¿Qué es, pues, el tiempo?
San Agustín, Confesiones XI, XIV
Si nadie lo pregunta, lo sé;
pero si quiero explicarlo
al que me lo pregunta,
no lo sé.”
Bien conocido era Proteo, el dios griego de los mares que poseía una notable habilidad para predecir el futuro, quien para evitar ser molestado por aquellos que deseaban conocer lo que el destino les deparaba con astucia hacía uso de su otro gran talento; cambiar de forma a su entera voluntad, así aparecía convertido en un bravo toro embistiendo con furia a quien osaba perturbarlo para un instante después transformarse en niebla o agua y escapar de entre las manos del valiente que pretendía domar a la supuesta fiera taurina. De esta forma Proteo (Figura 1) guardaba celosamente su conocimiento sobre el presente, el pasado y el futuro, convirtiéndose en el símbolo de lo mutable, indefinido e inasible.
Al paso de los siglos pareciera que bajo la protección de Proteo estuviera resguardada la solución a interrogantes a las que sin éxito han intentado responder grandes pensadores de diversas disciplinas y épocas. Preguntas que en principio podrían parecer sencillas como ¿qué es la conciencia?, ¿el lenguaje nos permite pensar?, ¿es el pensamiento lo que nos permite hablar?, ¿qué es la mente?, ¿qué es la belleza? Curiosamente muchas de estas preguntas suelen atraer a personas que en ocasiones se encuentran entre la genialidad y la locura, lo que ha generado intensos y feroces debates y agrias discusiones a tal grado que por ejemplo, en el siglo XIX, la Sociedad Lingüística de París prohibió de manera formal y definitiva los debates acerca del origen del lenguaje.
¿Qué es el cerebro “normal” ?
Hace unos años, se llevó a cabo un estudio científico que buscaba elaborar un sistema de referencia y un atlas sobre el cerebro humano “normal” a partir de los datos de imágenes estructurales y funcionales del cerebro [1]Mazziotta et al, 2009 para lo que la ICBM (International Consortium for Brain Mapping) desarrollaría un conjunto de criterios considerados dentro de la “normalidad” para la inclusión de sujetos y los criterios de exclusión asociados. El enfoque buscaba que a partir de las herramientas disponibles en tecnología de neuroimagen se minimizara la inclusión de personas con algún transtorno médico que pudiera afectar la estructura o función del cerebro y por ende la “normalidad” del cerebro. Sin embargo, cuando se realizó la investigación, grande sería la sorpresa para aquel grupo de científicos al percatarse que de las 1685 personas que atendieron a la solicitud únicamente 180 personas o sea el 10.7% cumplirían con los criterios necesarios para ser considerados “normales” (Figura 2).
Revisando los números que arroja la investigación, al final parecía que el concepto de “normalidad” se esfumaba como las arenas del desierto de entre las manos de los investigadores perdiendo de esta forma sentido, ya que en general si nos sometemos a una serie de estudios médicos especializados ahora sabemos que es razonable afirmar que todas las personas estamos en mayor o menor grado enfermas (Figura 3). Los resultados de la investigación generaron grandes debates y reflexiones acerca del significado de “normalidad” ya que era comprensible suponer que el acceso a las nuevas tecnologías en la medicina ayudarían a encontrar los criterios científicos objetivos y confiables sobre el concepto de un cerebro “normal ”, lejano de la arbitraria subjetividad que en el pasado fue utilizada en términos aberrantes y fanáticos, como ocurrió con Hitler y la presunta “supremacía aria”. No olvidemos que en ese oscuro episodio de la historia la diversidad artística fue calificada como “degenerada”. Durante 1937 se persiguieron y ridiculizaron las obras confiscadas de artistas visuales como Kandinsky, Barlach, Klee, Kokoschka o Feininger entre muchos otros, organizándose burdas exposiciones donde el publico llegaba al extremo de violentar las obras escupiéndoles o intentando destruirlas. En el caso de la música, la llamada “Entartete Musik” o música degenerada sería el estandarte para atacar a compositores como Weill, Schoenberg, Krenek, Spoliansky, Webern o Hindemith. Dicha intolerancia y fanatismo acabaría también con la vida e incipiente obra de jóvenes artistas hoy desconocidos que comenzaban a desarrollar su arte e ideas y que lamentablemente se perdieron para siempre.
El problema de lo “normal”
La palabra normal proviene del latín norma, los romanos la usaron para referirse a la escuadra y el cartabón que eran herramientas utilizadas por los carpinteros de aquella época (Figura 4) y que al devenir del tiempo el vocablo transitaría hacia nuevos campos conceptuales para considerar la idea de lo regular y de la generalidad de manera más amplia relacionándola con palabras como típico, rutinario, estándar, promedio, adecuado, etcétera. Lo que complicaría aún más el ya entonces ambiguo significado de “normal ”. Si además se trata de definir lo “anormal” como lo opuesto a lo “normal” la dicotomía puede generar una difusa y falsa familiaridad que resulta peligrosa y nos conduce a la misma encrucijada que enfrentaría hace unos 1,600 años Aurelio Agustín de Hipona mejor conocido como San Agustín sobre el concepto del tiempo; podemos intuir el significado pero chocamos ante una enorme muralla al intentar encontrar una definición universal que sea efectiva en nuestro mundo real y cotidiano.
Buscando respuestas en el universo de las matemáticas para definir lo “normal ”, tampoco vamos muy lejos en el intento, ya que si bien la escurridiza “normalidad” se puede explicar desde lo que se conoce en estadística como Campana de Gauss (Figura 5) cuyo principio dice que cuando se miden las cosas no podemos llegar a una respuesta correcta absoluta y reproducible ya que siempre existirá cierto margen de error que no permite replicar lo mismo sin importar lo mucho que se intente. Aunque si nos empeñamos en realizar una cantidad n de intentos para llegar a un resultado en aras de encontrar una medición precisa descubriremos algo sorprendente; aunque no tengamos resultados individuales perfectamente predecibles el conjunto de todos los resultados nos ofrece una curva más predecible donde el pico de la curva estará situado en la media más popular y las de menor probabilidad a los extremos.
Trasladando el comportamiento de los números en la curva de Gauss a nuestra naturaleza humana nos encontramos con que todas las personas contamos con características físicas, intelectuales, emocionales y conductuales distintas. Sin embargo nuestra gran diversidad no es en lo absoluto aleatoria; nos encontramos distribuidos “normalmente ” en una Curva Gaussiana en función de cualquier característica que se considere: estatura, peso, coeficiente intelectual, tipo de sangre, presión arterial, etc. (Figura 6).
Los peligros de la normalidad: la sombra de la estandarización
La madre naturaleza nos puede ofrecer algunas pistas acerca de la importancia de la diversidad. Si por ejemplo consultáramos con un entomólogo sobre cuantos tipos de coleópteros (mejor conocidos como escarabajos) podríamos encontrar en una hectárea de selva tropical seguramente nos sorprendería la respuesta. Estos pequeños insectos a los que solemos prestar muy poca atención son los campeones de la supervivencia en nuestro planeta; vieron nacer, crecer y extinguirse tanto a los dinosaurios como a muchas otras especies y llevan caminando sobre la faz de la tierra unos 290 millones de años (mientras los primeros posibles homínidos lo hicieron apenas hace unos 7 millones de años). Actualmente existen unas 400,000 especies conformadas por múltiples tamaños, colores y formas que se encuentran descritas y clasificadas por la ciencia a las que habría que agregar las que aún permanecen desconocidas en los bosques y selvas del planeta. Los escarabajos, humildemente nos brindan un maravilloso ejemplo de la importancia de la diversidad. Mientras la naturaleza elige la variedad y diversidad para evolucionar, nuestra tendencia es cada vez mayor hacia una peligrosa estandarización por la que ya estamos pagando un alto precio. Desde el punto de vista de la evolución es seguro que alguna utilidad debe existir en la diversidad humana o no habríamos sobrevivido a la feroz competencia evolutiva y si algo le valió a los antiguos cazadores-recolectores para triunfar ante la adversidad fue justamente la diversidad de talentos para generar nuevas ideas. Un buen ejemplo del precio de la pérdida de la diversidad humana lo encontramos en la genética. En la historia de las monarquías europeas al paso de los siglos las mismas se convirtieron en grupos cerrados en los que sus miembros se casaban entre sí únicamente, evitando la llegada de nuevos y variados genes lo que derivó en severas enfermedades genéticas recesivas como hemofilia, prognatismo mandibular o distrofia muscular de Duchenne y Becker entre otros, llevando incluso a la extinción de linajes, como el caso de la familia real española de la casa de Austria [2]Taboada y Lardoeyt, 2014.
Si trasladamos ahora los dilemas que presenta la búsqueda de la normalidad al ámbito musical en las circunstancias de vida en algunos de los compositores que han dejado una huella profunda en la historia de la música, por ejemplo, valdría preguntarse ¿verdaderamente nos gustaría mandar a Tchaikovsky al diván, administrarle antidepresivos a Chopin o pedirle a Wagner que se sometiera a una terapia conductual para que dejaran atrás aquello que los hacía diferentes en aras de la supuesta normalidad ? Francamente no lo creo, además inevitablemente surgen preguntas como ¿de qué manera afectaría dicha normalidad los procesos creativos de estos compositores? ¿Habrían compuesto las mismas obras y de la misma manera bajo los efectos de medicamentos o de una intervención psiquiátrica o psicológica?.
Neurodiversidad
Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo posiblemente sea cambiar la idea de una “normalidad” anclada en la enfermedad que perniciosamente ha etiquetado y reducido a las personas (dentro de las que se encuentran muchos artistas acosados y condenados socialmente en su entorno de vida por un diagnóstico) para transitar hacia nuevos horizontes que permitan valorar lo que las personas verdaderamente son y pueden llegar a ser. Es curioso que cuando hablamos de cultura no nos cueste pensar en la diversidad cultural y sus muy distintas voces para considerar la riqueza social que heredamos. Sin embargo, cuando nos referimos al cerebro parece lejana y ajena la simple idea de imaginar diferentes clases de cerebros. La psicología cognitiva y las neurociencias están realizando interesantes descubrimientos que nos permiten comprender mejor la génesis de los procesos creativos en artistas que si bien pueden presentar daños y disfunciones cerebrales han realizado brillantes obras.
Un pintor sin memoria: el caso de Chuck Close
A lo largo de sus años escolares Chuck Close fue un sufrido estudiante debido a las malas calificaciones que obtenía como consecuencia de la dislexia y otros problemas de aprendizaje que no pocas veces le acarrearon la burla de los compañeros, afectando tanto su autoestima como las oportunidades académicas. Pero, ante este sombrío escenario Close contaba con una gran habilidad para dibujar que le serviría para desarrollar la creatividad y el talento, convirtiéndose a la vez en la gran pasión de su vida. Chuck Close comenzó a plasmar las caras de las personas sobre un lienzo, cuidando hasta los más sutiles y mínimos detalles de los rasgos, facciones y apariencia en el rostro, logrando un espectacular realismo (Figura 7).
Lo notable en Chuck Close es que quizá sea el único artista visual de quien sabemos con certeza que sufre de una pequeña lesión en el giro fusiforme derecho del lóbulo temporal medial inferior que le causó prosopagnosia que es la pérdida de la capacidad para reconocer un rostro. Las personas con este padecimiento no pueden distinguir ni su propio rostro en un espejo y para identificar a sus seres queridos, amigos y familiares necesitan usar información no visual como la voz o el tacto. En otras palabras Chuck Close puede reconocer un rostro como tal pero no relacionarlo concretamente con una persona. El problema es que si Close observa la cara de alguien y la persona se mueve aunque sea unos milímetros para él ya se trata de un rostro que no ha visto nunca. La solución que encontró para realizar sus obras es bastante ingeniosa: utilizar una fotografía del rostro marcando en una placa transparente una cuadrícula sobre la imagen para dividirla en pequeñas partes y pintar cada uno de los minúsculos fragmentos fila por fila, línea por línea logrando los sorprendentemente hiperrealistas retratos que le han convertido en uno de los más reconocidos artistas visuales (Figuras 8 y 9 ).
Chuck Close continuaría incansable desarrollando su creatividad, explorando las posibilidades de aquellas pequeñas cuadrículas con las que minuciosamente construía recuerdos acerca de los rostros en las fotografías elaborando una especie de mini obras abstractas en cada una de las celdas formadas por círculos concéntricamente dispuestos con lo que la obra de Close nuevamente sorprendió al lograr la percepción de un color uniforme y una creible imagen para el observador a pesar de las notables diferencias de tono en los microcuadros que la componen (Figuras 10 y 11).
La dislexia de Chuck Close revela un daño en el hemisferio izquierdo de su cerebro, y debido a que es zurdo podemos concluir que su hemisferio dominante es el derecho. La pregunta que inevitablemente surge es: ¿por qué Chuck Close decidió pintar rostros y no paisajes o algo más? En alguna ocasión al respecto respondió que su arte es un esfuerzo por darle significado a un mundo que no comprende, busca entender los rostros de las personas cercanas en un intento para guardarlas en su memoria. ¿La obra de Chuck Close podría ser considerada “anormal” solo porque su cerebro ha sufrido lesiones? Desde luego no creo que pudiera concebirse en esos términos y es justo aquí donde salta en mil pedazos el mito del cerebro “normal”. Close es un notable ejemplo de un ser humano que explota al máximo su talento, creatividad y sensibilidad, que busca además explicar el mundo que le rodea con franqueza y determinación esforzándose en mejorar lo que hace bien. La dislexia que padece ha sido un catalizador para desarrollar su creatividad desde las artes visuales y él mismo afirmó que los problemas de aprendizaje le motivaron para llevar a cabo su labor artística.
Si bien las neurociencias nos permiten comprender e identificar el alcance y efectos de las lesiones y disfunciones que se presentan en el cerebro, también demuestran que detrás de personas con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), autismo, dislexia o sordera (como en el caso de Beethoven) por mencionar algunas se encuentran seres humanos extraordinarios que han desarrollado brillantemente su talento y habilidades, que se supone no podrían poseer, como es la historia de Chuck Close, por lo que es importante reflexionar sobre el valor de la pluralidad humana desde la neurodiversidad entendida como maneras distintas de funcionamiento y expresión, considerando el comportamiento del cerebro no como el de una compleja máquina sino como el de un exquisito y delicado ecosistema conformado por miles de millones de neuronas que dialogan entre sí. Quizá en la neurodiversidad encontremos la fórmula adecuada para finalmente convencer a Proteo, el escurridizo dios griego para que nos revele cuál sería el futuro de la humanidad si conseguimos valorar, respetar y sumar el extenso abanico que subyace a las formas de funcionamiento de nuestros cerebros.
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