Para Aurelia
Condenado al fracaso total en un mundo sordo de ignorancia e inexorablemente siguió cortando sus diamantes, sus deslumbrantes diamantes, de cuyas minas tenía un conocimiento perfecto”.
Anton Webern
Mi hija de cinco años inventa canciones mientras juega. Escucho a lo lejos sus letras y melodías, al verme deja de cantar: es un acto personal que no requiere espectadores. Por lo general las canciones tratan sobre asuntos cotidianos: “el libro se mueve, azul-rojo, baila, y es doctora, y el café, café, juega, no seas así, la lá la, lára lára lá”, con una fluidez natural, llevar las cosas a un canto llano, una manera de guiar sus juegos y de pasar el tiempo.
Define el ritual como un juego.
A veces se trata de lo que le está sucediendo. Ahora mismo está enferma y sus melodías tienen que ver con su malestar: “auchi, auchi, mi oreja es auchi”.
Una suerte de asociación libre y onomatopeyas que me resultan coleccionables.
Hoy decidí sacar papel pautado y copiar su melodía, quería tener un registro –no en audio, sino en papel–, para después intentar analizarla. En este caso su invención está pasada por una dosis de Diclofenaco e Hidrocortisona –¿influirá?– mantiene un flujo de musicalidad. Hay que decir que tiene una voz muy afinada, sin embargo, lo que más me intriga es la selección de sus notas.
A continuación, la partitura:

Lo que se observa es un intento de ubicar su canto dentro de la pauta lo más formalmente posible, quiero decir que la notación no es precisa, al menos en su rítmica y tempo.
Hay un interés muy particular en crear un tema, mucho de intuición, de coincidencias, de interrogantes que nos deja la improvisación, las escalas, la memoria.
Observemos los primeros dos compases. Utiliza el modo frigio en Re con sus características tan particulares, ¿cómo es posible que una niña de cinco años pueda tararear en este modo? ¿Dónde aprendió esto? Cabe decir que es una niña acostumbrada a escuchar música renacentista, pero su escucha normalmente se basa en: Franz Zappa, canciones infantiles en tonalidades mayores o algunas de Cri-cri más escabrosas.
Quisiera explicar brevemente a qué me refiero cuando hablo del modo griego frigio. Es un modo de tipo “menor”, de –mi a mi– en la escala de Do. Teniendo una secuencia de semitono-tono-tono-tono-semitono-tono-tono, careciendo de nota sensible, una manera de escuchar alejada a lo que se acostumbra en música que suele escuchar una niña de esa edad.
Este modo tiene una coloratura muy curiosa y fantástica. Dotada de una atmósfera melancólica, sin la acostumbrada nota sensible que lleva su tensión hacia la tónica, hacia una resolución. Un modo que tiene muchas posibilidades, es un modo muy flotante, ambiguo, que tiene –como podemos atestiguar con esta pieza– una necesidad.
Vemos estos dos primeros compases muy rotundos, complicado entender por qué eligió empezar desde su segunda: claramente era un mib, y de ahí surge.
Intento buscarle sentido a su “tema” –dado que lo es claramente–, incluso parece que entiende la forma, o yo caprichoso se la encuentro.
En estos primeros compases, inicia con tres tonos de ida y regreso, para terminar de anunciar la tercera menor del modo frigio en Re. Es notorio como el semitono de mib a Re es totalmente seguro, no hay ambigüedad en la “intención”, para después retomar en el segundo compás de nuevo el mib, queriendo subrayarlo, y seguir con un Re nuevamente, cosa que no me hace dudar de su interés por este modo, después observamos un salto directo a su tercera menor, no melancólica, sino inhóspita, y luego sube la escala con una rítmica más fluida hasta un sib, ¡cosa increíble!. Una nota breve y después viene la parte más interesante del tema, un intervalo de cuarta descendente acudiendo a su tercera, dándole a este tema un cantabile claro, termina por subir hacia su cuarta repitiéndola tres veces.
El siguiente sistema es de lo más curioso, vuelve a su tercera para reafirmar el modo, y sin titubear va a su tónica: el temible semitono del frigio creando una tensión, quizá la tensión más importante de este modo, donde el juego de la tónica, segunda y tercera nos recuerdan a la música tradicional del medio oriente o al flamenco. Y, para terminar, este quinto compás hace una triada menor que remite a una fanfarria más alargada, con un fraseo muy envidiable.
Después de esto hubo silencio, más o menos diez segundos. Tiempo preciso para dejarla suspendida, más enigmática, dado que toda su melodía está en su nebulosa, donde el tempo es de ella, cambiando a cada instante. La observé en silencio y se cohibió.
Me alejé.
Más adelante volví a escuchar ese mib, y ahí hace un juego entre la tónica y la segunda, jugando con el semitono, como entendiendo esa tensión tan particular, haciéndolo más largo. Siguen una serie de balbuceos sin notas reconocibles, tarareos tan diminutos, tan cerca del habla, voces en falsete, diálogos. Siguió con un mib subiendo a fa tres veces pesados, intensos.
Esperé un tiempo, había acabado.
Me asomé y le aplaudí, celebré lo hermosa que era la melodía que había creado. Pero ella aún no entiende de elogios, afortunadamente.
Algo que no logré apuntar fue la letra. Por lo que recuerdo era sobre una casita, un dinosaurio, su popó, poposita, sus colores, una resbaladilla.
No sé de dónde viene esto. La melodía, el padre copista, la naturalidad que surge, cómo proceden los balbuceos de un pasado, una escala griega queriendo ser escrita, una niña haciendo lo suyo, el presente sin grabadora, el papel pautado, con miles de congojas del pasado, los seres escuchando: que bien podría ser, o no, acercarse a una canto, un canto rural, de liliputienses, de ideas ingenuas, de un padre queriendo descifrar el significante de su hija.




