colegiata. Así nos enteramos de la importancia del canto llano y del sochantre; de la confianza que debía ganarse aquel a quien el cabildo nombrase grabador de los libros de coro; de la importante figura del maitinante (figura de la que yo poco he leído en el contexto novohispano); de cómo fue mermándose la conformación del coro provocando la contratación de cantores que fueran capaces de cantar más de una cuerda y tocar más de un instrumento. Si bien, este hecho es frecuente en muchas capillas de ambos lados del Atlántico ya desde antes del siglo XVIII, me atrevería a decir que los multi-cantores y multi-instrumentistas que terminan contratados en Talavera de la Reina superan las polifacéticas habilidades en muchos casos.
El minucioso estudio de estos personajes llega hasta el último rincón de la colegiata y hasta la última torre: el estudio da cuenta también de la importancia de las campanas y el lugar simbólico que ocupa cada uno de sus repiques. Al punto de conocer también la estirpe de campaneros, ¡y campanera!, que ejercieron su oficio en ese recinto.
Los últimos dos capítulos están dedicados al repertorio de la Colegiata. Particularmente, el octavo, al volver a mirar hacia el pasado, permite entender cómo fue transformándose estilísticamente la música de la institución, desde el siglo XVII hasta el siglo XIX. Estos cambios de paradigma estilísticos, aunque enfocados en el repertorio de este centro litúrgico, hacen posible, insertar una pieza en un panorama más amplio que se suscribe a fenómenos comunes en todos los territorios de la corona española, sin dejar de lado las particularidades de la vida musical talaverana. Llegado el estudio sobre la música del repertorio decimonónico el estudio de Capdepón topa sin remedio con ese “camino de migas”, pues no se tiene registro de ni una sola obra de Bernal, Leblic o Juan López compuesta en la primera mitad del siglo XIX.
En el empeño por dar al lector algo más que las letras y ofrecer una idea sonora del legado compositivo de la Colegiata, la publicación contiene la edición de cuatro villancicos de Bernal. Como ya se ha dicho, en la institución talaverana no se resguarda ninguna obra, pero la investigación de Capdepón lo lleva hasta la capilla de Coria, donde sí ha quedado testimonio de la obra de este compositor.
Esta decisión, siendo la única vía posible para dar una idea de la música talaverana, es justificada por Capdepón argumentando que:
Hemos recurrido a fuentes musicales conservadas en la catedral de Coria, ante la ausencia de obras de maestros del siglo XIX en Talavera: a pesar de ello, y por la cercanía de fechas entre su magisterio talaverano y el cauriense, el estudio de estas obras puede resultar paradigmático de la praxis musical talaverana ya que tales obras fueron compuestas al poco tiempo de abandonar la ciudad toledana […] (p. 353).
Los villancicos editados pertenecen a dos modalidades del género: villancicos de calenda y villancicos de tonadilla. Pero, más allá de la modalidad, la edición y los comentarios estilísticos de Capdepón demuestran los cambios interpretativos, técnicos estéticos y, también sociales que corroboran la extinción de este género y ofrece ejemplos de los últimos suspiros del villancico en esa primera mitad del siglo XIX.
No puedo concluir esta reseña sin señalar también la importancia de los apéndices que transcriben una vasta cantidad de fuentes de primera mano como actas de cabildo y otros tantos documentos que dan fe de los intentos por reformar la música religiosa en el siglo XIX.
En suma, es más que notable la manera en que Capdepón hila un discurso tan profundo y tan detallado sobre un espacio que, pese a hacer táctica su importancia en el mundo musical litúrgico panhispánico, se resiste a revelar sus hechos históricos. Y, aun así, el trabajo de Capdepón sobre la música y los músicos en la Colegiata de Santa María la Mayor de Talavera de la Reina nos permite hacernos una idea, casi nítida, de lo acontecido en ese periodo (1800-1851) tan difuminado y tan marcado por la crisis.