Revueltas: Solitude
Revueltas: Solitude

Revueltas: estreno mundial de la obra para piano

Luis Jaime Cortez

Parece imposible, pero ocurrió: de pronto escucharemos un mundo revueltiano, el juvenil, que nos había sido completamente vedado, por los prejuicios academicistas, por la falta de agudeza para ver y oír, y porque así es el destino. El caso es que Revueltas cuidó estas piezas con un cariño especial que las hace hoy disponibles para nosotros, a pesar de todos los obstáculos.


Las obras cuyo estreno escucharemos permanecieron encerradas entre papeles durante un siglo exacto. Hoy las damos a la luz, sonoramente, y en breve las presentaremos como partituras disponibles para todos los amantes de Revueltas, en un esfuerzo por tenerle publicado en México de manera integral.

La mayoría de las obras pertenecen al año 1915. La última fue fechada en 1924, aunque hay también algunas de 1919.

Las de 1915 fueron escritas cuando Silvestre llegó por vez primera a la Ciudad de México, para estudiar en el Conservatorio Nacional. Las de 1919 pertenecen a su estancia en Chicago. La última, una obra maestra, Tragedia en forma de rábano, fue terminada en Guadalajara, donde sabemos que el autor estuvo por una gira de conciertos con Lupe Medina y varios amigos más. 

Escucharemos las primeras obras de Revueltas, escritas mientras estudiaba con el gran compositor Rafael J. Tello, que ha sido injustamente olvidado, y que hoy requiere de una calibrada reivindicación.

Sorprende el genio del joven pueblerino recién desembarcado en la ciudad, que sabe a sus escasos quince años más de lo que habíamos sospechado. Experimenta con desenvoltura, juega con las armonías y con las formas y texturas de maneras audaces y sumamente creativas. Toca el piano, pues de otra forma su escritura pianística sería imposible. Domina la armonía, aprendida en las aulas románticas de la provincia. Ejerce el contrapunto con sobrada solvencia. Conoce la tradición de los maestros mexicanos (Villanueva, Castro, Rosas) y les honra con unos cuantos valses y danzas. Es la imagen de Revueltas como artista adolescente.

No debe el oyente esperar, por tanto, al artista de madurez. Veremos más bien el camino por el que Revueltas llegó a ser Revueltas. En medio del tumulto revolucionario, mientras la agitación llegaba hasta el Palacio Nacional, un joven, una cuadra más allá, en la calle Moneda, escribía notas silenciosas sobre un pentagrama.

Estas obras son frutos primerizos, como los Dublineses de Joyce o el Noviembre de Flaubert. Obras que están buscando su propio espacio, entre las notas todavía vacilantes de un compositor en gestación.  

En rigor, las partituras son una especie de diario: hay que leerlas en clave biográfica. Nos cuentan más que las palabras. Son testimonios y vestigios. Nos presentan la película que nunca veremos.

Tienen otro mérito, no menor. Muestran que no hay tal ruptura, como se ha supuesto, entre el porfiriato y el nacionalismo. Hay una continuidad laboriosamente conducida por maestros como Rafael J. Tello. Muchas de las pequeñas piezas del joven Revueltas son indispensables homenajes a Castro y Villanueva, y a las danzas de salón del siglo xix. Hay un camino fantástico por descubrir en esta perspectiva. 

Mientras eso ocurría, el director del Conservatorio Nacional se llamaba Julián Carrillo.

Las obras han permanecido en una caja por muchas razones. Primero, porque tienen la apariencia de apuntes, aunque una fecha siempre cuidadosamente anotada señalaba la culminación de cada una. Muchas fueron tareas para el maestro Tello, que debió haber hecho bizcos de sorpresa ante tantas chispeantes audacias.

Fueron escritas, las primeras, en un cuaderno alemán pautado marca The Bear, que anduvo rodando entre los papeles. Un investigador llegó al extremo de escribir en un catálogo temprano que Revueltas tenía una obra llamada The Bear. Y quienes tuvieron ese cuaderno en sus manos no vieron dentro. O vieron y no supieron leer lo que ahí había.

El astigmatismo academicista contribuyó a que siguieran guardadas. Algunos revueltólogos sostienen que Revueltas empieza en 1930, en un repente de la inspiración. Hoy sabemos que durante los quince años anteriores estuvo buscando su voz, y que la fue construyendo con intensidad laboriosa. Escribió veinticinco laboriosos tesoros minimalistas de exactitud contundente. 

Podría formularse la pregunta de si Revueltas tenía algún aprecio por estas obras tempranas. La respuesta es simple: ahí están, guardadas por él entre Sensemayá y el Homenaje a García Lorca. Sabemos que Silvestre perdió muchos manuscritos. Pero los que escucharemos hoy los guardó cariñosamente toda su vida. Y luego pasó otra vida hasta que pudimos escucharlos, hoy. 


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