Historia mexicana de óperas olvidadas

Hugo Roca Joglar

Busco en la historia de la ópera mexicana cosas que no hayan sido nombradas. 

El flujo histórico evidente visibiliza lo ya visible y su crónica se articula en torno a la repetición de frases hechas; por ejemplo:

Ildegonda (1866) de Melesio Morales (1838-1908) triunfó en Italia y él nunca volvió a escribir una ópera exitosa. 

Yo busco las historias perdidas, los cantos que han sido mutilados. 

Pienso en el poblano Carlos Samaniego (1870-1955). Fundó y dirigió el Conservatorio de Puebla. Su ópera Nezahualcóyotl (¿?) en tres actos con libreto propio nunca fue estrenada.

Y pienso en la oaxaqueña Julia Alonso (1889-1977), compositora y organista. Su música está enterrada, es como si no existiera. Escribió dos sinfonías y una ópera: Tonantzin (¿?). 

Pienso en la historia perdida de la ópera mexicana, en que Julia Alonso puede ser un buen inicio, como cualquier otro, para comenzar a nombrarla.  

Tonantzin es la madre de todos los dioses. 

El Intermezzo de Atzimba (1900) de Ricardo Castro (1864-1907) es de una belleza estremecedora.

Pienso en el toluqueño José María Bustamante (1777-1861). Su México libre es la primera ópera estrenada tras la Independencia (el 27 de octubre de 1821 en el Teatro Principal), y por lo tanto la primera ópera mexicana. Extrañamente no es una obra patriótica, nada hay en ella sobre Agustín de Iturbide, el Ejército Trigarante y el imperio español. Quienes luchan son Marte, Palas, Atenas y Mercurio contra Despotismo, Discordia, Ignorancia y Fanatismo. Suena adorable y suena ridícula. Hoy está desaparecida. 

En Tata Vasco (1941), Bernal Jiménez (1910-1956) se muestra como un orquestador eficaz.

Pienso en Manuel Covarrubias. No se sabe en dónde nació ni cuándo murió, pero sí que fue autodidacta y en algún momento del siglo XIX escribió tres óperas que nunca fueron estrenadas: La Palmira, Bertha y La sacerdotisa peruana, sobre el romance entre una mujer inca (soprano) y un invasor (contralto). 

 

Litografía de Luis Baca publicada en La ilustración Mexicana, t.ii, editada por Ignacio Cumplido, (1851-1852), p. 431. Disponible en Hathi Trust. Nota de Fernando Carrazco.

Y pienso en el duranguense Luis Baca (1826-1855). Su padre lo mandó a París para estudiar medicina, pero Luis lo desoyó y en franca rebeldía se inscribió en la cátedra de composición del Conservatorio de París. Escribió dos óperas: Juana de Castilla (¿?), en dos actos con libreto de Temístocle Solera, y Leonora (¿?), en dos actos con libreto de Carlo Bozetti. Nunca fueron estrenadas y hoy están perdidas. 

Una rareza en el repertorio de Carlos Chávez (1899-1978) es The Visitors (1957), ópera en inglés que escribió para Estados Unidos.

Si nunca es la palabra que más se repite en esta crónica (nunca como indicación de olvido), existe la posibilidad de crear un flujo distinto. Está el caso, por ejemplo, del rescate de Matilde (1910), ópera que Julián Carrillo (1875-1965) le escribió a Porfirio Díaz para celebrar los 100 años de la Independencia y nunca se estrenó a causa del estallido de la guerra revolucionaria… y un siglo después, gracias al esfuerzo de José Miramontes Zapata al frente de la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí, se estrenó en 2010.

El nunca fue revertido, pero es Porfirio Díaz y es Julián Carrillo, dos figuras visibles y reconocidas de nuestra historia musical. Aunque su ejemplo funciona: 

Es posible establecer un flujo distinto que se oponga al olvido. 

Pienso en Sofía Cancino de Cuevas (1897-1982), compositora, pianista y directora de orquesta. Escribió una sinfonía, un concierto para piano, el poema sinfónico Gallo en Pátzcuaro y cuatro óperas, ninguna estrenada y hoy perdidas. Sobre dos se sabe el nombre: Michoacana (¿?) y Promesa de artista, palabra de rey (¿?);  sobre las otras dos se sabe poco más: Gil González de Alba (1938) está conformada por 15 escenas, cantada en español e intervienen cinco personajes; Annette (1945) está conformada por acto único, cantada en francés (sobre libreto de la propia compositora) e intervienen tres personajes, uno de los cuales es de género indistinto: puede ser la Madame (en este caso debe ser cantado por una contralto) o el Monsieur (en este caso debe cantado por un bajo). 

Y pienso en el yucateco Cornelio Cárdenas Samada (1888-1957). Estudió con Pilar Cárdenas Poveda. Fue director de la Banda de Música de Chetumal y diseñó el sistema educativo para enseñar a cantar a los niños en las escuelas primarias de Yucatán. Compuso música y libreto de tres óperas: Escenas itzalanas (¿?), en acto único, Chichén Itza (¿?), en cuatro actos y Ya Yaax Can, serpiente venenosa (¿?), en dos actos. Ninguna fue estrenada y hoy están perdidas.  

El teatro siempre estuvo lejos de su volcánico pensamiento musical, pero la pregunta no sobra: ¿a qué sonaría una ópera de Silvestre Revueltas (1899-1940)?

Música, teatro, arquitectura y poesía. Escribir ópera exige un esfuerzo maratónico. Piensas en sonidos, actuación, edificios y versos. Personajes habitan un espacio físico encumbrado y delimitado por foso, brazos y telón. La partitura tiene un sentido programático: sirve a un programa literario, y su construcción sonora tiene que absorber conceptos, intenciones, sucesos, secretos y atmósferas de esa historia.

En La señora del balcón (1964), Luis Sandi (1905-1996) acude a Elena Garro; Alicia Urreta (1930-1986) en El romance de Doña Balada (1974) a Balzac, y en El palacio imaginado (2003), Hilda Paredes (1957) a Isabel Allende.

Pienso en José Antonio Guzmán (1946). Estudió clavecín y composición con el armenio Alan Hovhaness. Su ópera Ambrosio se estrenó en el Teatro Juárez (25 de octubre de 1990) y está grabada en Sonora Records con un elenco que incluye a Olivia Gorra y Jorge Lagunes, pero escribió otra ópera que nunca fue estrenada y está perdida: Santa, con Dolores del Río (soprano) y Orson Welles (barítono) como únicos personajes, cuya historia insinúa una noche erótica entre la actriz mexicana y el actor estadounidense tras un día de rodaje en el Casino La Selva de Cuernavaca en los cuarenta. Está escrita para coro mixto, grupo de ballet y una orquesta de cámara, guitarra, piano, percusiones y la inclusión de dos saxofones para colorear la culminación del erotismo. 

Y pienso en el sinaloense Alfredo Carrasco (1875-1945). Organista de la Catedral de Guadalajara durante el cambio del siglo XIX al XX, a la que dedicó una Misa de Réquiem. Escribió una trilogía operística para contralto, piano y coro de niñas que estrenó ante las familias de las alumnas de la Escuela Padre Mier y Terán, pero nunca profesionalmente. Tiene una cuarta ópera, hoy perdida y nunca estrenada, de nombre Esposa mexicana (¿?), cuya obertura se interpretó como pieza suelta en 1918 en el Teatro Degollado. 

La mulata de Córdoba (1948) de Moncayo (1912-1958) es una coral ópera hermosa. 

La ópera es género de largo aliento: no es habitual que dure menos de hora y media y puede extenderse por más de siete. Para su representación usualmente se necesitan grandes masas orquestales que incluyen coros mixtos y ensambles detrás de escena, solistas, extras, personajes mudos, escenografía, vestuario, diseño de luces y un gran teatro. Producirla suele ser sinónimo de sofisticación y dinero. 

La güera (1982) de Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994) es sobre la Independencia y Malinali (1993) de Manuel Enríquez (1926-1994) sobre la conquista de Tenochtitlán.

Pienso en Mario Stern (1936-2017). Nació y murió en Ciudad de México. Estudió con Rodolfo Halffter y en París trabajó en proyectos electroacústicos con Pierre Schaeffer, padre de la música concreta. Su ópera Jaque (1978) nunca fue estrenada. La protagonizan piezas de ajedrez. Sucede durante la Edad Media. Los instrumentos de la orquesta están asociados a conceptos. Chelos: traición; cornos: celos; arpa: miedo. La acción es una guerra donde todos excepto el Rey negro (tenor) y un peón negro (personaje mudo) son asesinados. La función del coro mixto es recoger los cadáveres del tablero.

Y pienso en el poblano Rafael Olvera (1959). Estudió composición con Federico Ibarra en la Escuela Nacional de Música y una maestría en la Universidad de Brigham Young, de la que fue compositor residente. Su ópera de cámara en acto único El cuarto rey mago (¿?) nunca fue estrenada. 

Escribir ópera bajo comisión tiene sentido claro y utilitario: ganar dinero por el tiempo invertido y verla representada ante un público. 

Se dice que entre Aura (1989) de Mario Lavista (1943), Alicia (1995) de Federico Ibarra (1946) y La hija de Rappaccini (1994) de Daniel Catán (1949-2011) está la mejor ópera mexicana de la segunda mitad del siglo XX.

Pienso en Fernando Cataño (1928). Compuso tres óperas: Llamadas de oriente (1992), para orquesta sinfónica, siete solistas, coro mixto, coro de niños y grupo de ballet; Otilia Rauda (¿?) para orquesta de cámara, coro mixto, coro de niños y dos personajes, y Mixi (¿?) para orquesta sinfónica con dos excentricidades (clarinete en Si bemol y cinta midi) y 10 solistas (incluida una voz blanca). Para las tres, Fernando Cataño también escribió el libreto, cuyos argumentos se desconocen (salvo la segunda, que está basada en la novela homónima de Sergio Galindo) porque nunca se estrenaron. ¿A qué suena la música de este hombre en cuyo pensamiento musical son tan importante las voces infantiles?, ¿será alegre, será siniestra? Es inútil; las partituras están desaparecidas. Pero él aún vive, ¿dónde?, no he encontrado reportes sobre su muerte, debe tener 92 años, ¿está bien?, ¿todavía escribe música? 

Y pienso en el jalisciense Sebastián Márquez Robledo (1889-1973). Estudió música en la Academia Fray Juan de la Cruz. Su ópera en dos actos Estefanía (¿?) nunca fue estrenada. 

Escribir ópera sin que nadie te la haya pedido tiene un complejo sentido que me fascina, y yo quiero nombrar eso: esfuerzos operísticos construidos sin garantías, ni dinero, ni orquestas, ni solistas, ni coros, ni luces, ni escenografías, ni libretos disponibles.

Incluso los reconocidísimos Manuel M. Ponce (1882-1948) y Eduardo Mata (1942-1995) dejaron óperas inconclusas que nadie les pidió: El patio florido (1913), con libreto de Carlos González Peña, y Alicia (1959), en dos actos y seis escenas con libreto de Lazlo Moussong Palencia

Pienso en el duranguense Alberto Amaya (1856-1930). Fue el concertino de la Orquesta del Conservatorio Nacional de Ciudad de México a principios del siglo XX y se le conoció por haber sido el solista del Concierto para violín de Rubinstein en el Teatro Nacional bajo la batuta de Carlos J. Meneses. Aunque ganó dos concursos nacionales de composición (de obertura y obra vocal), su música ha sido olvidada; desde hace un siglo ninguna orquesta la interpreta. Su catálogo incluye una ópera en dos actos que nunca fue estrenada: Querétaro (¿?), ¿a qué suena?, ¿la ciudad es un personaje vocal o está representada dentro de la orquesta a través de algún tema recurrente o instrumento específico cuya función es darle vida al Bajío?

Y pienso en el tlaxcalteca Estanislao Mejía (1882-1967). Dirigió el Orfeón de la Escuela Nacional de Ciegos. Su ópera Edith (1912), nunca estrenada, cuenta la historia de la amante del Rey de Inglaterra. 

Óperas pensadas para grandes teatros inexistentes que murieron en un cuarto solitario sin jamás haber sido escuchadas. La triste y hermosa idea de óperas mexicanas escritas para nadie, desde la nada, hacia el vacío. 

Anacleto Morones (1994) de Víctor Rasgado (1959), Murmullos del Páramo (2006) de Julio Estrada (1943) y Comala (2011), nominada al Pulitzer, de Ricardo Zohn-Muldoon (1962) son tres óperas mexicanas basadas en la obra de Juan Rulfo. 

Pienso en el veracruzano Armando Ortega Carrillo (1936-1973). Dirigió el coro de la Iglesia de Santa Rosa de Lima. Compuso música y libreto de cuatro óperas en acto único que nunca se estrenaron: La vengadora (1954), Eugenia (1954), Sombras (1958) y Esperanza, la quinceañera (1968), que incluye dos bailarines. 

Y pienso en el oaxaqueño Carlos Pozos (1953). Estudió en los conservatorios Bakú (Azerbaiyán) y Chaikovski (Rusia). Primer mexicano en graduarse del Conservatorio de Moscú. Estrenó su Sinfonía núm. 1 en 1983 con la Orquesta Estatal de Moscú. Escribió el Himno jornalero, para orquesta y alientos, y como residente del Conservatorio Rimski-Kórsakov compuso la ópera Popol Vuh (¿?), nunca estrenada. 

*

Esta crónica avanza desencajada del tiempo: nunca es su palabra más repetida; la segunda que más se repite es perdida. Su articulación es el olvido. 

Rodolfo Halffter (1900-1987), quien introdujo la dodecafonía en México, perdió en la España fratricida su única ópera: Clavileño, basada en textos de Miguel de Cervantes.

Pienso en Jacobo Kostakovski (1893-1953). Nació en Ucrania, estudió con Schöenberg en Viena y en México fue violinista de las orquestas Sinfónica Nacional y Filarmónica de la UNAM. Se nacionalizó mexicano en 1925 y estrenó dos ballets en Bellas Artes: Clarín y Barracuda, y el poema sinfónico Taxco. Su música ha sido olvidada. Nadie la recuerda, nadie la conoce y nadie la programa. Su catálogo incluye una ópera: El quinto sol azteca (¿?), en tres actos y siete escenas. Nunca fue estrenada y se encuentra desaparecida. Trabajó durante siete años en ella. 

Y pienso en Gerhart Muench (1907-1988). Pianista y compositor alemán. Estudió en el Conservatorio de Dresde. A los 15 años se graduó con honores. Peleó durante la Segunda Guerra Mundial. Llegó a Los Angeles, donde dio clases de composición y luego en el Conservatorio de las Rosas, en Morelia. Se nacionalizó mexicano en 1953.  Escribió la ópera de cámara Monte de Venus (¿?) con su propio libreto. Nunca fue estrenada y lo único que hoy se sabe sobre ella es el nombre y tesitura de los personajes: El errante nocturno (barítono), El borracho (tenor), El amante (bajo), El ex novio (bajo), Molly (soprano), Polly (mezzosoprano), Dolly (contralto), Juanita (contralto), Erika (contralto) e Imagen de Venus (soprano). 

Lan Adomián

 Y pienso en Lan Adomián (1905-1979), ucraniano que estudió en el Conservatorio de Baltimore y en los cincuentas se nacionalizó mexicano.  Escribió la ópera La mascarada (¿?) sobre la novela homónima de Álvaro Moravia. Nunca fue estrenada. 

 Y pienso en Simón Tapia Colman (1906-1939), español nacionalizado mexicano en 1939. En París estudió composición con Vincent d´Indy (1851-1931). Fue concertino del Teatro Apolo de Madrid y violinista de la Orquesta Sinfónica de México bajo la dirección de Carlos Chávez. Fundó y dirigió el coro de la Comisión Federal de Electricidad. Estrenó con la Orquesta Sinfónica de Manchester su obra sinfónica Leyenda de gitana. Su ópera inconclusa Iguazú nunca fue estrenada.

Para revertir el olvido es necesario que las compañías de ópera renuncien a la sistémica y anacrónica repetición de repertorio decimonónico belcantista europeo y centren sus esfuerzos en rescatar la historia mexicana de óperas nunca estrenadas. Se dirá que es un rescate destinado al fracaso, que el público no está interesado, que sin Mozart, Rossini y Verdi los teatros de arte lírico en México quedarían vacíos. Tres mentiras. Los tiempos han cambiado, las nuevas generaciones, en su afán por vivir lejos de los esquemas que rigieron las vidas de sus madres y abuelos (misa, matrimonio, trabajo de oficina…), creen en lo marginal, buscan aquello que no ha sido explorado. Huyen de lo evidente. Monteverdi, Massenet y Wagner, incluso Moncayo, Catán y Glass, les resultan molestos por visibles. Los atraen partituras jamás estrenadas. Desean con avidez escuchar voces que el desprecio asfixió hasta el silencio. 

Quizá Marcela Rodríguez (1951), Gabriela Ortiz (1964) y Diana Syrse (1984) representan la máxima expresión de la ópera mexicana del siglo XXI. 

Pienso en el duranguense Alberto Alvarado (1864-1939). Concertino de la Compañía de Ópera de Ángela Peralta. En 1908 su sinfonía El príncipe de Asturias se estrenó en Madrid y en 1929 su poema sinfónico Cuauhtémoc en Bélgica. Escribió dos óperas que nunca fueron estrenadas Mañana (¿?) y El niño ciego (¿?)

Pienso en el poblano Roberto Téllez Oropeza (1909-2001). En 1927, a los 18, ganó el primer lugar en un concurso de vals mexicano y en 1935 el de poema sinfónico de la Revolución Mexicana con la obra Sumario. Escribió tres óperas, ninguna estrenada: 

La gracia de ser fea (1975), en un acto con libreto de Roberto Jarero; Ifigenia cruel (1976), basada en el poema de Alfonso Reyes, y Acapulco (1979), con libreto en español de Alfonso Ortiz Palma. 

Y pienso en esta triste historia mexicana de óperas olvidadas. 

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