Heterofonía | 07 |

Portada: Adolfo Salazar


Revista publicada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura
Año 2 | Número 7 | Julio 1969

Directora: Esperanza Pulido


De los editores

La Ópera y los operísticos.

Una distinguida señora -por muchos conceptos- de la que me consta asiste a cuantos conciertos se ofrecen en
Bellas Artes, y muy aficionada, además, a coleccionar discos de las mejores orquestas y artistas intérpretes, aseguraba a un vendedor que no quería de ninguna manera discos operísticos, para no caer en la cursilería de volverse aficionada a la Ópera. A la dama en cuestión no le falta talento ni sensibilidad artística, pero le sobra lo que a un buen número
de dilettanti: snobismo.

Es cierto que la Opera ha llegado a ser, además de espectáculo y audición musical, un evento social, aprovechado para el lucimiento de muchas prendas nada artísticas, sobre todo si se las observa desde el punto de vista de la apreciación musical. Pero recordemos que la Ópera ha sido siempre motivo para agrupar a personas elegantes que siguen creyendo, y con razón, que la voz humana es aún el instrumento más fino de la creación y que el momento más emocionante del desarrollo operístico resulta aquel en el que la diva se trepa en el trapecio de sus cuerdas vocales y desde allí ofrece al arrobado auditorio una demostración circense de sus habilidades físico-anatómicas, a tal grado, que difícilmente es audible la parte final de su arias, porque antes de su término el público arrebatado ya está en pie, gritando bravos y despedazándose la manos a fuerza de aplausos.

Es cierto que los autores de este género de obras musicales, muy especialmente los del siglo décimonono, cargaron la mano de su composición en aquellas partes donde debían intervenir los cantantes principales, pero de ninguna manera descuidaron las intervenciones orquestales muy revelante en otras partes donde sólo intervenían música instrumental o coros.

En suma: el siglo pasado, lapso del divetismo, creó una serie de monstruos cantantes, llevados de la Ceca a la Meca para hacerlos brillar en las obras que se prestaban a su lucimiento; y los empresarios, para equilibrar sus gastos, armaban compañías, generalmente a base de una sola figura principal, rodeada de muy distinguidas medianías que de ninguna manera la opacaban; aun no se presentaba la difusión por los medios que ahora conocemos; el desplazamiento de conjuntos sinfónicos era nulo y la aparición de solistas en medios musicalmente culturizados muy escasa, porque además, las vías de comunicación, muy lentas, no lo permitían.

Y me da la razón el hecho de que los primeros discos audibles que se esparcieron por el mundo fueron grabados a base de cantantes de ópera y hasta mucho tiempo después comenzamos a disfrutar trozos musicales de obras que no se ofrecían completas, interpretados sólamente por una media docena de orquestas, generalmente norteamericanas

Sin embargo, nada puede deplazar a la ópera en ninguna parte del mundo, porque ella ofrece en sí la suma de varios elemento artísticos que bien desarrollados hacen vibrar en una emoción sincera a los oyentes. Y estamos seguros de que aun los snobs -que son tantos- cerrarán las puertas de su salón de música grabada, para oír las buenas interpretaciones vocales e instrumentales que actualmente se ofrecen del repertorio italiano, alemán y francés, aunque se priven de gozar aquello que es realmente espectáculo.

Y tan resulta ” inmortal” el género operístico, que aun se presenta en nuestros días en forma paupérrima de elementos vocales e intrumentales que ofrecen funciones indignas de exámenes de cualquier conservaotrio de música. Y es éste, sí, el mayor peligro para alejar al público de una oportunidad, puesto que para los principiantes en la afición musical nada puede ser más didáctico que irse por el camino de la Ópera al delelite de lo que será el segundo paso: la Sinfonía, hasta llegar a la quinta esencia que es la música de cámara.

Pero para que sea verdaderamente eficaz la elección operística, será necesario suprimir las primeras figuras y ofrecer actuaciones a base de segundas, pero muy buenas; y recalcar la excelencia musical, reduciendo el bel canto en forma magnífica, como lo realizó la Ópera de Berlín hace pocos meses, con la audición de dos magníficas obra de Mozart. Sólo así: cuidando meticulosamente todos los elementos que la constituyen, podrá sobrevivir la Ópera como una auténtica obra de arte: esta forma musical en la que la voz humana es parte integrante y en la que un equilibrio con la orquesta será motivo para eternizar lo que ni aun los más excelsos compositores han desdeñado utilizar.


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