Heterofonía | 15 |

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Revista publicada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura
Año 3 | Número 13 | noviembre-diciembre 1970

Directora: Esperanza Pulido

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De los editores

Con excepción de contados compositores de la categoría de Ellis Carter (sexagenario) , o de Copland, Sessions, Barber, Harris, dello Joio, etc. (todos contemporáneos de generaciones pasadas), un buen número de jóvenes norteamericanos ignoran hacia dónde se dirigen . Pocos, entre ellos, creen aún en Webern y practican un serialismo total. La mayoría proclama el anarquismo y la antimúsica, como tabla salvadora de una mediocridad alarmante. La confusión y el afán de mezclarlo todo hallan calurosa acogida en aquel medio, donde proliferan los happenings con pretensiones de música, así como la aleatoriedad incongruente de quienes ignoran el arte de la estructuración. John Cage gasta su incontestable talento en el vacío, “componiendo” piezas como su reciente Solo para trombón de varas, en el que deben glisarse larga y calladamente los tubos hacia arriba y hacia abajo; pero para ello se invitan trombonistas tan famosos como Stuart Dempster, quien se ve obligado a “tocar” su instrumento y otros accesorios en silencio. Esto, como protesta por el actual estado de cosas en el mundo de la música no popular, está bien. La “Palabra” va perdiendo su semántica, para convertirse en simple sonido. Esto, como protesta contra los malos literatos no está mal.

La Orquesta Filarmónica de Los Ángeles se convierte eventualmente en una Sinfónica Televisual (Switched~On Symphony) , con actuaciones de noventa minutos, interrumpidas doce veces por “comerciales” espectaculares. La
música que ofrecen no es solamente el rock de las antiguas minorías, sino el de la juventud actual. La idea de ejecutar esta clase de música, con efectos y danzas entremezcladas, está bien, pero como espectáculo visual, mejor que auditivo. Y no podríamos tomarlo a guisa de protesta contra las orquestas sinfónicas norteamericanas, entre las que abunda la excelente calidad.

En cambio, un nuevo grupo de Chicago, conocido como The Flock, conduce el Jazz a un movimiento de vanguardia que es, al mismo tiempo, regenerador y atractivo. Lo que realizan los cultos músicos europeos y americanos (de todo el Continente) como búsquedas vivas de sonoridades instrumentales nuevas, que a veces compiten ventajosamente con las producidas electrónicamente, los Flock (Siete jóvenes) lo consiguen ingeniosamente con sus instrumentos (especialmente el violinista Jerry Goodman).

¿ Cuál será la causa de esta situación? Creemos que debe atribuirse, en parte, a la aversión e indiferencia hacia la música contemporánea de quienes patrocinan las orquestas sinfónicas, o dirigen las agencias de conciertos, con
la consiguiente imposición de música convencional a los directores de Orquesta, como anzuelo de auditorios.

De acuerdo con una estadística de la Broadcasting Music Inc., 582 orquestas norteamericanas ejecutaron en la temporada 1968-69 un total de 5,877 conciertos, en los cuales se escucharon 127 veces la obertura de los Maestros
Cantores; 114 la Primera de Brahms; Mozart ocupó el primer lugar, con 1627 ejecuciones; Beethoven y Brahms le siguieron los pasos. La música moderna elegida no lo era tanto: apenas Ives alcanzó popularidad con 150 ejecuciones;
Rodgers tuvo precedente sobre Poulenc y Bernstein opacó a Stravinski.

¡Ya sería hora de que se invirtiera el orden de cosas con lo mejor entre los contemporáneos! Quizá esto impulsaría a los jóvenes hacia una música basada en el trabajo arduo y no en el empirismo.

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