Eduardo-Llerenas
Eduardo-Llerenas

Eduardo Llerenas 1945-2022


Mary Farquharson y Eduardo Llerenas


El vocho blanco: Música cubana viaja por el mundo

Rubén González
Rubén González

“¿Le faltan teclas o le sobran dedos?”

La pregunta fue un grito desde el público del Teatro Metropolitan en un concierto de 1998, que es ahora legendario. En el escenario, frente al gran piano, el maestro Rubén Gonzalez respondió. Interrumpió su improvisación sobre el tema Chanchullo, levantó las manos, encontrando un segundo teclado en su imaginación y ahí, en el aire, seguía tocando. Se rio con su público e inmediatamente volvió a tocar el tema como un ángel. La magia de aquel concierto no es fácil de entender ni de describir, pero nos queda claro que abrió un capítulo en México para una generación marcada musicalmente por el CD Buena Vista Social Club.

Habíamos grabado previamente a muchos excelentes grupos cubanos, sobre todo de Santiago de Cuba, el puerto oriental de la isla en donde nacieron el bolero y el son. Sin embargo, nada nos preparó para el éxito de aquel disco, grabado en La Habana en 1997, producido por el sello inglés World Circuit y representado en México por nosotros.

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La respuesta al disco fue rápida y contundente. Poco tiempo después de lanzar el CD en México, las flamantes estrellas de Buena Vista Social Club inauguraron el Festival Cervantino. Días después, una multitud de jóvenes ávidos de escuchar a Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer y los Afro Cuban All Stars llenaron el Zócalo de la CDMX. En ese concierto don Rubén tocó el piano, frente a más de cien mil personas, con la Catedral de la Ciudad de México como telón de fondo.

Llamarles “flamantes estrellas” a Omara Portuondo, Compay Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer y Eliades Ochoa es una contradicción doble. Primero por su edad; todos menos Eliades tenían arriba de 70 años cuando se presentaron en el Zócalo y cada uno había sido famoso a nivel internacional, nacional o, en el caso de Ibrahím, localmente. Lo flamante del proyecto Buena Vista Social Club en México fue más bien su público: la gente que descubrió un tesoro musical sin saber que había existido desde hace mucho tiempo atrás.

Entre guitarristas: Eliades Ochoa y Ry Cooder, Estudios EGREM 1996

En las décadas previas a la grabación de 1997, la seductora alegría del son y el bolero cubanos se había callado, temporalmente, mientras que los Fania all Stars y otras estrellas comerciales de la salsa latina dominaran el imparable gusto latino por el baile. Luego, en los últimos años del siglo pasado, la salsa —delicioso guiso de ritmos latinos, muy importante entre ellos el son y la rumba cubanos— cayó en decadencia y, al mismo tiempo, el público para el rock internacional independiente se abría a música más allá de la anglosajona.

Nosotros buscamos nuevas alianzas para asegurar que esta música se escuchara ampliamente. El público salsero de la radio comercial, La Sabrosita se abrió al viejo son cubano y, según su director artístico, Manuel Durán, “después de Buena Vista Social Club, mi público empezó a querer ser sorprendido.” Por otro lado, el lanzamiento de Buena Vista Social Club encontró su casa en los estudios de la excelente radio independiente, Radioactivo, cuyos productores y locutores roqueros no dejaron de recomendar un disco muy ajeno a lo que solían programar. Ambos públicos fueron nuevos para nosotros y aprendimos mucho de ellos, sin alejarnos del espíritu original de Discos Corason: No entraríamos a la Payola y Sí organizaríamos conciertos en lugares ajenos a nosotros, como en Hard Rock Café en Polanco.

Este público nuevo supo gozar los añejos temas románticos que caminaban seguros sobre la cuerda floja sin caer nunca en la cursilería. Pensemos en Silencio o Dos gardenias o Veinte años interpretados en cada caso por Omara Portuondo, integrante original del Cuarteto d’Aida quien, entre muchos logros, había acompañado a Nat King Cole cuando grabó sus delicias en La Habana en los cincuenta. Omara estaba ahí presente con la creación del filin, que tenía sus raíces en el bolero santiaguero. Antes y después de la Revolución cubana, Omara ha sido y es una pieza clave en la música romántica latinoamericana.

La música tradicional cubana llega al Carnegie Hall

A pesar de esto, Omara no había sido contemplada entre los artistas principales para el disco. Por suerte o por destino, ella estaba grabando un disco con el pianista Chucho Valdés en el estudio pequeño del EGREM en las mismas fechas que Buena Vista. Compay Segundo le pidió que bajara a saludar a sus nuevos amigos. Aceptó y ahí, con Rubén en el piano y muchos amigos suyos presentes en las cuerdas y metales, cantó Veinte años. Fue grabado en una sola toma y lo demás es historia.

Con el fin de la primera época de oro del son y el bolero cubanos, Compay regresó a otro de sus muchas profesiones, y trabajó durante años en una fábrica de puros en La Habana. No dejó de componer, sin embargo, y en 1984 mandó un casete a Eliades Ochoa, figurón de la Casa de la Trova en Santiago, invitándole a interpretar los temas que más le gustaban. El que más impactó al guitarrista y cantante santiaguero se llama Chan Chan. De hecho, nosotros hicimos la primera grabación de este tema que, en versión del Cuarteto Patria dirigido por Eliades, grabamos en Santiago de Cuba en 1985. Lo incluimos en la compilación, originalmente en el formato de dos vinilos, ‘Septetos Cubanos, Sones de Cuba,’ y luego en el primer CD de Eliades Ochoa, A una coqueta, ya bajo el sello de Discos Corason. Pasamos una copia de este y otros temas grabados al Patria a Nick Gold, un viejo amigo y colega nuestro que, unos años después, produciría Buena Vista Social Club, junto con Juan de Marcos González y el guitarrista californiano Ry Cooder. En 1995, durante una gira por Europa que le organizamos al Cuarteto Patria, invitamos a Nick al concierto de Eliades en el Queen Elizabeth Hall en Londres, y así se conocieron en persona.

Nick Gold había conocido la música cubana gracias a los artistas africanos que él había grabado durante los diez años previos. Los músicos senegaleses de La Orquesta Baobab pintaban su propia musica callejera con el son y el bolero cubanos. Estos músicos, como muchos otros, habían nacido como artistas tocando covers de los clásicos cubanos. Eliades Ochoa vivió esta presencia cubana en África en 1996, cuando el saxofonista de Camerún, Manu Dibango, lo acompañó en un concierto en Francia, tocando temas como Quizas, quizás, quizás, sin ensayo previo, pero con gran técnica y el espíritu de un compadre cubano.

Nick Gold con Ry Cooder y Eduardo, Estudios EGREM, La Habana

Una noche de 1995, estuvimos con Nick en la casa de la musicóloga hispano-británica, Lucy Duran, y con integrantes del grupo cubano Sierra Maestra, en el que el guitarrista era Juan de Marcos González, apasionado defensor del son y bolero tradicional que su propio padre había interpretado en la casa, en las salas de baile y en los casinos de La Habana de los años cincuenta. Juan de Marcos no soltó a Nick Gold durante toda la noche, decidido a convencerlo de hacer un disco homenaje a los viejos soneros y boleristas que todavía vivían, algunos un poco olvidados, en la isla.

Nick se convenció, hasta cierto punto. Se pusieron de acuerdo en hacer dos discos: uno grabado por pistas con una orquesta grande compuesta tanto por veteranos como por jóvenes músicos radicados en La Habana, y con las voces de dos leyendas: Pío Leyva y Manuel, “Puntillita” Licea. Para el otro disco, Nick quería reproducir el sonido del Oriente de Cuba: el son, bolero y guaracha de Ñico Saquito, que había conocido en una vieja grabación del EGREM, y de Eliades Ochoa, conocido por las grabaciones nuestras que habíamos compartido con él.

Esta música oriental –más rústica y con más chispa, más improvisación y más espacio para gozar el genio de las descargas de guitarra y percusiones– la quería combinar con la musica de Mali de grandes maestros tradicionales, abiertos a repertorios ajenos. Por fortuna o por destino, las visas cubanas no llegaron a Mali a tiempo y el segundo disco, llamado Buena Vista Social Club, se hizo “solo” con músicos nacidos y creados en Santiago, más algunos habaneros como Omara Portuondo, Cachaito López, Guajiro Mirabal, Miguel Angá Díaz y otros, logrando una combinación de lo oriental y lo habanero, que es una de las calidades indiscutibles de este disco.

Buena Vista Social Club fue grabado en tres días en directo en el enorme Estudio A de EGREM en Centro Habana, con una consola análoga, todo un privilegio para el ingeniero de World Circuit, Jerry Boys, que logró, junto con el equipo cubano, un sonido antiguo de manera natural, sin forzar o aparentar. El único problema fue un pedacito de metal roto que controlaba la velocidad de la grabación. Tuvieron que desarmar la enorme consola y luego pedir que compráramos la pieza y llevárnoslo a Cuba. Llegamos al aeropuerto José Martí de La Habana en donde un coche oficial nos recibió a la puerta del avión. Al recoger la pieza, nosotros regresamos a la cola de pasajeros y el coche salió directo al Estudio.

El par de días perdidos debido a este problema técnico fueron – por fortuna o destino – ocupados muy bien por largas sesiones de Compay Segundo y Eliades, recordando sus distintos años mozos como músicos callejeros en Santiago de Cuba. Así, los tres productores– Nick Gold, su invitado el guitarrista y compositor californiano Ry Cooder, y Juan de Marcos González– podrían escuchar un repertorio santiaguero que de otra manera no habrían conocido. Varios de estos temas se incluyeron en el disco terminado y otros salieron de los archivos para incluirse en la edición especial, producida para el 25 aniversario del álbum.

La presencia de Ry Cooder, como coproductor y músico invitado, dio personalidad al disco y, sin duda, ayudó con su difusión. No fue el primer CD que Nick Gold había grabado con él: Talking Timbuktu, una colaboración deliciosa con el maliense Ali Farka Toure, había ganado un Grammy en la sección de nicho, Música del mundo, y los productores esperaban de Buena Vista este nivel de éxito relativamente modesto.

Ry, sobresaliente compositor de canciones y bandas sonoras como la de Paris Texas, tiene un estilo de tocar la guitarra slide que Nick esperaba destacar en colaboración con los músicos cubanos. En algún momento, tal como nos comentó Ry en 1987, cuando vino a Mexico para ayudarnos con el lanzamiento del CD, Nick le pidió que se le destacara más, pero Ry le respondió que esta música era tan completa que no pedía mucha presencia suya. Sin embargo, la guitarra de Ry en temas como Chan Chan es una sorpresa grata para públicos nuevos y también para los conocedores del son y bolero cubanos.

Otra participación importantísima de Cooder fue la de insistir en encontrar la voz para los boleros que grabarían. Escuchó un veterano cantante tras otro hasta agotar las posibilidades en la Ciudad capital de un país musical como pocos. Nick empezó a preocuparse, Juan de Marcos más. Pasaba el tiempo. Luego Juan de Marcos se acordó de un cantante nacido en Santiago de Cuba que había cantado en el coro de Benny Moré, pero que nunca tuvo fama en La Habana como cantante solista.

Juan de Marcos fue a buscar al tal Ibraham Ferrer en la calle en donde, decepcionado con la música, estaba boleando zapatos. Ibrahim aceptó la invitación a audicionar como cantante de Buena Vista Social Club, pero pidió ir a su casa a bañarse primero. Juan de Marcos se disculpó; no sería posible porque tenían el tiempo encima. Llegando al Estudio, Ibrahím escuchó las primeras notas de Rubén tocando el bolero Dos gardenias. Entró al estudio cantando y salió una superestrella. Siguió grabando discos y presentándose en vivo hasta su muerte en 2005.

Después de Buena Vista, Ibrahím grabó ‘’Buena Vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer”, y fue notable ver como crecía en el escenario y fuera de él. Asumió su papel inesperado de estrella internacional con mucha dignidad, vistiéndose con camisas cada vez más coloridas. Importó un Audi a Cuba y con este coche pudo rebasar a los turistas culturales sentados en los Cadillac de los cincuenta, gozando lo que Hermann Bellinghausen llama “su safari musical” por las calles del Centro Habana.

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Amor del bueno, Ruben Gonzalez con su vieja amiga y cómplice Omara Portuondo (Foto de Eniac Martínez)

En nuestro caso, el auge de la música cubana permitió que fuéramos a Mali a grabar al cantante griot, Kasse Mady Diabate, en su pueblo natal, Kela, en donde no había electricidad, pero sí había mucha luz. Cumplimos así nuestro deseo de conocer en vivo la raíz profunda de tanta música latinoamericana que hemos grabado. Las ventas del disco fueron modestas, pero fue nominado al Grammy y el placer de grabar a este gran artista –capaz de improvisar en una versión medieval de su natal wolof, capaz de provocar el llanto en su público en Mali y en Morelos– fue un regalo para nosotros. Kasse Mady tiene su parte en esta historia, igual que la relación inseparable entre Cuba y África. En 2010, World Circuit /Discos Corason lanzó en México Afrocubismo, disco en el que Eliades Ochoa cantó al lado de Kasse Mady, y otros de los maestros que iban a incluirse en la grabación original de Buena Vista Social Club si no fuera por la falta de visas.

En Discos Corason nunca grabamos a un artista pensando en el éxito. Más bien escuchamos a muchísimos artistas de los distintos géneros –mexicanos, cubanos y más allá– y cuando encontramos una música que nos sorprende por su belleza, su técnica, su espíritu, su vitalidad, proponemos grabar a sus creadores para así compartir esta fascinación. La estrategia no tiene lógica, ni ciencia, pero hemos descubierto que, muchas veces, resulta en discos que dan a públicos distintos algo del placer que nosotros sentimos en el momento de grabar. Puede ser que La Negra Graciana no haya sido técnicamente la más virtuosa arpista jarocha, pero su manera tan original y propia de comunicar la esencia de la música fue para nosotros irresistible.

Esta fascinación con la música y los músicos que graban es la piedra angular de las disqueras independientes de diferentes países, como World Circuit en Inglaterra, Nuevos Medios y Nube Negra en España, entre muchas más. A veces las trasnacionales pescan los artistas que hemos conocido en pueblos alejados de la capital, como pescaron a Eliades después de la fama que ganó con Buena Vista. Son culturas diferentes y pocas veces cruzamos miradas, aunque debemos de mencionar que, con las millonarias ventas de Buena Vista Social, llegaron hordas de productores internacionales, algunos de ellos en su jets privados. Su interés no duró mucho, pero forma parte de esta larga historia que hemos tenido el privilegio de vivir muy de cerca, desde su concepción hasta su nacimiento, desarrollo y presencia actual. Por cierto, si alguien quiere identificar, en la foto de la página 214 del folleto del CD original, al hombre bailando en el estudio durante la grabación, mientras que Ry Cooder, en primer plano, contempla la música con gran seriedad, confirmamos que fue Eduardo Llerenas bailando con Grisel Sande, la esposa de Eliades.

¡Que no se acabe nunca el gusto por grabar!

Texto publicado en Desinformemonos. Periódico de abajo
1 de septiembre de 2022


Eduardo Llerenas y Mary Farquharson
Eduardo Llerenas y Mary Farquharson

Ana Lara


El 6 de septiembre murió Eduardo Llerenas. Nos llena de tristeza la partida de un hombre que hizo tanto por las músicas tradicionales de nuestro país y de muchos otros países. Una vida dedicada a la música: a escucharla, a disfrutarla, a estudiarla, a registrarla y a compartirla.

Gracias a él y a su entrañable compañera Mary Farquharson tenemos testimonios sonoros de grandes músicos que, a través de Discos Corasón –el sello que crearon juntos–, son testimonio de una música que ha tenido extraordinarios intérpretes y que se renueva constantemente.

Eduardo y Mary, verdaderos viajeros sonoros, realizaron juntos proesas impensables: desde la reunión de unos viejitos cubanos que encontraron el reconocimiento de su talento al ocaso de su vida, al descubrimiento de jóvenes artistas que continúan sus tradiciones musicales.

Yo conocí a Discos Corasón mucho antes de conocer a Eduardo y a Mary personalmente. He admirado siempre el amor que han puesto en este proyecto cuya finalidad ha sido la de compartir con todos nosotros la música maravillosa que han ido encontrando en su camino.

Gracias a Eduardo Llerenas por todo lo que nos hizo descubrir, por el material extraordinario que nos ha dejado y un gran abrazo a Mary cuyo trabajo seguirá –estoy segura–  y quien no estará nunca sola, estará rodeada siempre de la música y los músicos que ha sabido escuchar y apreciar y de todos aquéllos que la queremos y la admiramos.

Eduardo Llerenas

Cristina King Miranda


Querido Eduardo:

La chica Moet te va a extrañar.

Pensar en mi vida personal y profesional en los últimos 20 años es pensar en ti y en Mary. Vivencias y recuerdos entrañables forjados con gozo, una pizca de locura, amor y labor, ustedes son mi piel misma. Son (junto con el bello Santi) inseparables del clan de esta BoriMexGringa quien hace años llegó a México y que desde la primera vez que te conocí, nos convertimos en cómplices de a por vida.

No pude despedirme de ti querido amigo. Hasta hoy en una puesta del sol acá en la isla del Borinquén con destellos rosa, morado, y azul entre nubes lisas y risueñas, te dije adiós con un buen ron que sé que te gusta. Yo sé que tu estabas allí, espléndido y generoso, produciendo el evento, divirtiéndote, platicador y profundo. Y Mary tu Oshun.

Desde las trajineras de Xochimilco hasta las ceibas y nopales de Tlacayapan, la luna y más allá

Música, siempre música- África, el Caribe, Europa del Este, los Balcanes, la Costa Chica, Oaxaca, la Huasteca; los sones, los boleros, la rumba, la plena, las sonoridades de pueblos en resistencia, en alegría, y en dolor

Y tu y Mary, mi soul sister-hermana, sus amorosos y jocosos ángeles guardianes.

Férvido amante del Caribe

Nómada de pueblos

Forger of friends near and far

Flying high, with a searing wit

Nos vemos en Mictlán; sé que aún no atraviesas las aguas caudalosas del Chiconahuapan

porque no te quieres perder la fiesta y nos estás esperando para brindar, cantar y volar. ¡Allá vamos!

Aché caballero de los mares y mundos sonoros.


Hermann Bellinghausen


Eduardo Llerenas, pasos admirables y una loca aventura de viajar

Quienes conocieron a Eduardo Llerenas tienen una, 10 o 100 historias que contar, pero en la hora de su tránsito final considero que la mejor manera de recordarlo es escuchando el acervo de música que hizo durante su medio siglo de cazador y pescador de sonidos, que venturosamente también compartió y nos puso a todos a cantar y bailar. Música que brota del orbe de lo real. Miles de horas eternas ricas en sabor.

Formado en la ciencia, un golpe de suerte definió el resto de su vida. Dos investigadores algo mayores que él, Enrique Ramírez Arellano y Beno Lieberman, lo incorporaron a la loca aventura de viajar por los entresijos de México y el Caribe, grabando la música que, como los manantiales de los ríos, nace ahí. Ya no importa cuántas horas robaron a su labor científica en el Centro de Investigación y Estudios Avanzados, entonces parte del Instituto Politécnico Nacional, para capturar del aire los sonidos mágicos, si bien ocultos para el gran público, de la mejor música tradicional. Pasaron a la historia por una causa superior.

En las sierras y costas del Golfo y la antigua Mesoamérica, los musicólogos aficionados emprendieron una aventura extraordinaria que enriquece nuestras vidas y la conciencia de lo que son México y Cuba en su mejor versión. Lo que empezó como un vicio privado los arrancó del provecto seno de la ciencia y los arrojó a los ríos y mares del canto y la interpretación instrumental por cientos de músicos geniales y sencillos, frecuentemente campesinos, tan o más amateur que ellos pero enteramente conectados con el sustrato terrenal.

Los caminos serranos los orillaron a las costas y los trasladaron a las islas sonoras de Cuba y Haití. Como llevaban vuelo, la aventura los acercó a las playas de África, con cierta inevitable dosis de blues afroestadunidense. Y así ensancharon las latitudes de nuestro mundo.

Eduardo inició una carrera sin retorno al lograr imprimir en acetato, y pronto en discos compactos, aquella cosecha musical en la hoy clásica Antología del Son (1985). Él y sus compañeros habían dado un giro a la cosecha musicológica de sus predecesores Raúl Hellmer y el folclorista de cuerpo entero René Villanueva. Llerenas y sus mentores encarnan la siguiente generación de musicólogos del estro popular mexicano.

El paso definitivo de su experiencia vital lo llevó al encuentro con la musicóloga británica Mary Farquharson, quien recalaba en estas tierras al desprenderse del World Circuit londinense animado por Nick Gold, en tiempos en que crecía la afición internacional (moda si se quiere) de la llamada world music. En 1992 publicaron un álbum triple que resulta su carta de intención: África en América, donde incluyen piezas de 19 países americanos, de Estados Unidos a Surinam, de Puerto Rico y Guadalupe a las costas del Pacífico.

La enciclopedia del Corasón

Ya unidos y del brazo, Mary y Eduardo fundaron Discos Corasón, que en 2022 cumple 30 años. Su catálogo resulta una enciclopedia de puro gozo audible. Con el son de todos los sones en el centro eléctrico de su corazón, dieron cuerda a duetos, tríos, cuartetos, septetos, bandas y orquestas que, justo es señalarlo, se desprenden del telar jarocho, la belleza huasteca y la embriagadora alma musical de Cuba.

A las dotes de mago explorador y social de Eduardo debe el mundo ese monumento a la música cubana de casi un siglo reunida en la experiencia del Buena Vista Social Club, imprevisto fruto de la expedición a La Habana de Ry Cooder (gran musicólogo, compositor e intérprete californiano universal) y el mencionado Nick Gold. La idea original de reunir músicos de Cuba y Mali fracasó al no llegar los africanos a la cita. A punto estuvo Cooder de tirar el arpa cuando Llerenas convocó un tropel de viejitos, jóvenes y hasta un niño timbalero, de La Habana y Santiago, y los puso a tocar juntos en los estudios Egrem.

Lo que es una tradición viva, profunda y homogénea, la poesía, la alegría vocal y el virtuosismo instrumental destilaron un tesoro musical que ningún conservatorio hubiera podido soñar. Deslumbraron al planeta entero.

Pero el producto de Eduardo y Mary llega mucho más allá. Gitanos de Transilvania, divas y maestros de Mali y Senegal, toda la gama musical de las islas y costas del Gran Caribe y de los grupos familiares y comunitarios de nuestro país les permitieron, con el Corasón en la mano, recuperar aquellos Pasos perdidos que dejara inconclusos la novela (mi favorita) de Alejo Carpentier, con mayor fortuna que el protagonista del libro.

Don Juan Reynoso, Los Camperos de Valles, el Conjunto de Cuerdas de Apizaco, Los Tiradores de Nueva Italia, Los Camalotes, el Mariachi Reyes del Aserradero, Los Madrugadores de Chon Larios, Los Gorrioncillos de la Sierra, el Trío Alma Jarocha, Los Azohuastles, las jóvenes amuzgas Hermanas García y tantos más, en los discos de Corasón se dan el quién vive con Eliades Ochoa y el Cuarteto Patria, Omou Sangaré, Taraf de Haïdokus, la Orquesta Baobab, Toumani Diabaté y toda esa pléyade cubana a la que Llerenas dedicó su tiempo, risa y devoción.

Mejor que llorar la partida de Eduardo Llerenas, acaecida el martes pasado en Tlayacapan, Morelos, donde residía, debemos celebrar la obra de su vida y brindar en su honor, como a él le hubiera gustado.

Periódico La Jornada
Jueves 8 de septiembre de 2022, p. 4


Pablo Espinosa


Disquero / A Eduardo Llerenas, de todo Corasón

La institución cultural independiente Discos Corasón cumplió 30 años en abril, a pesar del desdén mediático, ocupado siempre en cositas. Es sabido que la cultura nunca ha sido generada por ningún gobierno. Somos los ciudadanos quienes la hacemos, siempre a pesar de. Lo más interesante de toda cultura de cualquier país siempre está en los movimientos independientes, que nadan a contracorriente y cuyos logros apenas algunos ven, y es el caso de Discos Corasón.

Este Disquero es una celebración de ese trigésimo aniversario: la cantidad de discos interesantes, apasionantes, hermosos que ha acrisolado en tres décadas esta empresa temeraria es impresionante y está a disposición de todos.

Invito a visitar la página web de Discos Corasón. Ahí están todos los discos disponibles para descarga digital y, mejor aún, en disponibilidad de discos físicos en formato cedé, a un precio que resulta prácticamente simbólico si observamos el comportamiento de la industria de la música: 120 pesos. Muchos de esos discos se pueden disfrutar en plataformas digitales gratuitas y de paga, como Spotify, la más socorrida.

El Disquero se precia de haber reseñado muchísimos de esos discos hermosos y de formar parte de esa gran familia de hermanos que es Discos Corasón, a la que pertenecen también, entre legiones, mi carnal Hermann Bellinghausen y esa gran eminencia mundial que es el historiador, mi paisano y jaranero Antonio García de León, de quienes La Jornada publicó hermosos textos en homenaje a Eduardo Llerenas hace un par de días.

La página principal del sitio web de Discos Corasón muestra todas las opciones, todos los discos que se pueden adquirir como descarga digital o disco físico. Hoy me concentraré en un solo ejemplo, que resulta representativo de la exquisitez musical disponible en todo el acervo de Corasón. Se trata del disco titulado Haïtí chérie, cuyo contenido es prácticamente imposible conseguirlo fuera de este sello.

Discos Corasón fue fundado en 1992 y el disco que hoy recomendamos fue publicado en 1993. Reúne a las agrupaciones tradicionales, los “ti-bands” (apócope de petite bands) de diferentes partes de ese país. El título completo del álbum es Haïtí chérie. Méringue.

El méringue haitiano es el medio hermano del merengue dominicano, aunque menos energético, más suave y sensual (chenchual).

Eduardo Llerenas fundó Discos Corasón con su esposa, Mary Farquharson.

Eduardo falleció el pasado martes en su casa, en Tlayacapan, Morelos, y al día siguiente expliqué en la nota luctuosa que su principal aportación fue sacar la etnomusicología de la academia y convertirla en algo práctico, de uso común, a través de los discos que conforman toda la colección, que recomiendo toda, todos y cada uno de esos discos. Con su esposa, la también etnomusicóloga inglesa nacionalizada mexicana Mary Farquharson, Eduardo Llerenas logró una epopeya: toda esta inmensa colección de discos que es un tesoro cultural de México.

Eduardo alcanzó a celebrar en abril los 30 años de Corasón y apenas unos días antes de expirar publicó su último texto en el portal imprescindible Desinformémonos. Cerró ciclos. Se fue contento, me explica Mary Farquharson.

Precisamente en una de las entregas de su columna en Desinformémonos, columna titulada hermosamente El Vocho Blanco (el vehículo de mil batallas, en el que viajaban él y Mary), y que escribía a cuatro manos con Mary Farquharson, Eduardo explica la aventura que vivió con sus colegas en 1983, Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano, con quienes viajó a Haití para buscar las raíces musicales del kompas direct, el ritmo caribeño que creó Nemours Jean Baptiste en la época de oro del bolero.

“Para mí –escribió Llerenas– el kompas, que abrió paso al frenético kadans de los 90, es uno de los ritmos de mayor creatividad e imaginativa caribeña”. El kadans, o kadáns, es uno de los grandes y mágicos descubrimientos que debo a mi amigo Eduardo Llerenas.

Narra Eduardo que cuando el trío de orates (él, Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano), tránsfugas de los quehaceres científicos, descendieron del avión en Haití, pasaron a visitar a la gente del Ministerio de Cultura, quienes los mandaron a un hotel de conocidos suyos, “donde no encontramos a ningún grupo con la calidad que buscábamos. Esta historia es conocida por nosotros; pocas veces encontramos a grandes músicos por medio de los canales oficiales, lo logramos más bien buscando entre la gente, escuchando, desarrollando el gusto que nos permite reconocer y apreciar la belleza musical tal como es”.

Lo dicho: la cultura no la hacen los funcionarios de Cultura, la hacemos las personas, a pesar de.

El trío de científicos en vías de desarrollo… de convertirse en etnomusicólogos, reporteó las calles de Haití y encontró en Carrefour, barrio popular en las afueras de la ciudad, la pista de baile de madera del Salón El Lambí, que se extendía hacia el mar, como en un sueño. “Allí la gente se perdía en la suave sensualidad del kompas direct, bailando ombligo con ombligo.”

La tarde del martes, hace apenas cuatro días, cuando falleció Eduardo Llerenas, escribí de una sentada (“maquinazo”, en el argot periodístico) la nota informativa y de inmediato puse a sonar el disco que hoy recomiendo: Haïtí chérie. Méringue, y me la he pasado bailando en mi asiento y siguiendo el compás con una cuchara golpeando el borde de mi taza de café, vacía, porque estoy seguro que a mi querido amigo le hubiera gustado que en su funeral sonara esta música y todos bailáramos y comiéramos y bebiéramos, como lo hicimos juntos durante más de 30 años.

Mi querida colega de La Jornada, Gloria Muñoz, me acercó algunos de los textos que le publicó a Eduardo en Desinformémonos, y de ahí es que extraigo citas para este homenaje y demostrar mi aserto de que él y Mary elevaron la disciplina de la etnomusicología a la condición de obra de arte.

Cito: “El méringue se interpreta por las ti bands, llamados así por ser ‘petit ensembles’ de cuatro a seis elementos, que combinan el banjo con la guitarra sexta y una manouva o bajo, equivalente a la marimba dominicana. Las percusiones incluyen un tambor parecido a la tumbadora cubana; una tarola con un solo platillo: unas chacha o maracas, un güiro de metal y una clave que podía ser una botella del sobresaliente ron haitiano, El Barbancourt que –vacía– se percute con una piedrita o una moneda”.

Lo dicho: atiné al seguir el ritmo en mi escritorio percutiendo mi taza de café, vacía, con una moneda, llena (chiste muy Eduardo Llerenas).

La letra del méringue se basa en temas sobre los héroes locales, la naturaleza y el amor, con unos versos más coloridos o poéticos que otros.

“Los temas más famosos incluyen Ti Zwazo (Pajarito), una historia de amor perdido que grabó Harry Belafonte en los años 50 y que, arreglado como un mento jamaiquino, fue conocido mundialmente como Yellow Bird. Otro tema icónico, que tocaban todos las ti bands es Haïtí chérie, un himno popular a la belleza del país”. El repertorio de varios de los grupos incluía temas del vudú, sacado de su contexto religioso y arreglado para bailarse como cualquier otro méringue.

Nos instruye el docto etnomusicólogo Llerenas: “El vudú es una religión participativa, que busca encontrar el consuelo directamente de los dioses, invocados a descender a la tierra por el llamado de los tambores, sobre todo por el manman que ‘habla’ a los loa, llevándolos hacia la persona que será ‘montada’. Cada toque, más y más intenso, ayuda a que el loa invocado entre más profundamente en la cabeza de la elegida. Cuando lo recibe, será tratada con respeto y con cariño, por haberse convertido temporalmente en divina, hasta que los tambores marcan la salida del loa y la posesión se acaba”.

En el lugar de la ceremonia, por cierto, no había luz eléctrica, de manera que nuestro querido trío de orates grabó el audio usando sólo la batería del coche.

Así lo hicieron durante muchos y gloriosos años en el vocho blanco Mary Farquharson y Eduardo Llerenas, a quien recordamos sonriendo, haciendo juegos de palabras, levantando el vaso de ron y levantándose a cambiar el disco en el tornamesas y a ecualizar el sonido, y todos en su casa seguimos comiendo, bailando, bebiendo.

Así es la vida de Eduardo Llerenas, celebrémosla bailando al escuchar su disco 

Periódico La Jornada
10 de septiembre de 2022

¡Auch!, ¡pinche Eduardo, me pisaste un callo; baila bien, cabrón!


Antonio García de León


Eduardo Llerenas: se quedan los sonidos en el viento…

Si el corazón es el centro del cuerpo desde donde se dosifica el flujo sanguíneo, marcador y caja de resonancia de los sentidos que la literatura ha contribuido a extender en sus significados, la música sería la cadencia de silencios y sonidos que se crea entre cada latido. Así, quienes se congregan para convivir en ella, comparten una comunión esencial: haciendo que la frecuencia respiratoria y sus pulsaciones se acompasen en una experiencia compartida, llevando como sonido de fondo sus propias vivencias hacia espacios más amplios.

Hoy nos toca traer a la memoria a Eduardo Llerenas, que entretejió toda su vida con la frecuencia rítmica de las canciones y los sonidos de la música del mundo, ese lenguaje universal en cuyas expresiones ha estado inmerso un proyecto entrañable, el de Corasón, que lleva ya tres décadas de travesía sobre las aguas del tiempo, creado por la alianza de dos sensibilidades unidas por una pasión compartida, la música y sus fusiones de ida y vuelta: y en esta búsqueda, hay un designio que los acompañó desde el principio del camino, que los hizo crecer en la irradiación de las fusiones y las migraciones de los sonidos, acercándonos con su trabajo y perseverancia a las diversas cadencias y entonaciones de las regiones del mundo y, en especial, a las de la diáspora africana, cuyos reflejos se expandieron por lo menos desde el siglo XVI, creando regiones de excepción como el Caribe, cuyas reverberaciones se dispersaron como música de fondo de varias globalizaciones.

Porque las músicas del mundo son todas músicas mestizas y productos de fusiones diferentes distribuidas en el tiempo, músicas que se consolidaron en estructuras particulares, mezclas y apropiaciones sucesivas con las que se identificó cada una de las regiones musicales. Hacía falta pues tener una visión histórica y abierta a estas complejidades para difundir una selección ponderada de lo que es ya un acervo, un gran archivo musical –el de Discos Corasón– reconocido por la Unesco como parte de la memoria del mundo.

La historia misma implica una elección de vida dibujada por sus creadores. Regresar a los años 70 y encontrarnos con el doctor Eduardo Llerenas saliendo de su laboratorio de bioquímica de la UNAM con una pesada grabadora al hombro para hacer sus apasionados registros de campo en el México rural de entonces, terminando años después en Malí, Senegal, Cuba o Santo Domingo haciendo acopio de los cantos de los juglares griot, las danzas colectivas, los merengues apambichaos o los guaguancós de la santería…, eran la culminación de una larga trayectoria desde que se asoció con Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano, editando por su cuenta aquellas antologías de por lo menos ocho variantes del son mexicano de nueve regiones, antologías que hoy son clásicas e indispensables para el patrimonio musical de México.

Rescate de las melodías campesinas

Hay que imaginar a Eduardo Llerenas, que abandonó la ciencia experimental y se lanzó al rescate de las músicas campesinas que todos presentíamos iban a ser barridas por la modernización de un México urbano que transformaba desde entonces las anteriores condiciones de unas tradiciones acrisoladas en las comunidades rurales, construyendo el gran laboratorio de la bioquímica de los sentidos musicales, cambiando de paradigma y logrando su felicidad junto a Mary Farquharson, que investigaba, cuando la conoció, la música tradicional de nuestro país bajo los auspicios de la televisión nacional británica y que, antes de llegar a México en 1987, había cofundado la disquera World Circuit, cuyas relaciones iban también hasta el occidente de África y la música cubana del legendario Buena Vista Social Club. Ella ya había atestiguado con su trabajo la pasión de los africanos por la música afroantillana y el tumbao caribeño: de regreso a sus orígenes con nuevas voces, nuevos instrumentos y nuevas afinaciones, enlazando de una manera magistral un circuito de ida y vuelta renovado y conectando al presente con el pasado. Fue así inevitable –o por la gracia de algún orisha– que todos coincidiéramos en un Festival del Caribe en Chetumal y que Mary y Eduardo unieran desde allí sus corazones soneros y, claro, arrancaran toda esta floración que sigue incontenible en grabaciones memorables y producciones que se convirtieron después en referentes para nuevas fusiones en las bandas de músicas urbanas: como ocurrió, por ejemplo, con las músicas gitanas y balcánicas en la Ciudad de México de las que ellos propiciaron su llegada.

Hoy Eduardo Llerenas ha partido en la búsqueda vertiginosa de las cadencias del mundo y estamos ciertos de que en este nuevo trayecto recogerá los vientos y construirá con los sonidos esas mezclas y fusiones en las que invirtió con pasión toda su vida.

Periódico La Jornada
8 de septiembre de 2022


Lucina Jiménez


Recorrió pueblos, hizo amigos por todos lados, generó el archivo sonoro más importante de música tradicional mexicana, grabó a los soneros de todo el país. Él y Mary Farquharson, crearon Discos Corason, impulsaron a muchos y muchas creadoras de los pueblos, nos hermanaron musicalmente con Africa, con el Caribe, con la aventura que fue Buenavista Social Club.

Gracias Eduardo por alegrar nuestros corazones. Abrazos con la amistad y el cariño para Mary, para toda la familia. Vuela alto, querido Eduardo Llerenas. Polvo de estrellas y música eterna. Nuestro corazón, contigo.

Kasse-Eduardo-y-Luc
Kasse-Eduardo-y-Luc

Ery Cámara


 Kambeng’o con Eduardo Llerenas

Con Eduardo Llerenas y Mary Farqhuarson nos une una entrañable amistad y una hermandad del alma. Me cimbró la noticia de que Eduardo se había convertido en luz y me puse a pensar y recordar nuestras experiencias compartidas, nuestras conversaciones e intercambios. Eduardo nos deja un legado con aspectos indelebles e intangibles en la cultura de muchos de nosotros.

Con un fino oído y una privilegiada sensibilidad recorrió muchos senderos para percibir el genio musical donde había que hallarlo y se empeñó a resurgir talentosos músicos de distintas latitudes del mundo ante generaciones que fueron descubriendo  tesoros de la música mexicana, la cubana,  la africana y la gitana. No podré citar a todos por temor a equivocarme pero, compartiré la experiencia que me tocó cuando esta pareja de melómanos me invitó a colaborar con el sello de Discos Corason  en la recepción y promoción de los músicos del África occidental que nos visitaron: De Mali, el legendario Kassé Mady Diabaté, su hermano, Lafia Diabaté, Oumou Sangaré, Basekou Kouyaté, Fatoumata Diawara; todos acompañados de estupendos músicos, bailarines y coristas. De Senegal vinieron: Touré Kunda, La orquestra Baobab Y de Niger, Bombino. Para mí es inolvidable este reencuentro con los juglares de mis raíces mandingas, con algunos artistas que conocía desde mi adolescencia. Con Eduardo como anfitrión, las conversaciones trascendían la etnomusicología, los convivios gestaban prodigios entre improvisaciones, bailes así como inesperadas solicitudes de músicos que querían el recuerdo de una foto con Marímar. En su casa de la ciudad de México como en Tlayacapan, procuraba que los músicos tuvieran oportunidad de socializar y vivir experiencias fuera del escenario. Con algunos, pudimos visitar sitios arqueológicos e históricos, museos, mercados y el Centro histórico.

Momentos memorables de armoniosa convivencia amenizados por conciertos que nos deparaban los juglares siguiendo la costumbre. Hawa Kassé Mady arrancó con la historia del apellido Camara en la cultura mandinga desde el pueblo de Siby cerca del río Niger para descifrar su significado: Ca- Mara: forjar, educar; herreros detentores del secreto de los metales y el fuego los elogian con “Camara fóro”. Cabe subrayar que la riqueza de los discos de Corason es la excelente investigación que los complementa. Me encantó que una parienta inglesa mandinga que vivió entre nosotros en la aldea de Bounkiling, Lucy Duran, gran musicóloga, conocedora de nuestra cultura, despertará en su kora, armonías de antaño que despliegan la virtudes de grandes “Dyaly” de Casamance y de Gambia, De Mali y de Guinea. Todos disfrutábamos estas tardeadas y en la mirada de Eduardo lucía la alegría, la admiración del talento en estos embajadores de la cultura africana. No olvidaré la felicidad de algunos malienses cuando coincidieron aquí con la Orquestra Aragón o con Eliades Ochoa de Buena Vista Social Club. Fue tan intenso que hasta la fecha siguen vibrando estos sonidos de encantamiento, estas melodías en las miradas, las sonrisas y las exclamaciones que celebraban la oportunidad de gozar juntos la buena música. Genuinamente le salía del corazón cuando Eduardo volteaba hacia mis parientes con “ Kambeng Herema” que significaría la fuerza y la salud del buen entendimiento entre dos o más personas; en una palabra, la armonía.

Gracias a Eduardo y Mary la música tradicional y contemporánea del África Occidental tuvo una muy buena acogida en México a tal punto que fue un vigoroso impulso para muchos jóvenes que viajaron a Guinea, Mali y Senegal para formarse en la danza y en la práctica de instrumentos como la kora, el balafon conocido aquí como marimba además del Dyembé, percusión icónica de la cultura mandinga. El horizonte de los estudios en México se enriqueció por estos intercambios culturales que naturalmente sedujeron sensibilidades afines

El latir de la Kora de Ballaké Cissoko acompañando Hawa Kassé Mady Diabaté entonando “Kanimba” junto a su padre fue un prodigio en el teatro Esperanza Iris. Como el oleaje del mar, Eduardo se ha convertido en una energía latente en nuestra memoria. Suave brisa que exhala la música que nos hizo descubrir y que juntos seguiremos disfrutando.  Mary,  Eduardo nos seguirá acompañando eternamente.


Bruno Bartra


Bruno Bartra, musicólogo, periodista
Eduardo y Mary 2017
Eduardo y Mary 2017

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