Los libros de Euterpe en la Nueva España (1)

José Antonio Robles-Cahero

Hagamos juntos un viaje por el mundo de  los libros de música. Imaginemos una gran  sala, una enorme biblioteca atestada de libros  musicales: hay partituras, tratados, libros de  coro, métodos de violín, guitarra o pianoforte,  revistas musicales. Estamos en la biblioteca  de la musa Euterpe. Su acervo es inmenso; no  podríamos ver todos los libros y sólo hojearlos  nos llevaría quizá toda una vida. Así que  vayamos a la sección que dice “México-Nueva  España”. Tomemos algunos libros, sentémonos cómodamente frente a la gran mesa y  empecemos la lectura. Comencemos el viaje. 

Pero antes debo hacer un par de advertencias a los viajeros. El viaje será breve: un corto  paseo por el reino de la producción y difusión  de los libros de música de la Nueva España,  aquellos libros que se usaron para la composición, interpretación o aprendizaje de la música. Durante la travesía veremos no sólo libros  impresos en la Nueva España, sino también  libros europeos (esencialmente españoles) que  circularon por estas tierras. Nuestro itinerario tendrá tres etapas, las de los tres usos esenciales de los libros de música, muy relacionados  con la vida social y privada de los novohispanos:  el religioso, el educativo y el recreativo.  El viaje será algo accidentado y quizá enfrentemos algún peligro. Así sucede cuando exploramos la terra incognita, casi virgen, de los  libros musicales de México, la cual asemeja un  nuevo mundo. Espero que podamos descubrir  posibles rutas de viaje y vislumbrar algo de lo  mucho que todavía nos falta por explorar. 

Al  final de la jornada podremos verificar si el  continente novohispano de los libros musicales contribuyó a la formación y difusión de la sabiduría musical de México. Este será un primer mapa, aunque imperfecto, de nuestro trayecto, que tal vez será de ayuda para futuros  aventureros de la bibliografía musical.  

Para viajar por el mundo de los libros musicales de la Nueva España debemos partir de  una distinción propia: la música religiosa y la  música profana, dos tipos de música que desde  la Edad Media se cultivaron en el Viejo Mundo. 

Los primeros europeos que pisaron la que llamarían América traían consigo libros impresos y manuscritos con variados tipos de música: canto gregoriano, misas, salmos e himnos  en latín; danzas, romances y villancicos, sin  faltar los métodos para aprender a tocar instrumentos musicales. Con esos libros entraron  dos géneros de música europea que pronto se  aclimataron en la Nueva España: la música de  dios y la música del mundo.  


Libros para orar:  o sea, obras de música sacra  


Apenas acabada la guerra de conquista del  siglo XVI, otra guerra, la de la “conquista espiritual”, tomó su lugar para sustituir la vida religiosa de las culturas indígenas con la religión católica. España, bastión del catolicismo europeo, no escatimó esfuerzos para implantar la fe cristiana en todos los rincones del  enorme imperio gobernado por Carlos V. Poco  a poco la Iglesia del Nuevo Mundo desarrolló una gran fuerza económica, política y social y  se convirtió en un foco de irradiación espiritual, cultural y artística.  

El antiguo vínculo de la Iglesia con la música  mediante sus prácticas litúrgicas no tardó en  florecer en la Nueva España. Los libros de música sacra fueron claves en la intensa labor  musical, educativa y creativa que fomentó la  Iglesia en la Nueva España: libros de canto  llano y polifonía, métodos de contrapunto, tratados teóricos de matemáticas y filosofía. Explorar el mundo de los libros de música sacra  de la Nueva España nos conduce por dos caminos: la música misional y conventual y la  música catedralicia. Después tomaremos un  atajo para arribar a la impresión de libros  de música en la Nueva España en el siglo  XVI.  


Libros de música en misiones,  conventos y colegios  


La música misional fue básica en el contacto  cultural de dos civilizaciones: medio de comunicación y vehículo pedagógico en la conversión y occidentalización de los indios: lugar  de encuentro de las culturas a través del lenguaje sonoro. Franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas se aplicaron con afán en la educación musical de los indios; les enseñaron  la teoría musical europea, a cantar en coro y a tocar instrumentos musicales para acompañar las voces. Aprender el catecismo en latín  no era tan arduo si se acompañaba con trozos  de canto llano que se grababan en la memoria. Las cartas y los libros de los frailes cronistas de los siglos XVI y XVII (Mendieta, Las  Casas, Motolinía, Grijalva, Pérez de Rivas,  Torquemada y otros) testimonian el proceso  de transplante de la música europea a tierras  mexicanas, así como las habilidades de los indios para fabricar y tocar instrumentos musicales y para cantar y aun componer música religiosa [1]Robert Stevenson, “The Transplanting of European  Musical Culture”, Music in Mexico. A Historical Survey,  Nueva York, Thomas Y. Crowell, 1952 [hay reimpresiones posteriores), pp. 51-99, véase pp. 51-69.

Durante las fiestas religiosas de los pueblos  a menudo se mezclaba la música sacra con las  danzas indígenas, mixtura que fue mal vista por las autoridades eclesiásticas. Pero así  como las nuevas texturas sonoras europeas ejercieron una fascinación sobre los indios,  también los religiosos aprendieron a tolerar obras sacras con texto náhuatl y danzas indias  en las procesiones litúrgicas [2]Gerard Béhague, “Sacred Musicin Spanish America”,  Music in Latin America: An Introduction, Englewood  Cliffs, N.J., Prentice-Hall, 1979 (Prentice-Hall History  of Music Series), pp. 1-58, véase la sección “Mission  Music”, pp. 2-5.. Si en el siglo  XVII parecían menguar los audaces experimentos “audiovisuales” basados en el arte (pintura y escultura, teatro y música), que aplicaron los frailes en la conversión cristiana de los  indios, la música siguió fungiendo como elemento cristianizante en misiones y conventos:  la dulzura de su “poder divino” ahorraba excesos de violencia en el proceso de absorción cultural de los indios.  

Dos tipos de música sacra enseñaron los  religiosos a los indios: el canto llano (o canto  gregoriano, de tipo monódico, es decir, a una  voz) y el canto de órgano (o polifonía, que hoy  llamamos contrapunto o música a varias voces). Torquemada, en su Monarquía Indiana  publicada en 1615, resumió los logros musicales de los coros de indios. Entre esos logros  destaca que fueron capaces de crear espléndidas bibliotecas de música sacra mediante su  habilidad para copiar los libros de coro traídos  por Zumárraga y otros prelados. Una vez que  habían aprendido a escribir, “entonces aprendían a trazar líneas en el papel y a escribir  notas musicales”. Los indios se esmeraron en  hacer excelentes copias de libros de canto llano  y polifonía con grandes letras capitales iluminadas, copias que eran usadas tanto por los  indios como por los frailes [3]Fray Juan de Torquemada, Veinte i un libros rituales, Monarquía lndiana, Madrid,1723, 111, p. 214, citado  en Ibid., pp. 67 y 97 (nota 37). La traducción es mía..

Los archivos y bibliotecas de conventos masculinos y femeninos de todas las órdenes guardaban los libros de canto llano y polifonía que  se usaban tanto para enseñar a los indios y a  los estudiantes como para realizar los servicios litúrgicos conventuales. Lo mismo ocurrió  con muchos de los colegios novohispanos. Gran  parte de esos archivos y bibliotecas musicales de conventos y colegios se han perdido o dispersado con las vicisitudes de nuestra historia,  pero quedan algunos ejemplos que recuerdan  las riquezas musicales que alguna vez poseyeron.  

El llamado Códice del Convento del Carmen  contiene unas treinta obras polifónicas de música sacra (salmos, himnos, salves, magnificats, misas, lamentaciones y pasiones) que fueron  compuestas por autores españoles y novohispanos de los siglos XVI y XVII: Francisco Guerrero, Juan de Lienas, Francisco López y Fernando Franco. Las obras sacras de este libro  fueron transcritas y publicadas lujosamente  en 1952 por el musicólogo español Jesús Bal y  Gay, miembro de la Sección de Investigaciones Musicales del INBA desde su creación en 1947 [4]Tesoro de la música polifónica en México, l. El códice  del Convento del Carmen, transcripción y notas de Jesús  Bal y Gay, México, INBA, Departamento de Música, Sección de Investigaciones Musicales, 1952, XXIII +  234pp.. Este valioso libro manuscrito, encuadernado en piel, perteneció al convento carmelita de San Angel fundado en 1617 (actual  Museo del Carmen del INAH), pero hoy se encuentra misteriosamente perdido. En 1950 se  hizo un microfilm del libro para la Biblioteca  del Congreso en Washington [5]Para la historia del Convento del Carmen y su  práctica musical véase Robert Stevenson, “El ‘Carmen’  reivindicado”, Heterofonía, vol. VII (3), núm. 36, mayo junio de 197 4, pp. 17-20.. Sin embargo, la  edición del INBA de hace 40 años lo salvó de  la pérdida total, pues gracias a ella esta hermosa música vocal, alguna vez cantada por  coros de indios de la capilla del convento carmelita, se sigue hoy cantando y hasta ha quedado grabada para la posteridad.  

Thomas Gage, célebre viajero inglés e inspector dominico que llegó a Nueva España en  1625, nos cuenta que las familias adineradas  discutían para decidir qué convento de monjas  ofrecía la mejor enseñanza musical. Al fraile  inglés le parecía tan exquisita la música de esos conventos que escribió: 

“No temo asegurar que las iglesias atraían a la gente más por  el deleite de la música que por el servicio de  Dios” [6]Ibid., p. 20 (nota 12)..

Un caso que confirma la percepción  de Gage es el del convento de monjas de la  Santísima Trinidad de Puebla, quienes nos  legaron un archivo musical de casi 400 obras  de compositores españoles y novohispanos de los siglos XVII y XVIII. 

Debido a la intervención de un milagroso salvador que lo compró  durante la Revolución, este archivo conventual  se llama Colección Jesús Sánchez Garza, adquirida por el INBA en 1967 y que hoy se  encuentra en el CENIDIM. Algunos de los villancicos que contiene esta colección conventual, formada con esmero por tan musicales monjas poblanas, han sido transcritos y  editados por musicólogos norteamericanos  y mexicanos, y ya forman parte del repertorio virreinal de varios grupos de música antigua [7]Doce villancicos de esta colección fueron transcritos y editados por Robert Stevenson, Christmas Music  from Baroque Mexico, Berkeley y Los Angeles, University  of California Press, 197 4. Otra versión de estos villancicos fue editada por Felipe Ramírez, … Leer más

No faltarían otros ejemplos de archivos y  bibliotecas musicales que pertenecieron a conventos novohispanos, como el archivo musical  del Colegio de San Ignacio o de las Vizcaínas  (que contiene obras de autores mexicanos y  europeos de los siglos XVII, XVIII y XIX), el  cual no ha sido debidamente investigado hasta ahora. El propio archivo del excolegio jesuita de Tepozotlán guarda en sus acervos espléndidos libros de coro bellamente iluminados de diferente procedencia. Entre los tesoros que guarda este acervo se encuentra el Códice Franco,  el cual contiene siete magnificats de uno de los  grandes compositores novohispanos del siglo  XVI: Hernando Franco (1532-1585). Este libro  perteneció a la Catedral de México y es considerado uno de los más valiosos monumentos musicales de las Américas [8]La transcripción de este libro se encuentra en Steven Darwick, The Franco Codex of the Catedral of Mexico.  Transcription and Commentary, Carbondale, 111, Southern, Illinois University Press, 1965, xiii + 177 pp..

Un buen ejemplo de las ricas bibliotecas musicales que poseían los colegios novohispanos  de señoritas del siglo XVIII es el del archivo del  Colegio de Santa Rosa de Santa María de Valladolid (1743-1810). Esta institución proveyó  de una puntual educación femenina a sus colegialas en doctrina cristiana y moral, lectura y  escritura, aritmética, costura y cocina, amén  de una respetable educación musical en canto  llano, teclados, violín y arpa. El estudio de la  música se efectuaba en la escoleta del colegio  con la ayuda de un estupendo archivo formado  con obras de autores españoles y novohispanos  de los siglos XVII y XVIII, que eran compradas para su deleite [9]Sobre la historia del colegio véase Gloria Carreño  A., El Colegio de Santa Rosa María de Valladolid, 1743- 181 O, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás  Hidalgo, Departamento de Investigaciones Históricas,  1979(Historia nuestra, 1), … Leer más. Pocas de esas obras han  sido transcritas e interpretadas por orquestas y grupos de nuestra época. Pero dejemos  los placeres musicales de las colegialas llamadas “las rositas” y vayamos a consultar la  sección de la Biblioteca de Euterpe que dice  “Catedrales”.  


Libros de música de catedrales e iglesias seculares  


La música catedralicia era aquella usada en  los variados servicios religiosos del año litúrgico: la música sacra con texto en latín del  oficio divino y de la misa, y las obras en lengua  vernácula como los villancicos. Las catedrales  novohispanas fueron organizadas tal y como  en España: cada ciudad importante cabeza de  obispado tenía su catedral como centro de la  vida social y cultural. La catedral era el eje de  la vida urbana en las fiestas públicas y procesiones, y bajo su protección se reunían diversos  artistas con el fin de engrandecer el culto religioso. Pintores, arquitectos, escultores, poetas  y músicos daban lustre a las catedrales mediante su obra artística. Las catedrales eran  asimismo importantes centros educativos que  aprovechaban las energías creativas de los  artistas. A diferencia de los misioneros que  enseñaron la música europea a los indios, las  catedrales educaban a los hijos de españoles,  criollos o mestizos quienes recibían una espléndida educación musical del maestro de capilla en turno y sus ayudantes. Sólo se recurría a músicos indígenas cuando la escasez  de españoles, criollos y mestizos así lo exigía [10]Véase la sección “Cathedral Music”, G. Béhague, op. cit., pp. 5-27, cfr. pp. 5-7.

Al igual que en Europa, las capillas de música de las catedrales novohispanas tenían  varias necesidades: un maestro de capilla y un  organista cuidadosamente escogidos, una  planta de cantores e instrumentistas a sueldo,  y un grupo de seis a doce niños de coro (llamado  seises) que recibían instrucción gratuita en  música y gramática en la escuela de la catedral, llamada escoleta. 

El maestro de capilla  era una especie de héroe musical que tenía diversas obligaciones: componer la música que se necesitara, dirigir el coro y la orquesta, y  enseñar diariamente materias musicales,  instrumentos y canto a los jóvenes alumnos de la escoleta. Hacía todo esto a cambio de un salario variable, pero a menudo elevado, que dependía de su talento y sus capacidades. Famosos fueron en varias catedrales los arduos concursos de oposición para elegir al maestro  de capilla, que eran verdaderas contiendas para obtener el apetecible puesto. Aquel que  ganaba el maestrazgo debía ser un hábil compositor, excelente músico y teórico, buen profesor y diestro director, cantor y tañedor, a menudo versado en varios instrumentos.  Las capillas de música catedralicia poseían enormes bibliotecas y archivos musicales para  conservar los libros y manuscritos utilizados  en el servicio litúrgico y las clases de música.  Aquellos archivos guardaban tesoros musicales: libros editados o manuscritos con la mejor  música europea y americana del momento.  Obras de los más notables compositores españoles, italianos, flamencos o virreinales resonaban en las inmensas naves de las catedrales. Lo que se conserva hoy es sólo una parte de  lo que esos archivos llegaron a poseer, ya que  muchas obras fueron destruidas por el uso,  incendios, guerras, negligencia o el descarte  de obras en desuso. Para desgracia nuestra,  el afán de actualización musical de las catedrales hacía que cada cierto tiempo se deshicieran de aquellos libros o manuscritos que ya  no estaban en uso [11]Los archivos musicales de las catedrales de México  y Puebla fueron microfilmados hacia 1967 gracias a la  labor de dos musicólogos norteamericanos: Lincoln B.  Spiess y Thomas E. Stanford. Una síntesis del contenido  musical de esos y otros … Leer más

Las catedrales novohispanas que mayor  fama musical alcanzaron fueron las de México, Puebla y Oaxaca, comparables a cualquier catedral española de su tiempo, pero  también descollaron otras como las de Valladolid, Guadalajara y Durango, que todavía no  abren sus archivos para mostrarnos su riqueza musical. Algunos viajeros de la época colonial afirmaban que la música de la ciudad de  México eran tan exquisita que la gente iba a  las iglesias más por oír buena música que por  cumplir con sus deberes religiosos. Varias de  las iglesias metropolitanas tuvieron capillas  de música y archivos musicales, muchos de los  cuales desaparecieron desde el siglo XIX (y  los que aún existen no se han investigado a  fondo). Pero la catedral de México, fundada en 1528, fue sin duda el centro musical más relevante de la ciudad y quizá de la Nueva España  toda. El primer obispo de México, fray Juan de  Zumárraga, se preocupó por elevar su nivel  musical contratando músicos españoles profesionales y comprando libros de coro para el uso  de la catedral [12]Stevenson, “The Transplanting of…”, op. cit., pp. 58- 59..

Cada catedral era gobernada por un arzobispo y un consejo de clérigos llamado cabildo,  quienes también se ocupaban de las actividades musicales de las catedrales. Se organizaban y controlaban los servicios musicales mediante un conjunto más o menos estricto de  reglas llamadas “constituciones del coro”. Las  Ordenanzas para el coro de la catedral mexicana, escritas en 1570 por el segundo arzobispo  de México, Alonso de Montúfar, ofrecen instrucciones detalladas sobre los deberes de los  músicos, el repertorio que se debía cantar y  tocar y hasta sobre el comportamiento que  debían observar los músicos. Por ejemplo: no se debían leer cartas o libros, hablar o reír, jugar o hacer bromas en el coro durante los oficios (lo cual indica que a veces se hacía), so pena de ciertas multas pecuniarias [13]Fray Alonso de Montúfar, O.P., Ordenanzas para el  coro de la Catedral Mexicana, 1570 (ed. preparada por  Emest J. Burrus; S.J.), Madrid, Ediciones José Porrúa  Turanzas, 1964 (Bibliotheca Tenanitla, 8), 104 pp. Según Burrus, parece que se hicieron … Leer más.


El arte de imprimir libros musicales  en el siglo XVI  


Se ha calculado que cuando menos 220 libros  se publicaron en Nueva España durante el siglo XVI. Una buena proporción se imprimieron en por lo menos diez lenguas indígenas  (gramáticas, diccionarios y tratados religiosos), lo cual demuestra que quienes controlaban la impresión no se olvidaron de la lectura  indígena. Los libros editados en español versaron sobre diversos temas: navegación, hierbas medicinales, cirugía, enseñanza de la lectura y de la aritmética, eventos notables como terremotos, historias de viajes y exploraciones, y un gran número de textos devocionales [14]Robert Stevenson, “Acculturation: The Colonial  Phase”, en Music in Aztec and lnca Territory, Berkeley y  Los Angeles, University of California Press, 1976, pp.  154-240. Véanse especialmente las siguientes cuatro  partes de este capítulo: … Leer más.

De aquellos libros impresos en el siglo XVI  trece contienen música: el primero se editó en  1556 y el resto entre 1560 y 1589. Para apreciar adecuadamente la importancia de los trece libros de música impresos en México entre  1556 y 1589, debemos recordar que ninguna  otra colonia española realizó tal empresa editorial, y que incluso Madrid (la capital española después de 1561) sólo imprimió un libro  litúrgico con música en 1571 durante el mismo  periodo de 33 años, el cual resultó ser solamente una reimpresión del primer libro musical  mexicano de 1556 [15]lbid., p. 74..

En total, entre 1556 y 1605 se publicaron en  la ciudad de México catorce libros de canto  llano. Es decir, en 49 años de actividad editorial se imprimió un promedio de 3.5 libros al  año, en una época en que los altos costos de  impresión (papel, tinta, etcétera) hacían que  se publicara sólo lo indispensable. Los libros  de música fueron, bajo esta óptica, algo indispensable para la Nueva España del siglo XVI:  su fin era proporcionar el repertorio musical  para aquellos coros indígenas descritos por  Torquemada. El último de esta serie de catorce  libros musicales fue un libro de 210 páginas  que contenía cuatro pasiones de Juan Navarro, compositor gaditano quien lo editó en  1604, tres años antes “de que los peregrinos  ingleses pusieran su planta en tierras norteamericanas y fundaran su primera colonia” en  1607. Esos catorce libros de música son un tributo a la tradición indígena de los cantores que  usaron y divulgaron el abundante y valioso  material musical contenido en ellos [16]Robert Stevenson, “La música en el México de los  siglos XVI a XVIII”, traducción de Rafael Blengio, en  Julio Estrada (ed.), La música de México, l. Historia, 2.  Periodo virreina[ (1530 a 1810), México, UNAM/ Instituto de Investigaciones … Leer más.

Cuatro de los trece libros impresos entre  1556 y 1589 contienen las partes de canto llano  de la misa cantadas por el coro bajo el título  Graduale dominicale, lo cual indica que contienen el canto llano cantado en todas las  misas festivas y del domingo. Otros tres libros  son antifonarios, es decir, contienen el canto  llano cantado durante las horas canónicas del  oficio divino. Los últimos seis libros litúrgicos  con música incluyen: dos manuales (para la  correcta administración de los sacramentos),  un misal (con la música cantada por el sacerdote, y no por el coro, durante la misa), un  pasionario (con pasiones), un salterio (con salmos) y un directorio para novicios agustinos  (con la música cantada por el sacerdote en la  misa) [17]Stevenson, “Acculturation … “, op. cit., pp. 174-175..

Los impresores de aquellos libros de música fueron los mismos que imprimieron la mayoría  de los libros novohispanos del siglo XVI: Juan  Pablos (Giovanni Paoli) en 1556 y 1560, Antonio de Espinosa en 1561 y 1576, el activo Pedro  de Ocharte en 1563, 1568, 1572, 1584 y 1589,  y Diego López Dávalos en 1604, con quien  finaliza toda una era de la impresión de libros  de música en la Nueva España [18]Para una descripción detallada de cada uno de estos  libros, incluyendo impresores y actuales propietarios en  México y en el extranjero, véase Ibid., pp. 175-192. Sobre  éstos y otros impresores consúltese también el ensayo de  Roberto … Leer más

Estos hermosos libros de canto llano del  siglo XVI fueron los primeros libros con música impresos en el Nuevo Mundo, así como  los únicos litúrgicos con música publicados en  las colonias españolas (los cuales son a su manera tan distintivos como las capillas abiertas del siglo XVI). Nos ofrecen destacados  ejemplos del arte de imprimir en la América  del siglo XVI. De ellos se puede colegir el nivel  de la cultura musical en las iglesias novohispanas de la época, al tiempo que nos informan sobre algunas de las más importantes  personalidades musicales en la ciudad de México. Además, de las circunstancias de su edición podemos obtener mayor evidencia respecto al número, distribución geográfica y  capacidad interpretativa de los coros indígenas [19]Stevenson, “Acculturation … “, op. cit., pp. 192-193..  

Sólo una cosa cabría lamentar acerca de estos catorce libros: la mayor parte se encuentra hoy dispersa en diversas bibliotecas del  mundo, lo cual ha dificultado su estudio en  conjunto. Paradójicamente, “libros y manuscritos preciosos en bibliotecas del extranjero  han dado una visión más notable y grandiosa  de las glorias musicales del virreinato mexicano, que los textos disponibles en muchas  bibliotecas de la propia República” [20]Stevenson, “La música en el México … “, op. cit., pp.  46-47..

Bastan  unos cuantos ejemplos: la Biblioteca Huntington de San Marino, California, y la Biblioteca Nacional de Chile poseen ejemplares del libro de Juan Navarro de 1604; la Biblioteca Lilly de Bloomington, Indiana, posee el único  ejemplar del salterio de Pedro de Ocharte de  1563; la famosa Biblioteca de la Universidad  de Texas en Austin posee el ejemplar único del  Ocharte de 1584; la no menos famosa Biblioteca Pública de Nueva York ostenta, con orgullo  ajeno, el primer libro con música impresa de  América: el Juan Pablos de 1556; y la Biblioteca Huntington resguarda el misal de Antonio  de Espinosa de 1560, reconocido internacionalmente como el más bello impreso americano del siglo XVI. 



Datos de la imagen principal


Euterpe: Colección del Museo del Prado. Recomendamos ver la ficha completa, aquí:

Euterpe

Referencias

Referencias
1 Robert Stevenson, “The Transplanting of European  Musical Culture”, Music in Mexico. A Historical Survey,  Nueva York, Thomas Y. Crowell, 1952 [hay reimpresiones posteriores), pp. 51-99, véase pp. 51-69.
2 Gerard Béhague, “Sacred Musicin Spanish America”,  Music in Latin America: An Introduction, Englewood  Cliffs, N.J., Prentice-Hall, 1979 (Prentice-Hall History  of Music Series), pp. 1-58, véase la sección “Mission  Music”, pp. 2-5.
3 Fray Juan de Torquemada, Veinte i un libros rituales, Monarquía lndiana, Madrid,1723, 111, p. 214, citado  en Ibid., pp. 67 y 97 (nota 37). La traducción es mía.
4 Tesoro de la música polifónica en México, l. El códice  del Convento del Carmen, transcripción y notas de Jesús  Bal y Gay, México, INBA, Departamento de Música, Sección de Investigaciones Musicales, 1952, XXIII +  234pp.
5 Para la historia del Convento del Carmen y su  práctica musical véase Robert Stevenson, “El ‘Carmen’  reivindicado”, Heterofonía, vol. VII (3), núm. 36, mayo junio de 197 4, pp. 17-20.
6 Ibid., p. 20 (nota 12).
7 Doce villancicos de esta colección fueron transcritos y editados por Robert Stevenson, Christmas Music  from Baroque Mexico, Berkeley y Los Angeles, University  of California Press, 197 4. Otra versión de estos villancicos fue editada por Felipe Ramírez, Tesoro de la música  polifónica en México, vol. II. Trece. Obras de la Colección  Jesús Sánchez Garza, México, INBA, CENIDIM, 1982.
8 La transcripción de este libro se encuentra en Steven Darwick, The Franco Codex of the Catedral of Mexico.  Transcription and Commentary, Carbondale, 111, Southern, Illinois University Press, 1965, xiii + 177 pp.
9 Sobre la historia del colegio véase Gloria Carreño  A., El Colegio de Santa Rosa María de Valladolid, 1743- 181 O, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás  Hidalgo, Departamento de Investigaciones Históricas,  1979(Historia nuestra, 1), pp.131-134. Sobre el catálogo  del archivo musical del colegio véase Miguel Bernal  Jiménez, El archivo musical del Colegio de Santa Rosa  María de Valladolid (siglo XVIII), Morelia colonial,  Morelia, Ediciones de la Universidad Michoacana de  San Nicolás, 1939.
10 Véase la sección “Cathedral Music”, G. Béhague, op. cit., pp. 5-27, cfr. pp. 5-7.
11 Los archivos musicales de las catedrales de México  y Puebla fueron microfilmados hacia 1967 gracias a la  labor de dos musicólogos norteamericanos: Lincoln B.  Spiess y Thomas E. Stanford. Una síntesis del contenido  musical de esos y otros archivos menores y colecciones  privadas puede verse en su obra An Introduction to  Certain Mexican Musical Archives, Detroit, Mich.,  lnformation Coordinators, 1969 (Detroit Studies in Music  Bibliography Series, 15), 185 pp.
12 Stevenson, “The Transplanting of…”, op. cit., pp. 58- 59.
13 Fray Alonso de Montúfar, O.P., Ordenanzas para el  coro de la Catedral Mexicana, 1570 (ed. preparada por  Emest J. Burrus; S.J.), Madrid, Ediciones José Porrúa  Turanzas, 1964 (Bibliotheca Tenanitla, 8), 104 pp. Según Burrus, parece que se hicieron tres ediciones del  texto original castellano; 1570, 1682 (la única que se  conoce, aquí reproducida) y 1710 (citada por Eguiara y  Eguren). “Las Ordenanzas, a pesar de su brevedad,  revelan no poco del carácter y espíritu del segundo  arzobispo de México: minucioso y exigente en todas sus  prescripciones. Describen las ceremonias de la más importante Iglesia del Nuevo Mundo; reflejan, además,  algunos defectos y abusos que el severo arzobispo procuraba eliminar, y forman un complemento importante de  los estatutos de los dos Concilios celebrados por Montúfar.” (E.J. Burrus, “Introducción”, p. 15.)
14 Robert Stevenson, “Acculturation: The Colonial  Phase”, en Music in Aztec and lnca Territory, Berkeley y  Los Angeles, University of California Press, 1976, pp.  154-240. Véanse especialmente las siguientes cuatro  partes de este capítulo: “Music Printing During the Sixteenth Century”, pp. 172-17 4, “Description of Sixteenth Century Mexican lmprints Containing Music”, pp. 174- 192, “Present-Day Significance of Sixteenth-Century  Music lmprints”, pp. 192-193, y “A Posthumous lmprint  (1604)”, pp. 193-199.
15 lbid., p. 74.
16 Robert Stevenson, “La música en el México de los  siglos XVI a XVIII”, traducción de Rafael Blengio, en  Julio Estrada (ed.), La música de México, l. Historia, 2.  Periodo virreina[ (1530 a 1810), México, UNAM/ Instituto de Investigaciones Estéticas, 1986, pp. 7-74. La cita  en p. 9. El título del libro de Juan Navarro es: Liber in  quo quatuor passiones … continentur, Los catorce libros  se editaron en los años siguientes: 1556, 1560, 1561,  1563, dos en 1568, 1572, tres en 1576, 1577, 1584, 1589  y 1605 (p. 9).
17 Stevenson, “Acculturation … “, op. cit., pp. 174-175.
18 Para una descripción detallada de cada uno de estos  libros, incluyendo impresores y actuales propietarios en  México y en el extranjero, véase Ibid., pp. 175-192. Sobre  éstos y otros impresores consúltese también el ensayo de  Roberto Moreno, “La imprenta en México en el siglo  XVI”, en Ensayos de bibliografía mexicana. Autores,  libros, imprenta, bibliotecas (primera serie), México,  UNAM 1 Instituto de Investigaciones Bibliográficas,  1986, pp. 133-164. Las fichas completas de los libros de  canto llano impresos en el siglo XVI se encuentran  en Gabriel Saldívar, Bibliografía mexicana de musicología y musicografía, México, INBA, CENIDIM, 1991,  341 pp.
19 Stevenson, “Acculturation … “, op. cit., pp. 192-193.
20 Stevenson, “La música en el México … “, op. cit., pp.  46-47.

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