El nombre de Maria Teresa Rodríguez , sinónimo de excelencia artística y orgullo nacional, estaba vinculado íntimamente a la historia de mi familia. De niños, mi padre nos llevaba a sus conciertos, que mis hermanos y yo escuchábamos con enorme admiración. En su juventud, mi padre había tocado sonatas para violín y piano con ella en el estudio del maestro Sandor Roth, y la llamaba Matesa, y se refería a ella como la más grande pianista de México. Yo siempre la llamé maestra. Nunca pude decirle Matesa, por el enorme respeto que me inspiraba, aunque seguí en contacto con ella hasta el final de su vida y le tuve un cariño muy especial.
Su enorme repertorio cubría música de todas las épocas y podía presentar cualquier concierto con orquesta de un día para otro, impecablemente. Como muestra de su genio recuerdo, por ejemplo, la ocasión en que interpretó las 32 Sonatas y los 5 conciertos para piano y orquesta de Beethoven en el Teatro de la Ciudad, presentados en la misma temporada, creo recordar por el bicentenario de su nacimiento. Labor sobrehumana, pero no para Matesa. Pocos pianistas en el mundo pueden realizar una hazaña similar.
Otro concierto que jamás olvidaré, tuvo lugar hacia 1978. Fue un recital de música de Carlos Chávez en el Palacio de Minería. El maestro Chávez estaba ahí, ya muy débil, escuchando a la intérprete por excelencia de su música. La grabación de las obras completas de Carlos Chávez por Maria Teresa, son un trabajo monumental y documento histórico de dos pilares de la música en México: el compositor y la pianista.
No solo como solista y recitalista, sino como músico de cámara, Maria Teresa fué una inspiración para mi y todos los que la escuchamos. Recuerdo escucharla al lado del gran flautista Jean Pierre Rampal y el violinista Leon Spierer, concertino de la Filarmónica de Berlín (me parece recordar en la Sala Netzahualcóyotl). El legendario violinista Henryk Szering tuvo una gran amistad con Matesa, y siempre exigió que fuera ella la pianista que lo acompañara en todas sus presentaciones en México.
Maria Teresa estaba en la cúspide de su carrera cuando tuve la gran fortuna, gracias a mi padre que me llevó a audicionarle, de que me aceptara como su alumna en el Conservatorio Nacional de Música. Este hecho marcó mi vida para siempre. Los seis años que estuve con ella fueron ciertamente fundamentales, pero su legado e influencia han seguido conmigo toda mi vida.
Matesa me abrió el mundo de los grandes: Bach, Beethoven, Mozart, Chopin, Brahms, Schumann, Chávez, Debussy, Ravel, Prokofieff y tantos más. Su énfasis en construir una técnica pianística sólida era implacable y definitivamente ha sido un elemento fundamental en mi formación, asi como la importancia de un absoluto respeto al texto original de las obras, y de una profunda comprensión del estilo y lenguaje del compositor.
Un aspecto de María Teresa que me parece importante mencionar, y que tal vez no lo conoce el público que la admiró como pianista por décadas, es su increíble humanidad y generosidad. Cuando estaba al final de mi carrera en el Conservatorio, en una ocasión Matesa tuvo que ausentarse por espacio de un mes, con motivo de una gira de conciertos fuera de México. Ella me pidió que por esas cuatro semanas, yo cubriera las clases de sus alumnos de la Escuela Superior de Música. Por supuesto le dije que con todo gusto lo haría, y al darme los datos de cada alumno, también me entregó un sobre con dinero para ser entregado a uno de ellos. Al ver mi sorpresa, me explicó que su alumno llegaba muy tarde a sus clases todas las semanas, y al descubrir que se debía a que tomaba 3 camiones desde su alejado pueblo, saliendo de madrugada, decidió darle dinero para su taxi cada semana, para que llegara a tiempo a su clase pues tenía mucho interés y provenía de una familia muy pobre.
El legado de Maria Teresa Rodriguez continuará por generaciones de pianistas. Ciertamente ella transformó mi vida.
Es difícil, en unas cuantas líneas, describir lo que Maria Teresa ha significado para mi. La última vez que hablé con ella, unos días antes de su muerte, le dije que pensaba en ella cada día al sentarme al piano. Y es la verdad.
Beatriz Helguera
Este texto es uno de los testimonios publicados en el libro «Maria Teresa Rodriguez: Iconografía». Investigación de Alejandro Cheín Salinas