Aaron Copland y Blas Galindo
Aaron Copland y Blas Galindo

Heterofonía | 20 |


Revista publicada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura
Año 3 | Número 20 | septiembre-octubre 1971

Directora fundadora: Esperanza Pulido


De los editores

PROBLEMAS DE BECARIOS. De la primera dotación de becas que otorgó generosamente el gobierno francés en México al terminar la Segunda Guerra Mundial, surgieron grandes valores, como el muy eminente escritor Juan José Arreola; el antropólogo Dr. Eusebio Dávalos (prematuramente fallecido), quien realizó brillante labor al frente de la Escuela de Antropología y después como Director del nuevo Museo de Antropología que todavía alcanzó a inaugurar; el también antropólogo Alberto Luis Lhuiller, descubridor de la tumba de Palenque y especialista en cultura maya y otros. Todos ellos de la generación 1946-48, que redondearon sus carreras profesionales, pese a lo insuficiente de las becas y a las precarias condiciones que experimentaba Francia en aquellos momentos críticos de su historia.

Algunos años después, los becarios del propio gobierno francés no fueron elegidos de acuerdo con un criterio selectivo. Cuando regresamos a Francia, en 1954, la mayoría de los privilegiados del sexo masculino se pasaba el día jugando ajedrez, o perdiendo el tiempo en el foyer de la Casa de México, o paseándose por las provincias (las muchachas sí estudiaban). Pero creemos que desde hace algún tiempo reciben becas sólamente aquellos jóvenes que reúnan ciertos requisitos y posean, ante todo, verdaderos méritos en sus campos profesionales específicos.

Leímos hace poco en “Excelsior” una nota del colega Luis Fernández de Castro relativa a los becarios de piano y canto de la Sala Chopin y los gobiernos de Austria e Italia, en la que se queja de “que las becas concedidas por los gobiernos de los países respectivos, aunque constituyen un gesto digno de reconocimiento, no cubren con amplitud las necesidades económicas de los beneficiarios”. Y advoca la necesidad de que la Secretaría de Educación Pública ofrezca ayuda adicional a estos artistas mexicanos para que puedan continuar sus estudios con dignidad”; sin embargo, varios de estos becarios se han permitido el lujo de pasar vacaciones en México y luego regresar a sus escuelas de música en Europa (a los becarios del gobierno francés les sería imposible semejante lujo).

Analicemos sumariamente el asunto. Don Antonio de la Borbolla. ejecutivo de la Sala Chopin, favorece con su idealismo, no solamente a la empresa de instrumentos musicales que representa, sino a un número considerable de estudiantes jóvenes de México que sin esta admirable clase de “réclame” nunca hubieran podido soñar con perfeccionarse en Europa. Conocemos el monto de las prestaciones económicas recibidas por los beneficiarios —superiores a las que otorga el gobierno francés— y no las juzgamos insuficientes. Siempre que los jóvenes supieran y quisieran ponerlas a buen recaudo, y darse cuenta de que el gobierno de su país no tiene la obligación de pagarle lujos
adicionales; pero el gobierno de México sí debería estar obligado a otorgar otras becas a jóvenes de quizá menos recursos económicos que algunos de los que las reciben por mediación de la Sala Chopin y otras fuentes.

Sin pretender convertirnos en consejeros de oficio, nos atreveríamos a sugerirle a Don Antonio de la Borbolla que a leccionara a los futuros becarios de su organismo para hacerlos comprender que deben sacrificarse un poco durante el tiempo que usufructúen del beneficio. Independientemente del talento y el esfuerzo, es siempre un privilegio recibir una beca de esta categoría, porque hay bastantes jóvenes que, poseyendo grandes facultades musicales
y haciendo la misma clase de esfuerzos, se quedan en la penumbra. Quizá les falte espíritu y un peso veinte centavos para tomar el Metro…

Estas notas, dictadas por experiencias personales, no obedecen a otras miras que las de ayudar a los jóvenes becarios de las diversas fuentes internacionales a controlar sus impulsos de despilfarro y a no esperar ayuda económica adicional del gobierno de su país (a menos que gocen de influencias). Claro que un año no es suficiente. El primero que pasa uno allá apenas basta para dominar la lengua y adaptarse al nuevo ambiente. En este caso, el becario está en su derecho de buscar una nueva beca, siempre que haya demostrado madera de luchador.


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