La OSEM y Rodrigo Macías alcanzan las cumbres de la interpretación mahleriana

Benjamín Juárez Echenique

La interpretación de la Séptima Sinfonía de Mahler en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM con la gran Orquesta Sinfónica del Estado de México bajo la luminosa dirección de su titular Rodrigo Macías en la Ciudad de México fue un evento verdaderamente inolvidable. La sinfonía es una obra vasta y compleja, y la orquesta y el director sacaron a relucir toda su belleza y poder, con cuidado y rigor a cada detalle pero con el corazón atento a la gran línea narrativa y emotiva de esta obra. Todos los músicos de la orquesta brillaron en sus solos con el virtuosismo y la musicalidad que los caractetiza, desde el primer solo de tuba tenor que tocó Faustino Diaz, cuerdas, maderas, metales y percusiones comulgaron en un compromiso completo con la obra. El público, nutrido, si bien no llenó la sala a tope, estaba claramente conmovido por la música, y hubo una ovación de pie al final para los músicos y su director.

Una de las cosas más sorprendentes de esta sinfonía es su uso de imágenes de la naturaleza y de la oscuridad y la luz. Mahler era un gran observador del mundo natural, y su música a menudo refleja la belleza y el poder del mundo natural. En la Séptima Sinfonía, este imaginario es particularmente evidente en los  movimientos 2, 3 y 4, parte central, que es escenario de un poema de Friedrich Rückert sobre la muerte y resurrección de la naturaleza, poeta también de Las Canciones para los niños muertos (Kindertotenieder).

Los mexicas de Tenochtitlán también tenían una profunda conexión con la naturaleza. Su religión se basaba en el culto al sol, y creían que el sol moría y renacía cada noche. Esta creencia se refleja en el movimiento de apertura de la sinfonía, que es una representación de una tormenta. La tormenta representa la muerte del sol, y la música llega a un poderoso clímax cuando el sol renace en el acorde de do mayor, en el quinto movimiento, que también nos recuerda la Obertura de Los maestros cantores de R. Wagner.

La Séptima Sinfonía fue escrita a principios del siglo XX, una época de gran agitación política y social. El Imperio austrohúngaro, del que era súbdito Mahler, no era ni checo ni austriaco pues ¡estas naciones aún no existían! El maestro estaba al borde del colapso físico y psicológico. Abandonó la dirección de la Ópera Estatal de Viena por el creciente clima antisemítico y cábalas en su contra. La sinfonía puede verse como un reflejo de este momento de cambio e incertidumbre. Una Viena que vivía las artes, la política y la historia con la profunda introspección de Mahler, Freud, Kokoschka, Egon, Schiele y Klimt.

La situación política actual en México es también un momento de cambios. El país se encuentra en medio de una transición de un régimen a otro. La sinfonía puede verse como una forma de reflexionar sobre esta coyuntura.

Gustav Mahler, 1907.

En su magistral libro El Danubio, Claudio Magris escribe sobre la importancia de la naturaleza en la música de Mahler. Dice que “la naturaleza no es un telón de fondo para Mahler, sino la protagonista”. Esto es particularmente cierto en la 7ª Sinfonía, donde la naturaleza es tanto una fuente de belleza como una fuerza de destrucción.

Otro autor que leo y cito con frecuencia,  Henry Louis de la Grange escribe sobre la relación de la sinfonía con el final del Imperio Austro-Húngaro. Dice que “la sinfonía puede verse como una meditación sobre la muerte de un imperio”. Esta es una interpretación poderosa y nos ayuda a comprender el profundo sentido de pérdida y añoranza de la sinfonía. Estamos en el ocaso de imperios globales y la incertidumbre de un amanecer lleno de sombras y luces como los movimientos centrales de esta sinfonía.

La interpretación de la Séptima Sinfonía de Mahler bajo la batuta de Macías, compositor y director de orquesta como Mahler,  fue un recordatorio del poder de la música para conectarnos con el pasado, el presente y el futuro. Los temas de la sinfonía: la naturaleza, la muerte y el renacimiento, son universales y le hablaron al público de una manera profunda y personal. Fue una experiencia verdaderamente memorable y un instante transcendente, de más de una hora, para encontrar esperanza en medio de la incertidumbre.

La primera vez que se tocaron las Sinfonías de Mahler en México,  con la Sinfónica Nacional y Eduardo Mata, en el lejano 1975, tuve la fortuna de ser uno de sus asistentes, y preparé esta obra para Maurice Abravanel, gran mahleriano colaborador de Bruno Walter y director de la Orquesta de Utah. Mata eligió no dirigir esta obra, que hasta hace poco había sido de las menos populares. Aunque la orquesta realizó su mejor esfuerzo, el resultado no fue del todo satisfactorio. La OSEM marca hoy, en cambio, un hito de excelencia inédito en nuestra música y Macías una madurez y una soltura que lo ponen en un sitial impensable hace unos lustros. El Colegio de San José de los Naturales fue la obra cumbre de fray Pedro de Gante, en Texcoco, cuna de Macías y territorio de encuentros y desencuentros políticos de nuestros tiempos azarosos. Esta noche la excelencia y la trascendencia hablaron en la Sala Nezahualcóyotl, que lleva el nombre del sabio rey poeta, el texcocano más universal.

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